Cada mes rendiremos
homenaje a un título de especial interés o a un director de actualidad
por un estreno reciente. Nuestra intención es ofreceros distintos puntos
de vista sobre el personaje o la película elegida. Este mes, aprovechando
que por fin nos ponemos al día con nuestros lectores, hablamos de un
título muy querido para nosotros, Encadenados, y lo hacemos en
nueve artículos, además de la introducción que podéis encontrar en
esta misma página:
-
El
amor como cebo
-
El
toque Hitch
-
Las
madres (de Hitchcock)
-
Todos
somos culpables
-
La
ambigüedad
-
La
información y el poder
-
Uranio
235
-
Yo,
Alex Sebastian
-
Making
of Encadenados
INTRODUCCIÓN A ENCADENADOS
por Adolfo Bellido
Encadenados,
una de sus grandes obras (una más de las muchas que nos dejase) de
Hitchcock, y una más, también, de sus tristes o hermosas, según se
mire, historias de amor, fue realizada en 1946 entre Recuerda
y El
proceso Paradine. Es el cierre de sus filmes sobre la guerra y el
nazismo, que se habían abierto con Enviado
especial en 1940, como toque de alerta sobre un peligro al tiempo que
se lanzaba un claro mensaje beligerante: había que enfrentarse a la
verdad, dejar de ocultar la cabeza bajo las alas y decidirse a actuar a
entrar en una lucha en la que la Humanidad se estaba jugando tanto. De una
u otra manera, de forma consciente o inconsciente su largos (y sus cortos)
se asentarán en una necesidad de luchar, de investigación sobre el
propio enemigo que, sin saberlo, se puede esconder en nuestra misma casa.
La sospecha sobre lo que es, lo que se ignora y lo que realmente existe. Encadenados
es un adiós y al mismo tiempo una esperanza frustrada en una
existencia que ya, desde el comienzo, viene lastrada por el miedo, la
angustia y la maldad. Un filme tan rotundo y duro como este no tuvo
problema alguna para ser estrenado puntualmente en la España miserable de
los años cuarenta. Nada menos que un adulterio consentido y un matrimonio
sacrílego eran las bazas con las que se contaba para su “perdición”
en las pantallas españolas. No ocurrió eso. Se estrenó sin problemas,
con gran éxito y además ninguna entidad religiosa condenó el filme por
su ataque a tan “excelso” sacramento.
Recuerdo haber
visto la película cuando era niño y recuerdo, ¡como no!, el impacto de
muchas de sus imágenes. Creo que nunca podré olvidar (siempre desde mi
niñez me han perseguido esas imágenes) aquella goteante muerte de Ingrid
Bergman con el arsénico del café o la angustiosa secuencia de las
botellas de champagne terminándose en la fiesta, mientras los dos
protagonistas –ella y él- investigan en la bodega. Imágenes que fueron
archivada, para siempre, en mi especial computadora mental antes, mucho
antes, de que supiera que era una secuencia, un plano o, incluso, quién
era aquel señor que se denominaba director y había realizado tan
inquietante obra. Años después surgió en mi la duda sobre la razón
de su estreno. ¿Cómo era posible que se hubiera permitido tamaña
afrenta contra la institución familiar? La respuesta venía sola,
haciendo posible algo aparentemente contradictorio: la historia de la película,
a pesar de lo que parecía ser, era totalmente edificante y “moral”.
¿Por qué? Muy claro, sus imágenes –en apariencia externa- propugnaban
la necesidad de defender a la patria frente a cualquier hecho interno o
externo.
Todo era válido
en esa defensa, hasta mentir o ridiculizar un hecho bendecido por la
propia Iglesia dictadora de una leyes, que no eran sino reflejo de las
enunciadas por el “sacrosanto” caudillo. Lo inmoral –o, al menos,
amoral- terminaba por convertirse en moral. Todo era válido si se hacía
en aras de salvar a la propia nación acechada por tantos enemigos
exteriores e interiores. El salvar a la patria era el más preciado de los
bienes. De ahí la salvación del filme de las iras de la censura e
incluso la necesidad de propagar su mensaje.
Realmente
Encadenados no va por ahí. Es
otra cosa, que, desde luego, escapaba a las dióptricos censores. Una
frustrada y triste historia de amor, una cruel representación de cierto
universo castrante familiar, una, en definitiva, radiografía de un allí
y de un aquí donde unos seres monigotes, condenados por unas
instituciones todopoderosas, se ven obligados a mendigar un poco de paz y
de... amor. Malos seres que son pobres seres, buenos seres que esconden
una “miserable” y torpe actuación. Individuos, en fin, condenados,
“encadenados” a ellos mismos y a los otros, negados a su libre albedrío
y recogidos en la más dura de las iniquidades. No hay paraísos sino
infiernos de traiciones, de cobardías. Bello y hermoso filme que dio
nombre a una revista de hace años (el ENCADENADOS surgido en el Centro de
Enseñazas Integradas de Cheste –Valencia-) y que volvió a ser en forma
de página web convertido en este EN CADENA DOS y auspiciado por muchos de
las personas que entonces hicimos posible aquel nacimiento. Otras varias,
conocidas, recogidas, valoradas, admiradas en el camino se han unido al
proyecto. ¿Cómo, pues, no dedicar uno de nuestros “RASHOMON” a ese
maravilloso film de Hitchcock si el nos acogió y fue, igualmente, acogido
por nosotros? He aquí nuestro modesto recuerdo a un filme maestro y a un
hombre genial. A Encadenados (Notorius) de Alfred
Hitchcock.
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