No nos gustaría
tener que escribir estas líneas, pero nuestro amor por el cine nos obliga
a dedicar, mes a mes, un pequeño recuerdo a aquellos cineastas (en el
sentido amplio de la palabra) que ya no están con nosotros. Ojalá algún
mes esta página tuviera que quedarse en blanco...
ADIÓS
A UN AMIGO:
en
la muerte de Fernando Moreno
En
nuestro espacio La muerte viaja demasiado nos referimos a hombres y
mujeres que han intervenido en alguno de los “oficios” cinematográficos.
Es nuestro simple homenaje a aquellos que han hecho historia en ese campo,
pero, casi siempre, se trata de personas simplemente conocidas a través
de sus trabajos y por tanto desconocidas de forma personal. Sentimos esas
muertes pero no suponen, ni mucho menos, el impacto de la muerte de
alguien del medio y que además fue un amigo. Ahora, sorprendentemente,
nos llega una de esas muertes, la de Fernando Moreno, un gran (y efectivo)
trabajador en todos los (numerosos) puestos que ha ocupado en el mundo de
la cinematografía.
Conocí
a Fernando en los años sesenta cuando (además de trabajar en el Banco de
España) era director de la Federación Nacional de Cineclubs con sede en
Madrid y redactor jefe de la revista de cine “Cinestudio”, que
dirigía José María Pérez Lozano, después de que éste último se había
visto obligado a “ceder” a otras personas (e intereses), “Film
Ideal”, publicación que se iría convirtiendo en una especie de
sucedáneo hispano de la mítica “Cahiers du cinema”. En
aquellos años sesenta vivía en Madrid tratando de introducirme en el
mundo del cine. Allí, aparte de mis presentaciones y coloquios, trabajaba
en la Federación de Cineclubs. Un día Fernando me dijo que porque no
escribía en “Cinestudio”. Simplemente, le dije, porque nadie
me lo había pedido. Fue el comienzo de una colaboración que duró hasta
casi la desaparición de la revista en los años setenta y de una amistad
que se fue haciendo extensiva a los miembros de aquel estupendo grupo en
el que estaban también Hernández Marcos, Mercero, Garci, Giménez Rico,
Otero, Montalbán, Castaño, Ángel Llorente, Tapia... y al que poco más
tarde se incorporarían Losada, Pumares, Heredero...
En
varios festivales (especialmente en el de Valladolid) después de la última
sesión nos reuníamos la gente del grupo (con la moderación y los
brillantes aportes de Fernando) comentando las actividades del día y
“preparando” nuestro especial del festival.
Recuerdo
como si fuera ahora mismo la conversación que mantuve (y el animo que me
comunico) con Fernando cuando me fui de Madrid en mayo de 1967. Me dijo
que aquello no era para mi, que mi mundo (como así fue) estaba en otra
parte. Fue sincero y condescendiente a pesar que tome la decisión de un día
para otro y deje (de golpe) mi puesto de trabajo en la Federación. No
mostró (aunque supiera que les hacía un trastorno) el Presidente enfado
alguno aunque el “cabreo” de otro gran amigo, el Director Gerente de
la entidad (¿Te acuerdas José Luis?) llegaba hasta el Patio de Escuelas
de Salamanca, ciudad donde unos días antes habíamos estado en su
cineclub universitario entregando el premio de la Federación a Basilio
Martín Patino por su Nueve cartas a Berta. Patino había sido el fundando de aquel
cineclub. En ese momento yo era quien lo dirigía. Tengo delante de mi la
foto del acto, que reproduje en el libro que escribí hace unos años
sobre Patino (“Basilio Martín Patino, un soplo de libertad”.
Filmoteca Valenciana, 1996). Sobre el escenario del ya desaparecido cine
Gran Vía (hoy convertido en bingo) presentó a Patino. Me encuentro
hablando en la izquierda del escenario. A mi derecha y por orden se
encuentran Fernando, Patino, Albarrán y Llorente. Fernando y Ángel
Llorente, amigos, compañeros de festivales, de conversaciones, de la
revista, ya se han despedido de nosotros.
Volví
a encontrar a Fernando en algunas "Mostras" de Valencia donde
acudía por motivos profesionales, y donde nuestra revista madre (el “Encadenados”
de entonces... sin red) le entrevistó en más de una ocasión. El último
encuentro tuvo lugar hace pocos años en Madrid con motivo de una comida
de la gente de “Cinestudio”.
De
su muerte me enteré casi simultáneamente por dos medios, una nota en “El
País” firmada por Diego Galán, amigo también de aquellos
“felices” (o infelices) años sesenta, y por una llamada de Carlos
Losada. Había muerto de un ataque al corazón con las botas puestas
mientras veía en la tele una película. De su mano se había deslizado el
mando a distancia.
Hay
que añadir muchas otros “oficios” a los ya señalados. Gran amante
del teatro (llegó a intervenir en algunos papeles en su juventud), de la
música, de la opera, intervino como organizador de festivales cinematográficos
como el de Huesca y colaboró en otros como el de San Sebastián en la última
etapa de Diego Galán. Dirigió (aparte de ser Presidente de la Federación
de Cineclubs) el cineclub Aún de Madrid (recuerdo una extraña sesión en
la que logramos “sacar” de la aduana Repulsión
de Polanski para proyectarla allí, aduciendo que interesaba saber si
la federación de cineclubs se interesaba por la distribución de la película.
En cabina, junto al proyeccionista, se encontraban dos “carabineros”,
que debían estar muy sorprendidos por varias razones, pero en especial
por la cantidad de gente que asistía a la sesión y por el dinero que
cada uno de los asistentes iban dejando en la entrada -para poder pagar
los gastos de aduanas-), productor ejecutivo de Procinsa fue “fichado”
por Pilar Miro, cuando fue nombrada directora general del ente, como
productor de programas y series como, por ejemplo, El
pícaro de Fernán Gómez. Antes o después de esto (la memoria ya no
llega a ello) fue en TVE dirección de producción ajena encargándose de
programar los ciclos cinematográficos de aquellos años ochenta. Ciclos
inolvidables que jamás volverán y que todavía recordamos (Sirk, Ophüls,
Bergman, cine negro, Hitchcock, Renoir, Mizoguchi, el musical, sin olvidar
los de actores -Bogart, Tracy...- y actrices - las Hepburn...-). Nunca las
películas han estado tan bien seleccionadas, tan puestas en su lugar y en
un horario adecuado. Un intento de comunicar (de dar) cultura a un país
que tanto la necesita.
Fernando
hizo las cosas que creía que debía hacer y las hizo sin darse
importancia. Siempre fue un simple trabajador, eficaz y nada presuntuoso.
Amigo de sus amigos e incapaz de tener enemigos. Ojalá hubiera en alguna
cadena de televisión actualmente gente como él. Adiós Fernando. Gracias
por tu amistad. Adolfo
Bellido López
William
Hanna
Había
nacido en 1910. Es uno de los hombres más conocidos del dibujo animado.
Trabajo casi siempre junto a Joseph Barbera. Su serie más conocida, y
admirada por varias generaciones, es probablemente la de Tom y Jerry, personajes “animados” que llegaron a “trabajar”
(y bailar) con actores de carne y hueso como, por ejemplo, Gene Kelly.
Hanna
había nacido en Nuevo México. Estudió periodismo e ingeniería,
viviendo de ambas hasta el momento en que tuvo lugar la Depresión momento
en el que se quedó sin trabajo. Pronto, por sus dotes artísticas,
trabajo en estudios de animación colaborando en varias producciones de Loony Tunes y Merrie Melodies.
En 1937 fue contratado por la MGM un mes antes que a Barbera. Ambos
inmediatamente congeniaron y pudieron hacer posible su amplia colaboración.
En 1939 crearon el primer corto de Tom
y Jerry, la pareja enfrentada del gato y el ratón que hicieron
posible que la pareja obtuviera siete oscars por siete de sus (decenas y
decenas de) divertidas y originales aventuras.
Con
el apogeo de la televisión en los años cincuenta la pareja creo su
propia compañía. Así nacieron Los
picapiedra, el Oso Yogui, Los
Jetson, Top Cat... El grito
“picapedrero” (“Yabba daba dooo”) ha resonado en todo el mundo.
Varios de sus dibujos (como ha ocurrido con Los Picapiedra y ocurrirá
este año con Scooby doo)
se han convertido en personajes de películas con actores reales.
Hanna
y Barbera vendieron la productora que lleva su nombre en 1996 pero
siguieron controlando lo que salía de los estudios. Actualmente la
empresa forma parte de AOL-Time Warner.
Jean
Pierre Aumont
Había nacido en
París en 1909. Su verdadero nombre era Jean-Pierre Salomons. Fue actor de
teatro antes de pasar al cine. Su primera película es de 1931 Échet
et mat, de Goupillières. Se convierte en actor protagonista de la
mano de Marc Allégret en El lago de
las damas (1934). Trabajó antes de la guerra con realizadores como
Marcel Carné (Drôle de dames, Hôtel du Nord), Julien Duvivier (Marie
Chapdeleine), Marcel L´Herbier (La
porte du largue), Robert Siodmak (Cargamento
clandestino), Jean Epstein (La
femme du bout de monde). Se alistó en 1939 nada más estallar la
guerra. Fue herido en combate y condecorado. Al producirse en Francia la
invasión nazi huyó a Estados Unidos, donde se instaló en Hollywood.
Intentó volver al combate poniéndose a las ordenes del general De Gaulle,
pero la Resistencia le pidió que protagonizara dos películas de
propaganda (Assignment in Brittany,
de Jack Conway y The Cross of
Lorraine de Tay Garnett). Después volvió a Europa como combatiente
donde participó en la liberación de Roma, en el desembarco de Provenza y la campaña de Alsacia. Acabada la guerra trabaja en películas
francesas y americanas sin abandonar sus papeles para el teatro. Es
considerado como un gran seductor. En 1944 se había casado (era su
segundo matrimonio) con María Montez,
actriz dominicana de ascendencia española considerada la “reina
del technicolor”. La hija de ambos fue Tina Aumont, una bellisima actriz
que intervino en muy escasas películas. Fallecida en 1951 volvió a
casarse en 1956 con Marisa Pavan. Escribió sus memorias (“Souvenirs
provisoires”) y varias obras de teatro que obtuvieron gran éxito.
Aumont, sin llegar
a ser nunca un gran actor, fue el galán de toda una época. Desde los años
cincuenta a los años 90 siguió trabajando de una forma más o menos
asidua. Entre las numerosas películas en que intervino destaquemos Lili
(Charles Walters), Si Versalles
pudiera hablar (1954), El diablo
a las cuatro (1963) de LeRoy, La
fortaleza (1969) de Pollack. Los directores de la “nouvelle vague”
también se interesaron por él. Es imborrable su presencia como actor
homosexual en La noche americana (1973)
de Truffaut. También trabajó con Doniol-Valcroze (L´homme
au cervau greffé, 1972), Marguerite Duras (Des
journées entières dans les arbres, 1977) o Chabrol (La
sangre de los otros, 1987). En los años 90 intervino en dos películas
de James Ivory.
Burt
Kennedy
Nació en 1923. Su
actividad como guionista y director se ha centrado profusamente en el
western. Trabajó como guionista con Budd Boetticher al que le brindó los
mejores guiones para algunas de las siete películas que realizó de la
serie Ranown (interpretadas todas por Randolph Scott y producidas por
Harry Joe Brown): Seven men from now
(1956), Los cautivos (1957),
Cabalgando en solitario (1959) y
Estación Comanche (1960). También,
entre otros, escribió los guiones de Emboscada
(1959) de Gordon Douglas y Cazador
blanco, corazón negro (1990) de Eastwood. Su primera película como
realizador es The Canadians (1961)
a la que entre otras, en estos primeros años en la profesión, le
seguirían Los desbravadores (1965)
y El retorno de los siete magníficos
(1966). Entre medias realiza un curioso filme policíaco La
trampa del dinero (1966). En 1967 realiza su mejor obra, que
curiosamente tiene escasa difusión y que entre nosotros se ha podido
conocer merced a varios pases televisivos: Welcome
to hard times, western encerrado en una ciudad prácticamente
inexistente (cuatro casas incendiadas desde el comienzo) y centrada en una
serie de personajes enfrentados a si mismo y a los demás entre un
comienzo y un final señalado por la presencia de un temible forajido.
Curiosamente después de este logrado (y seria radiografía de unos
personajes y un tiempo) western, el cine de Kennedy opta, salvo pequeñas
insistencias en el clasicismo, por una obra lindante con la parodia del género.
Algo que unas veces le sale bien al director y otras no tan bien. Citemos Ataque
al carro blindado (1967), También
un sheriff necesita ayuda (1969), Un hombre impone la ley (1969), Ana
Caulder (1971), Ladrones de
trenes (1973)... Un cine, el suyo, que quiso ser ir mucho más allá
de lo que realmente fue, pero que con todo representó una manera de
explicar, acercarse al género por excelencia del cine: el western.
Stanley
Kramer
Nació en 1913.
Comenzó su labor en el cine como montador, luego fue productor, guionista
y director. Al terminar la guerra creo una compañía independiente;
“Screen plays”, que fue recogida por la Columbia al comienzo de los años
cincuenta. Las pequeñas producciones de Kramer poseía un cierto carácter
social y anti-racista. Era la suya la posición de un liberal americano
dentro de la corriente del “New Deal” del Presidente Roosevetl. Procedía
Kramer de barrio pobre de Nueva York y era hijo de emigrantes de ahí
probablemente su conciencia social. A partir de 1955 desde su sentido de
independencia dirige su primer filme, el bien intencionado pero melodramático
y superficial drama médico, No serás un extraño.
Entre las películas
producidas hay grandes obras, la mayor parte de ellas mejores por las
intenciones que por los resultados. Se atrevió, incluso, a la producción
de Sólo ante el peligro
(19552) de Zinneman, en la que se atacaba de forma soterrada la persecución
macarthista. Como director realiza sobre todo obras de temas intensos y
conflictivos, quizás creyendo que eso (incorrectamente) significa buenas
películas. Es el caso de Fugitivos
(1958) o Adivina quien viene este noche (1967), sobre temas raciales, La
hora final (1959), que habla sobre la progresión armamentista que puede
terminar con una destrucción a nivel mundial, La herencia del viento (1960), defensa del movilismo frente a la
tradición al plantear en un momento concreto, la defensa de las teorías
de Darwin, Vencedores o Vencidos
(1961) utilizando el juicio de Nuremberg como crítica al nazismo... Películas
cuyo interés en su mayoría, se reduce a contar su argumento.
Kramer también flirteo con el espectáculo: Orgullo
y pasión ( 1957), la invasión napoleónica, de tonos panderísticos,
en España. Con la comedia disparatada, El
mundo está loco, loco, loco, loco (1963), sin tener en cuenta que el
cine cómico no es pura mecánica.
Con la aventura bélica en plan comedia: El
secreto de Santa Vitoria (1969), olvidando que él no es, por ejemplo,
Blake Edwards. O, en fin, un western tan desequilibrado como Oklahoma, año 10 (1973).
Como productor
citaremos entre otras: El ídolo de barro (1950) de Robson; Hombres (1950), de Zinneman; Cyrano
de Bergerac (1950) de Gordon; Las
brujas de Salem -otro ataque al macarthismo- (1951) de Benedek; La
clave de la cuestión (1962) de Cornfield; Ángeles
sin paraíso (1963) de Cassavetes; Los
5000 dedos del Doctor T (1953) de Rowland,
Invitación a un pistolero (1964) de Richard Wilson o las cuatro
interesantes películas que Edward Dmytryk dirigiera entre 1952 y 1954,
The sniper, The iron man, The
juggler y El motín del Caine
Robert
Enrico
Nació
en 1923 en Toulon (Francia).
Sus padres eran italianos. Realizó cortometrajes entre 1956 y 1962,
momento en que rueda El río del búho
según un relato de Ambrose Bierce. Su éxito es tal que decide
realizar un cortometraje uniendo otros dos trabajos sobre Bierce. Con
actores como Lino Ventura, Jean Paul Belmondo, Alain Delon, Philippe
Noiret, Brigitte Bardot o Rommy Schenider rueda una serie de películas de
aventuras algunas inspiradas en relatos -y con guiones- de Giovanni entre
los que se encuentran Los
aventureros, Ho, o en obras, muy parecidas, pero de otros autores como El
bulevar del Ron, Les grandes gueules. Otros títulos que dirigió fueron La
belle vie, Le vieux fusil, L´empreinte
des géants, Pile ou face, La Révolution Français...
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