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Aquí no hay ninguna
duda, el título de esta mítica película de Lubitsch lo dice todo: esta
página es un bazar, donde todo cabe y cada mes tendréis que pinchar en
ella para descubrir qué sorpresa os aguarda. En esta ocasión os
ofrecemos dos artículos de dos jóvenes colaboradores que tienen algo en
común: giran en torno al cine español reciente.
a) El
embrujo de Shanghai
b) Juana
la loca
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EL
EMBRUJO DE SHANGHAI
Por
Gonzalo Toscazo
Vaya
por delante que no puedo ser imparcial ante El
embrujo de Shanghai, no puedo serlo en tanto que admiro enormemente a
Víctor Erice, admiro su forma de filmar, su contenida e ingente fuerza poética
y su incontestable maestría a la hora de sugerir sin decir, que han dado
al cine tres obras maestras universales.
El
embrujo de Shanghai iba a ser su cuarta obra maestra. Basándose en la
novela de Juan Marsé, Erice escribió un extraordinario guión (publicado
por Areté), perfectamente coherente con los temas de sus películas
anteriores (manquedad de la figura del padre, existencia de un espacio mítico,
inalcanzable, recreación de la posguerra con la figura de la
resistencia...). El proyecto fue abortado por el productor Andrés Vicente
Gómez, en un alarde de odio al cine que le sitúa con plenos derechos
entre lo más selecto de la ya desgraciadamente larga lista de productores
que han herido gravemente, violado y amputado al cine de grandes películas.
Así,
finalmente, se encargó del proyecto Fernando Trueba, un director por el
que sentía (y todavía siento, pese a todo) cierto respeto, por aquello
de que ha demostrado (en otras películas, no en ésta, desde luego)
cierto saber hacer y cierta originalidad. Sin embargo, se trata de la peor
película de Trueba en muchos años.
A
ratos, la película parece rodada por un principiante, Trueba no sabe qué
hacer y cuenta la historia con desgana, haciéndola tremendamente aburrida
y reiterativa y abusando de la voz en off, como si no se le ocurriera otra
forma de hacer avanzar la acción, así como de unos diálogos que a
menudo abandonan lo ridículo para entrar en lo decididamente bochornoso
(“la leche fría me repugna a más no poder”, dice en una ocasión
Aida Folch, en un delirio de artificiosidad, estomagancia e
inverosimilitud).
Habiendo
(y sospecho que también no habiendo) leído la versión de Erice, se te
cae el alma a los pies ante la adaptación que Trueba ha hecho de la
novela de Marsé. Recuerdo como si hubiera visto la inexistente película
el comienzo del filme de Erice, con el padre de Dani muerto entre la
nieve, el puesto de cómics de los hermanos Chacón (que aquí, sin saber
por qué, es uno y sin importancia), el mito de la tísica Susana a través
de los cristales, la canción de armónica que Finito Chacón le dedica,
la aparición del capitán Blay y el descubrimiento de la chimenea por
parte de éste. Trueba prescinde de todo ello, convirtiendo el comienzo en
5 embarullados minutos en los que se suceden los personajes y las
situaciones sin que nadie pueda comprender las causas.
Este
sentimiento del espectador que ha leído el libro de Erice (y que no),
entre la rabia, la lástima y la vergüenza, se prolonga a lo largo de
todo el metraje, en el que falta mucho y sobra mucho, falta humanidad en
los personajes y sus relaciones, sobra la aburridísima e innecesaria
historia del Kim en Shanghai, falta algún elemento lírico (o, al menos,
emotivo) que la historia pide a gritos, sobra la tópica y burda relación
amorosa entre Dani y Susana, falta ritmo...
Los
buenos actores no acaban de encontrar su sitio, como le ocurre a Ariadna
Gil o Antonio Resines, que se encuentran tremendamente limitados por unos
personajes que no hay por dónde coger. Fernán-Gómez vuelve a sentar cátedra
pese a lo limitado del personaje, los niños Fernando Tielve y Aida Folch
están muy normalitos y Jorge Sanz sigue yendo a su bola. Pese a todo, el
personaje de Forcat, no conseguido pero menos limitado, permite al buen
actor Eduard Fernández una interpretación más completa.
Sólo
la excelente fotografía de José Luis López Linares y la música de
Antoine Duhamel consuelan al espectador, en una película de un Trueba
ausente que sólo es capaz de filmar con habilidad y talento una escena:
la que, desde un punto de vista poliédrico, explica las hipótesis
sobre el asesinato del Denís. Por lo demás, un triste ejemplo de lo que
una película pudo haber sido, y lo que es.
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