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| EL CINE SEGÚN BILLY (A PROPÓSITO DE EL CREPÚSCULO DE LOS DIOSES Y FEDORA)Por Mister Arkadin
Unos
coches de la policía acuden a toda velocidad a una mansión de Hollywood. Ha
habido un asesinato. Estamos en Sunset
Boulevard, el lugar de las grandes mansiones Alguien escasamente importante
acaba de ser asesinado. Es un guionista de segunda fila. Flota sobre una
piscina. Y desde ella, él mismo, nos va a contar (desde una aparente ilógica)
su historia. Es el inicio de El crepúsculo
de los dioses. No era realmente ese que vemos el verdadero comienzo del
filme. En el primero que se montó (el guionista-protagonista, Joe, interpretado
por William Holden) era conducido al deposito de cadáveres y allí los cadáveres
hablaban, preguntaban cosas del exterior al recién llegado, hasta que éste
tomaba la palabra y explicaba las circunstancias de su muerte. Ese inicio no
gustó en las sesiones previas al estreno y tuvo que ser sustituido por el que
ahora existe. Una lastima. El comienzo anterior explica mucho mejor el género
en el que se mueve el filme. El de ahora también lo muestra, pero lo hace de
forma más obtusa. En ambos casos, no se puede olvidar, quien relata la historia
es un muerto. Joe
nos va a descubrir lo que ha pasado. Nos llevará a conocer la razón que le ha
llevado a la muerte. ¿Quién le ha asesinado? ¿Por qué? La narración
nos invita a recorrer un largo camino por el Hollywood de los años cincuenta
por su falsa gloria, por sus prefabricadas mentiras: un mundo de
apariencias y la necesidad de sobrevivir en una selva. Gran
parte de la historia está dominada por la casualidad. Alguien es perseguido y
el destino juguetón le conduce a una extraña casa en la que se esperaba a otra
persona. Se trata de una gran mansión, casi abandonada, donde vive una actriz
en decadencia. Fue grande en los tiempos del cine mudo y hoy, en el sonoro, no
es nadie. Ha sido olvidada. Alguien, algún antiguo admirador, quizá se
pregunte si algún vive.
En
la casa ha muerto el mono de la dueña, la que ayer fue la gran actriz del cine
mudo, Norma Desmond (excepcional Gloria Swanson). Se ha llamado a un enterrador.
Y equivocadamente llega Joe. El mono muerto va a ser sustituido por un nuevo
mono. Él mismo va a elegir serlo convirtiéndose en el gigoló de Norma. Hay
que aceptar lo que se ofrece: vivir de regalos, tener todo cuanto se desea...
menos la libertad. Vivir encadenado a la vieja actriz, que necesita ser
venerada. Ella,
la gran Norma Desmond muerta en vida, sigue viviendo en las grandes películas
que ya no parecen tener ningún valor: el tiempo se ha tragado todo. Ha habido
cambios y los públicos piden otras cosas. El cine es ahora sonoro y ella fue
grande entre las grandes en el cine mudo. Escondida en sus gafas oscuras espera
el gran momento de volver a ser quien fue, de trabajar con los directores que la
hicieron grande. Escribe una y otra vez el guión que le devolverá la fama.
Pero necesita a un guionista que la ayude. Y todo surge como por arte de magia.
Sólo basta que alguien llame a una puerta y sea el hombre equivocado, pero el
necesario en ese instante. Alguien que quiere vivir el confort, la buena vida,
sin darse cuenta que eso le convierte en prisionero. De la casa encantada no se
puede escapar. La rebelión es inútil. Sólo podrá convertirse en otro mono
muerto más. Él, que ansiaba una piscina (llena de ratas cuando la contempla
vacía a su llegada), morirá en ella. En el final, limpia y llena de agua, Joe
flota convertido en un cadáver.
Hay
que ver el filme con detenimiento. Recrearse en su juego realidad-ficción, en
la mezcla de personajes (y hechos reales) con otros irreales (o inventados).
Tanto da. La película supone toda una inmersión en el cine y en la necesidad
de vender una noticia o una película. Se puede pensar que Joe equivale al
propio Wilder o que Betty con la que comienza a escribir un guión de
“verdad” y de la que se enamora, es la viva representación de la futura
mujer de Wilder. Hay detalles que así lo muestran. Pero, por encima de ello, de
su sentido “real”, lo que realmente importa es toda la “lógica”
realidad crítica sobre el mundo de Hollywood. No es de extrañar el odio que
desató en muchos productores que vieron en el filme un duro ataque al mundo del
cine. Estamos
ante un melodrama mezclado con una película de misterio. Una mujer que intenta
posesionarse de la juventud de su amante mientras su antiguo marido (el director
que la lanzó, un estupendo von Stroheim, que había dirigido a Gloria Swanson
en la inacabada La reina Kelly)
convertido en su mayordomo, la cuida, se inventa fans que piden autógrafos sin
cesar o toca el armonio en las noches, siempre impecablemente vestido, enfundado
en sus guantes blancos. Y del otro lado, la joven que desea realizar guiones,
que pasea con Joe, el guionista de segunda fila, del que se enamora mientras
camina de noche por calles que no son más que decorados de cartón piedra. Un
cuarteto de personajes que se mueven como piezas de ajedrez en busca del jaque
mate. Verdad
y mentira. Un guión que se escribe una y otra vez, cuyas hojas se extienden por
el suelo, se mecanografían y vuelven a mecanografiarse contando la historia de
Salomé. Una visita a los estudios Paramount. La presencia de Cecil B. De Mille
en el rodaje “real” de Sansón y
Dalila al que Swanson (tantas veces su actriz preferida) por un nuevo
equivoco ofrece su guión. Todo procede de casualidades, falsos entendidos. De
Mille no quiere saber nada de ese guión, ni de esa pobre mujer que ayer fue
famosa. Él, sin embargo, sigue siéndolo. Un
micrófono pasa en el plató delante de Norma mientras espera a De Mille. Es el
símbolo de su fracaso. Lo aparta de un manotazo. De pronto un electricista
lanza la luz de un foco sobre Norma. La luz hace el milagro: ES ELLA, LA GRANDE
Y GLORIOSA NORMA. Y todos en el plató la reconocen. Se acercan a ella. La
adoran. La luz que hace posible el cine le ha devuelto la VIDA. De Mille,
consciente de lo que está pasando, da la orden de que retiren el foco. Y
entonces todo vuelve a ser oscuridad. Norma vuelve a la noche. Ella ya no es, ni
tiene nada que ver, con el cine. Si
Norma mata a Joe, lo hace por despecho, por sentirse traicionada: “A una gran actriz nunca se la abandona”. Una rata debe ser
arrojada al sitio lugar habitado por otras ratas. El cadáver además flota
cerca de la “tumba” del mono. No hay vuelta atrás. El círculo se cierra.
Joe quería poseer una gran piscina. La ha conseguido. El agua que contiene le
abraza y le mece.
Gótica
y decadente, irónica y destructiva, la cinta se cierra con la representación
de la película que nunca fue. Los reporteros gráficos ruedan la bajada de
Norma por la escalera. Pero antes, el criado-director (Max) ha pedido silencio y
ha dado la orden de rueden. Norma se ve “endiosada” en su demencia por quien
cree es De Mille. Y baja majestuosa los escalones convertida en la Salomé bíblica
que acaba de cortar la cabeza de Bautista. Ensimismada, se va hundiendo para
siempre en la pantalla del cine, en la oscuridad de la sala, entre todos
nosotros. Sin duda es uno de los finales más hermosos de toda la historia del
cine. Sin exageraciones. Hay
en el filme grandes momentos además de los citados. Recordaré ese
“sugerente” (el cine como sugerencia) que muestra todas las dudas y
vacilaciones de Joe. Los dos mundos en los que se mueve. En un drugstore
ha encontrado a Nancy. Ha ido a buscar tabaco por orden de Norma. Como tarda la
mujer pide a Max que vaya en su búsqueda. En el plano triangular (Betty-Joe-Max)
veremos cómo Joe sostiene en sus manos (jugueteando con él) el dinero que
Norma le ha dado para buscar tabaco: la lucha entre la vida fácil y la lucha
por llegar a ser, por sentirse sin ataduras. Pero una cosa excluye a la otra. Bella
y hermosa, cruda y dura, cerrada y abierta es el reflejo de un filme de terror
donde la luz quiere ganar su sitio a la oscuridad o mejor la luz ilumina
EXCLUSIVAMENTE la pantalla de un cine sumido en la oscuridad. Si
El crepúsculo de los dioses podría
verse como un filme de zombis (con claras alusiones vampíricas: el beso que
sella el pacto con Norma, la mirada de Joe al cuello de Betty), Fedora puede considerarse como un filme de vampiros que intentan,
como los zombis, vivir eternamente, aunque aquí sea no por sí mismos, sino a
costa de los demás. Otro misterio, otra manera de entrar en un viejo mundo que
se desmorona para descubrir que se esconde tras sus desgarrrados decorados.
Nuevos flashbacks tratando de buscar
la razón de la verdad. Ahora serán dos puntos de vista que sirven para
“completar” el enigma en vez de uno. Un Holden envejecido por los años
trata de que una mítica actriz, siempre bella, ruede una nueva versión de Ana
Karenina. Y nadie mejor que buscar a Fedora,
que representa la eterna belleza. Por encima de una u otra respuesta, la actriz
sobre la pantalla no envejece nunca. Siempre es ella. Como siempre: joven y
deseable.
Fedora
intenta revivir en su hija. Algo imposible. Uno no puede ser otro. La vida se
vuelve contra uno. Y de los sueños se termina por despertar. Detrás del amor
que va surgiendo de Fedora hija por un galán (un real Michael Fox) estalla la
cruda realidad. Fedora hija no existe, no puede existir y por lo tanto es
incapaz de amar. Sin darse cuenta se ha convertido en su madre, que es quien la
dirige, la ordena, la mueve sobre los platós de películas cada vez más
imposibles. Nuevamente
aquí la realidad se une a la fantasía: actores interpretándose a sí mismos,
hechos o películas que existieron o pudieron existir. Y Fedora lanzada como una
intriga imposible de alguien que pudo existir pero que nunca fue. Nuevamente
casas encantadas, lugares de ensueño convertidos en terribles prisiones. En
Hollywood no reina la luz. Sólo hay oscuridad, al igual que en Corfú llueve
sin cesar. No hay paz para los que han desaparecido, para los que han intentando
ser otros. Simplemente no existen. Murieron cuando aceptaron el trato. Fedora,
la verdadera, detrás de una cortinas asistirá a su propio entierro. Todo ha
sido preparado como en una película o una obra de teatro. Es una perfecta
representación. Nada falta en tan fausto y falso decorado. Las gentes que
admiraran a la diosa Fedora de la pantalla pasan y pasan mirando el cadáver de
una mujer de intacta belleza sin llegar a saber que “ella” no es Fedora.
Nadie podría reconocer a la verdadera Fedora, convertida en una vieja arrugada,
sentada en un silla de ruedas, mirando desde el palco lo que “representa
el éxito de su muerte”. Inutilidad y frialdad. Sueño convertido en
pesadilla. No volverán a existir bailes sin fin de princesas en busca del príncipe
encantado, ni historias de amor desgarradoras, ni besos a la luz de una luna de
cartón. Todo ha muerto, desaparecido. Hasta el propio Holden, desde su
protagonismo, parece una sombra de sí mismo. Es un hombre cansado, marcado por
las huellas del tiempo, esperando simplemente su propia muerte. Al fin y al cabo
no es más, en su conjunto, que la de una determinada manera de entender el
cine. Fedora
se resiente de muchas cosas, entre otras de un mal reparto, de una estructura
demasiado afectada o forzada, pero es una excelente cierre del propio crepúsculo. Como allí, aquí también la protagonista terminará
por hacer realidad la película que nunca fue. Nunca se hará Salomé, pero
Norma interpretará su gran momento en un filme inexistente. Lo mismo que la
falsa Fedora suicidándose como Ana Karenina. Fedora-hija se convierte en la
protagonista de un filme que nunca será. Como Norma se convierte en la estrella
de una película que sin ser, es. La grandeza del arte.
Esta
claro que en ambas películas nos movemos en un cine de géneros. Algo
importante. Wilder, a pesar de lo que se cree, no ha hecho sólo películas cómicas,
incluso en su etapa de guionista (piénsese en Si
no amaneciera) se pueden encontrar películas dramáticas. Su cine, en
escritura y realización, ha sido fiel a un concepto genérico. Tanto El crepúsculo de los dioses como Fedora se inscriben en un claro sentido propio del cine de terror.
Todos los ingredientes propios del género están presentes en ambas: la piscina
llena de ratas, el mono muerto, el armonio en la noche, la casa “encantada”
(El crepúsculo de los dioses), el teléfono
escondido, alguien secuestrado, un extraño séquito, una casa donde están
prohibidos los espejos (donde los vampiros, como bien se sabe, nunca se
reflejan), una cajón repleto de guantes blancos que servirán para ocultar
continuamente las manos de la protagonista... Curiosamente
Fedora tuvo que rodarse fuera de América.
El crepúsculo de los dioses se
escondió su trama durante el rodaje bajo el irónico título de Una
lata de alubias, aunque fue admitida por Hollywood hasta el punto que fue
nominada para varios Oscar, aunque finalmente sólo tuvo tres honoríficos. Como
dato curioso, uno de los nominados fue Erich Von Stroheim. Lo era para el mejor
actor secundario. Él, una gloria del cine, no podía permitir tal cosa y llegó
a demandar a la empresa por haberle relegado a esa denominación. Stroheim era
mucho Stroheim, como actor y como director. Había sufrido las iras de Hollywood.
Fue un claro antecedente de Welles. Ambos fueron perseguidos, tratados de
anular. Probablemente Wilder admiraba a ambos y aprendiera de ellos. Más de
Stroheim que de Welles. No es extraño que le diera un papel en dos de sus películas
(en Cinco tumbas al Cairo además de en esta). Dos películas, éstas de Wilder, complementarias sobre el cine, sobre su existencia y su falsedad, sobre lo que vemos y lo que se nos oculta. Y también, ¿por qué no?, sobre el sentido de eternidad que tienen los hombres y las mujeres grandes que hicieron y hacen esas películas que nunca podrán ser olvidadas.
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