Razones
de amigos... y enemigos
No,
no se trata de una crítica sobre, o contra, la película de Herrero. De
eso, de su pretendido y falso valor ya han aparecido varios artículos en
números anteriores. Se trata de hablar de, unido, a los laureles
arrojados al paso de un filme tan poco interesante como Las
razones de mis amigos, tratar de enfocar otros temas que atañen a ese
gusto, o disgusto, que lleva a valorar, o desacreditar, a determinadas
producciones. El referente es casi siempre la persona sobre la que se
trata de canalizar el juicio. Hechos ha habido, y hay, en cantidad en
estos últimos meses. Pasemos revista a alguno de ellos.
Ya
se ha dicho en otras ocasiones que es muy difícil leer críticas de películas
españolas en cualquier medio o revista especializada. Leerla aquí, se
entiende. La razón es clara. La pretendida crítica es un intento de
defender o atacar (según las fobias e intereses de cada cual) al director
de turno. El caso fragante de la defensa por ciertos medios de
realizadores tan mediocres como Gerardo Herrero (sea todo lo buen
productor que se quiera) o de Ventura Pons (aunque sea una persona muy
amable) se emparenta con los ataques recibidos últimamente por José Luis
Garci (sobre el que parecen acumular las desgracias) curiosamente cuando
ha realizado la que probablemente es su mejor película o al menos la más
profesional (You're
the one). Resulta chocante y sospechoso que medios con “intereses”
en las películas de todos esos realizadores viertan sus inciensos o sus
porquerías de una forma tan singular. Creo que no les hace ni bien a
ellos, ni a los realizadores tanto ensalzados como envilecidos. Un juego
de tiros de pim-pam-pum realmente lamentable.
No
se puede entender a los cantantes
-cercanos- ensalzadores de las glorias de un producto tan
insignificante como Anita no pierde el tren. Pons, hombre de teatro, confunde textos,
ideas, lenguajes... Cree que ser original consiste en mezclar color con
blanco y negro o ficción con (la pretendida) realidad. El cine de Pons
sigue siendo tan endeble como el de sus lejanos comienzos aunque ahora
oculto por una vistosa pintura, es decir por unos textos (normalmente
obras teatrales) vulgarizadamente
culturizantes. Los que ensalzan hasta grandiosas bondades sus títulos
-insistimos- sólo se puede entender desde planteamientos claramente
mercantiles. Es la cultura de cierta aparente izquierda que no hace más
que reflejar los esquemas de la más retrograda (y alienante) derecha.
El
caso de la lapidación de Garci entra de lleno en lo mal que le cae al
articulista, copista -o lo que sea- de turno. Puede no gustar el cine de
Garci en gran parte. Pero una cosa es criticar su cine desde un punto de
una análisis objetivo y otro muy diferente arremeter contra la persona
por una u otras causas. De esa forma nos estamos separando del cine, de la
obra de quien la hecho para introducirnos en el espinoso mundo que nos
lleva a juzgar a tirios o troyanos. Podemos aplaudir (lo que está muy
bien) que Gerardo Herrero ha seguido como productor un camino importante y
olvidamos que Garci tiene una editorial en la que publica una buena
revista de cine (en su mezcla informativa-analista-mitómana) asequible al
aficionado y una colección de libros de cine algunos tan excelentes como
el estudio sobre Dreyer. Y que también dirige, desde hace años, un
programa de divulgación cinematográfica (proyección y crítica) en
televisión, aunque bien es verdad que no siempre consigue una aceptable
altura. Garci con su discutible y atípico cine (un realizador a
contracorriente como era estudiado en el número de EN CADENA DOS de
comienzos del pasado año dedicado al cine español de los 90) ha mostrado
ser ante todo un excelente director de actores así como dotar a sus obras
de un gran nivel técnico algo del que carecen casi todas las películas
filmadas por los aclamados realizadores citados más arriba. Se podrá
discutir el último Garci (y cosas hay para hacerlo), pero nadie puede
poner en duda la gran profesionalidad de You're
the one. Está claro que la manera de juzgarle se debe a sus actitudes
personales, su -discutible- sentido de endiosamiento, sus “amigos” y
“enemigos”, sus dimes y sus diretes y hasta sus amores, pero eso no
debe influir en nuestra forma de juzgar una obra.
Es
triste reconocer que en general todo el mundo cinematográfico (incluyendo
la crítica) se ajustan a modelos negociables, a la presencia de un rey,
que termina por ser siempre el dinero. No hay cultura de izquierdas ni de
derechas. La única cultura viene enjuiciada por los intereses de cada
cual, por la necesidad de salvarse de la quema en un mundo globalizado y
centrado en el dinero. Potentes grupos de presión mediáticos (todos, más
bien) tienen intereses en el cine. Algunos hasta producen y distribuyen
películas. ¿Cómo pueden ser negativas las críticas -?- que aparecen de
sus productos en sus publicaciones? ¿Cómo no será pura publicidad
encubierta la existencia de revistas de cines afines a estos medios? Una
gran parte de las publicaciones de cine se dedican al triste juego de
hacer publicidad explícita o implícita en artículos y reseñas (será
mejor emplear esa palabra en vez de análisis o/y crítica), unas porque
albergan en sus páginas -y es lo que permite mantener la publicación-
destacados anuncios de tal o cual película, otras porque tienen que
defender sus propios productos. Hay también carteleras con negocios en la
exhibición, que no tienen reparo en afirmar lo grandes que son las películas
que proyectan en los cines que coordinan (y que, en varios casos, si no
fueran a esos cines tendrían juicios más negativos) o calificarlos con números
excesivos (si juegan a ese divertido juego de poner números a las películas).
No hay error posible. El lector atento puede ser consciente, en seguida,
de la farisaica trampa numérica. Invitamos a los lectores a que antes de
estrenarse tal o cual filme pongan el número que piensan que la publicación
va a concederle (variantes, entre otras, a tener en cuenta: quién es el
director y en qué salas se va a proyectar). Juegos de juegos. Aplausos
para salas (inconsistentemente progres por el simple hecho de proyectar en
versión subtitulada) que nos martirizan de varias maneras posibles: local
cochambroso, sala de estar de un apartamento, audición sin estéreo pero
con efectos multisala -el sonido de las salas vecinas se escucha en la que
estamos-, imagen saliéndose por todos los lados de la pantalla -perdón,
minipantallas-, objetivos de distancia incorrecta, cuando no siendo
arrastrada la película de forma incorrecta... Y, para nada, estos u otros
cines (que cuestan sus buenas pesetas hermanándose todos los de la
ciudad) cuentan con comodidades... Programación discutiblemente selecta
para salas propicias a un martirio de esos, tan sofisticados, que se han
dado en llamar chinos.
Para
terminar queremos dar constancia de la nulidad de muchos lamentables -y
correosos- comentarios aparecidas acá y allá. En muchos casos,
estudiados con detenimiento, se puede anotar que los espacios son
intercambiables. Es decir, se puede sustituir en las líneas indicativas,
el nombre de la película por otra sin que el lector -y futuro espectador-
se de cuenta. Como se puede suponer no hay en esos comentarios ni una sola
alusión directa a algo concreto de la película en cuestión. De ahí a
pensar que no se ha visto la película, sólo hay un paso. Recuerdo como
hace años una publicación de estas concedía la magnanimidad de un
ostentoso 0 (es decir, huir) a la excelente Eduardo
Manostijeras.
Lo más sorprendente (se despachaba el título en cuatro líneas mal
contadas) era el final, Se decía que se trataba de una película
reaccionaria. El invisible "crítico" -y probablemente
"invisible espectador"- no podía haber encontrado una palabra más
inadecuada para “definir” el crítico y lúcido filme de Tim Burton.
Adolfo
Bellido López (director
de EN CADENA DOS).
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