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En esta sección comentaremos los filmes proyectados en la Filmoteca de la Generalitat Valenciana que difícilmente podríamos contemplar fuera de su ámbito. Son las joyas de la programación, películas raras o inencontrables, que van siendo recuperadas por los restauradores y que perviven gracias a los esfuerzos de las cinematecas, que sólo con esos rescates justificarían más que sobradamente su existencia. EL
PRIMER JOHN FORD Por
Antonia
del Rey Reguillo
Por
eso tiene tanto valor el trabajo de conservación y difusión de las filmotecas,
que nunca nos cansaremos de aplaudir. Es el caso de la Filmoteca de la
Generalitat Valenciana, que nos está ofreciendo en dos entregas la
retrospectiva JOHN FORD, UN IRLANDÉS EN EL OESTE. Esta primera parte del ciclo,
ha contado con más de cuarenta títulos, todos ellos trabajos de la primera
etapa del cineasta, que algún crítico cierra en 1947 con El
fugitivo (The fugitive). En esta
fase de su carrera se va cuajando como realizador y apuntando claramente hacia
las que van a ser las directrices temáticas y formales de su filmografía. Ford,
que había nacido con el cine, en 1985, se inició como director en el periodo
mudo (su primera película, Straight
shooting, es de 1917) y en ese ámbito aprendió a narrar desde la más pura
expresión visual. Por eso, ya en el sonoro, suele reducir a esqueleto los diálogos
de sus historias. Aunque cultivó con especial predilección el western, su
trabajo recaló en muchos otros géneros (bélico, melodrama, aventuras, histórico,
etc.) ya desde esta etapa.
Por
citar sólo algunos ejemplos, recordemos el drama familiar que se plantea en Cuatro
hijos (Four Sons, 1928), cuando
los hermanos viven la guerra en bandos enemigos; la denuncia de la hipocresía
social que supone Doctor Bull (1933);
la fortaleza moral de quien debe administrar la justicia, en El
juez Priest (Judge Priest, 1934); o la tragedia personal que se plantea en El
delator (The Informer, 1935). En
cualquier caso, ninguna de esas historias habría alcanzado la fuerza expresiva
que las caracteriza, sin el aliento poético con el que está concebida cada una
de sus imágenes. A pesar de la voluntad fordiana para hacer de su estética la
quintaesencia de la transparencia narrativa; a pesar de la aparente sencillez de
su cine, en el que la cámara parece luchar por pasar inadvertida, es evidente
el trabajo exquisito de la fotografía, el estudio riguroso de los encuadres y
de las puestas en escena, así como la hábil selección de actores para
configurar los prototipos dramáticos. De resultas de ese laborioso proceso de
preproducción se obtienen las espléndidas imágenes, por momentos tan
potentes, que parecen talladas en el mármol invisible de la pantalla. Estas características, entre otras muchas, convierten este cine en oro puro del que no se puede prescindir. Muy a pesar de sus detractores, John Ford sigue concitando el interés de todo tipo de público, incluso de aquel que dice no compartir buena parte de los valores que rezuma toda su filmografía. Porque, para contrarrestar tanto entusiasmo, no faltan los que han acusado a Ford de ultraconservador, patriotero y antifeminista. Ante esto último habría que recordar que algunos de sus personajes femeninos están entre los más interesantes de la historia del cine. Sin ir más lejos, ahí está el tratamiento que se da a la mujer en películas de esta primera etapa como La diligencia (Stagecoach, 1939) y Corazones indomables (Drums along the Mohawk, 1939). En cualquier caso, esa es otra historia que merece ser analizada con mayor detenimiento.
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