Aunque la mayoría de
los socios fundadores de EN CADENA DOS vivimos a orillas del
Mediterráneo, en Valencia, tenemos un colaborador cuyo domicilio se
encuentra a orillas... ¡del Guadalquivir!, pero su espíritu es tan
mediterráneo como el nuestro. Cada mes os invita a acompañarle en el
análisis de un tema cinematográfico de actualidad.
LA VIDA ES UNA COSA
SERIA, A MENUDO TRÁGICA, ALGUNAS VECES CÓMICA
Por
Juan
de Pablos Pons
El
humor es sin duda una capacidad del ser humano que busca destacar el lado
cómico de la vida. Como han escrito Devoto y Oli, el sentido del humor es
en el fondo una manifestación de simpatía y no de hostilidad hacia la
condición humana. Es el caso conocido del noble francés que al ser
conducido a la guillotina, tropezó con uno de los escalones del
patíbulo. Al ser sujetado por el verdugo, el gentilhombre le dijo:
“Vaya, dicen que tropezar es signo de mala suerte”.
El
verdadero sentido del humor es compasivo y no lo contienen desde luego las
manifestaciones de chabacanería, vulgaridad o grosería. Y ese sentido
del humor, vivo, original, en el fondo es una interpretación inteligente
de la realidad que nos rodea. Es el caso del cine encarnado por Billy
Wilder. Y Billy Wilder acaba de morir.
El miércoles
27 de marzo de 2002 ha fallecido a la edad de 95 años en su residencia de
Beverly Hills. Wilder era el último representante vivo del gran cine clásico
norteamericano. En realidad desarrollado por europeos como Wilder.
Creador, ideólogo y realizador de algunas de las mejores películas
producidas por la industria de Hollywood en su época dorada. Películas
geniales en las que brilla la inteligencia, a veces en películas serias,
trágicas, a veces en películas humorísticas y tremendamente cómicas.
La
filmografía de Billy Wilder (60 guiones escritos, 26 películas dirigidas
y en 14 de ellas actuando como productor) resulta ejemplar, desde
cualquier punto de vista que queramos aplicar. Pero no hay que olvidar que
los inicios de Wilder en el mundo del cine fueron como escritor. Colaboró
en los guiones de grandes películas, como Ninotchka,
Bola de fuego, Si no amaneciera o
La octava mujer de Barbazul. El siempre se ha considerado discípulo
de Lubitsch, otro gran creador europeo. Pronto se dio cuenta que lo
realmente divertido era dirigir y lo hizo a partir de 1934. Trabajó con
excelentes guionistas de la talla de Charles Brackett o I. A. L. Diamond.
Su
primera película como director fue Mauvaise
graine (Mala semilla), rodada en el año 1934. Y la última Buddy,
Buddy (Aquí un amigo) en 1981. En este film, la pareja protagonista
es un dúo perfecto que él mismo creó formado por los actores Jack
Lemmon y Walter Matthau.
Entre esos dos títulos encontramos maravillosas obras de arte como El
Mayor y la menor (1942), Perdición
(1944), Sunset Boulevard (El crepúsculo
de los dioses) (1950), Sabrina (1954),
La tentación vive arriba (1955),
Testigo de cargo (1957), Some
like it hot (Con faldas y a lo loco) (1959),
El apartamento (1960), Irma la
dulce (1963), La vida privada de
Sherlock Holmes (1970), Avanti! (1972) ó Primera plana (1973).
Es sin
duda un creador por encima de la especialización en géneros cinematográficos
y que ha utilizado la inteligencia como elemento fundamental en sus
historias. Porque una de las claves de su apabullante aportación es
precisamente su maestría como narrador de historias. Un aspecto que queda
muy claro a través de sus muy numerosas entrevistas conocidas y la
abundante bibliografía dedicada a su persona y a su obra. Es sin duda un
referente esencial para disfrutar del cine, pero también para aprender a
construir películas, escribirlas y rodarlas.
Como
afirma Fernando Trueba en su Diccionario
de Cine (1997) en relación a Wilder: “Ha creado una galería de
personajes humanos, antiheroicos, poseedores de todas las debilidades y
todos los vicios, de seres de carne y hueso. Sus películas tratan a
menudo de la corrupción, de cómo nadie está limpio, pero de que
mientras unos se ensucian por necesidad, para salir adelante, otros lo
hacen por el poder. Y para Wilder el poder es sucio de salida”.
De su
sentido crítico y de su humor hay múltiples referencias y anécdotas,
reales o apócrifas, que son contadas continuamente. Una anécdota que
parece real, y que él mismo cuenta en una de las últimas entrevistas
editadas (Conversaciones con Billy Wilder, 2000). Se trata de su encuentro con
Sigmund Freud, al que trató de entrevistar cuando era un joven periodista
en Viena.
“En
aquella época, no conocía a ningún austriaco que se hubiera
psicoanalizado. No conocía a nadie que se hubiera psicoanalizado. Era una
especia de cosa secreta. Llamé al timbre del número 19 de la calle de la
Montaña. En un barrio de clase media. La doncella me abrió y me dijo:
“El profesor, Herr Profesor, está comiendo”. Le respondí: “Esperaré”.
Así que me quedé allí sentado. El salón era la recepción de su
consulta y, a través de la puerta que daba a su estudio, se veía el diván.
Era muy pequeño. Con alfombras turcas, lleno de alfombras turcas, una
sobre otra. Y tenía una colección de arte africano y precolombino, en
aquellos años, 1925 o 1926. Me llamó la atención lo pequeño que era el
diván. (Hace una pausa). Todas sus teorías se basaban en el análisis de
personas muy bajas.
Estaba
sentado en una silla. La silla era una minucia detrás del cabecero del
diván. Alcé la vista y allí estaba Freud. Un hombre diminuto. Tenía
una servilleta atada alrededor del cuello, se había levantado a mitad de
la comida, y me preguntó: “Un periodista? ¿Es usted el señor Wilder,
de Die Stunde?” (Le había dado una tarjeta de visita). Respondí:
“Sí, tengo unas cuantas preguntas”. Replicó: “Ahí está la
puerta”. Me echó.” Fue el momento culminante de mi carrera. Le dije
“Gracias”.
Del mismo
modo que lo hizo Fernando Trueba al recoger su Oscar por Belle Epoque en 1993, todos estamos obligados a decir: “Gracias,
Mr. Wilder”.
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