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LAS MADRES DE HITCHCOCK(Madres,
madres)
Por Mister Arkadin
El destino de los
protagonistas de sus películas es siempre el mismo: aceptar los dictados de su
“dadora” –al igual que él hacía en los rodajes con sus técnicos y
actores- y buscar otras “madres” con las que perpetuar el necesario flujo
existencial. Si la ya citada Psicosis pone de manifiesto la más alta crítica a una perpetua
cadena imposible de eliminar, Los pájaros
va a plantear la búsqueda de esa continuidad necesaria. Son, ambas,
probablemente las películas más claras de don Alfredo sobre la (negatividad)
de la existencia materna. Las que mejor exponen sus pensamientos sobre la regía
figura sostenedora de la familia, castradora y educadora de las nuevas
generaciones. Una imposibilidad de liberación de una determinada forma de ser y
de conducta. El personaje interpretado por Tippi Hedren en Los pájaros es el contrapunto a la mujer opresora y oprimida (o
opresora por ser oprimida). Un intento de captar a una mujer felina y negada a
su destino de mujer como procreadora, y por tanto continuadora, de la especie
humana. Un núcleo familiar arropado por la figura emblemática y mítica de la
mater-tierra de la que todo nace y a la que todo vuelve. La rebelión de Melanie,
su nombre en la película y que luego daría a su hija, es tan inútil como el
asesinato de Norma (Perkins en Psicosis).
Sus acciones no tienen ningún sentido, no hay posibilidad de éxito. Nadie
parece que pueda cambiar lo existente. Y lo que existe es un iracundo orden
natural (?) o más bien impuesto. La madre, como gallina que acoge a sus
polluelos, arropa, ordena, manda. Melanie asustada ante tanto pájaro iracundo
no puede menos que refugiarse en el “orden” familiar y convertirse en una
nueva madre hostigadora. ¿Como puede extrañar la madre de Encadenados? Capaz de luchar con su (falsa) nuera para no perder a su hijo. Mantenedora y ordenadora de toda la vida de su hijo. Igual que luego ocurrirá con la madre de Cary Grant en Con la muerte en los talones o antes había ocurrido con el ama de llaves (una madre disfrazada) en Rebeca. Sin duda es el peor “bicho” viviente en esa obra maestra sobre –no de- amor triangular entre Cary Grant, Ingrid Bergman y Claude Rains. El perdedor nato, el condenado a muerte (o a vivir muerto) es Rains. Cazado entre dos féminas. Incapaz de romper el cordón que le mantiene unido a su despótica madre. ¡Pobre perdedor Rains! ¿Qué puede hacer si todo lo tiene en contra? Esperar la muerte ante el abandono, la soledad a los que todos le condenan. Y todo, claro, por no ser fiel a su mamaíta del alma, la que todo lo dio por él ejerciendo su ávida mirada sobre cada de sus acciones. ¡Vaya madre que le tocó en su suerte! A él y a las decenas de personajes (principales o secundarios) de las películas de don Alfredo. Todos supieron lo que es venerar y aceptar a la madre global, a la necesitada de proteger al macho de otras malas mujeres. Porque ya se sabe, y Hitchcock seriamente desde su sarcástico humor así lo puntea, la única mujer buena es la madre, las otras... O sea que si Claude Rains es “conducido” a la muerte, la culpa es de la liante mujer-mujer que representa Ingrid Bergman. Todo por no dejarse guiarte por las sensatas palabras de una madre que sólo querían el bien para su querido hijo. A pesar del declarado amor a su madre, Hitchcock, demuestra con sus películas que aquél era más bien ficticio. O quizás no sabía, a no ser a través de la ficción, como librarse de ello. Al menos podía, así, adquirir una cierta liberación personal. Seguro que por eso engordaba (de satisfacción) un poquito más a cada nueva película que hacia.
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