Aquí no hay ninguna
duda, el título de esta mítica película de Lubitsch lo dice todo: esta
página es un bazar, donde todo cabe y cada mes tendréis que pinchar en
ella para descubrir qué sorpresa os aguarda. Este mes os ofrecemos un
amplio estudio de Sunset (Asesinato en Beverly Hills).
DE
UN OTOÑAL BLAKE EDWARDS
Por
José Mª Ródenas Pallarés
Nada
raro es que una película no apreciada por la crítica en su momento y,
aunque figure en las correspondientes filmografías, ya olvidada, se
desvele años después con la claridad de su descontextualización
respecto al momento de su estreno. La imparable mecánica del comercio y
del consumo de los productos cinematográficos tiene sus víctimas, que a
veces se salvan gracias a los actuales «cines de barrio», que eso son en
definitiva los canales de cine en las televisiones de pago y las ediciones
en vídeo o en DVD para el suburbio residencial más o menos privilegiado
del «Home Cinema», donde no se sabe por qué vericuetos de la distribución
y comercialización uno se desayuna (con diamantes) con dos títulos de
interés de Blake Edwards, Cita a
ciegas (1987) y Asesinato en
Beverly Hills (1988) con la que aquí me entretendré.
El
asesinato de un título
La
reflexión sobre Asesinato en Beverly Hills debe empezar denunciando la alegría
irresponsable con la que la distribución de las películas en España
desfigura y destroza los títulos originales, de forma que hasta puede
desorientar al presunto espectador y traicionar a la propia película en sí.
El título original es Sunset,
pero destinada a un estreno en un 28 de agosto de 1988, debió parecer un
título inocuo sin «sex» o sin morbo «appeal» suficiente para el
frustrado residente de la meseta castellana, el que se refugia en la
cavernaria sesión de cine para huir de la bofetada de fuego en las calles
de Madrid. Y así con «asesinato» más el reclamo de las míticas «Beverly
Hills» quizá aumente en atractivo y en beneficio de la cuenta de
resultados del exhibidor y de la distribuidora. Además, no basta lo de «Blake
Edwards» para atraer a los clientes, porque pocos son los «encadenados»
en el reino de las luces y de las sombras, Ars Magna Lucis et Umbrae que titularía Athanasius Von Kircher.
«Sunset»,
como todos los ESOS sabrán, es la voz inglesa para denominar la caída o
la puesta del sol, el crepúsculo, aquello que siempre ocurre geográficamente
por el oeste, aunque para que ocurra psicológicamente basta cualquier puñalada
trapera o el simple paso inexorable de los años. También puede referirse
al crepúsculo del año, el otoño, y de la vida.
Si,
además, nos parten la palabra, «Sun Set» puede ser el más antiguo y
primitivo plató de rodaje de las películas, el que construían sin techo
para dejar pasar la luz del sol, directamente o tamizada por los
cristales, y, progresando hacia una mayor perfección, con lienzos
correderos de lona para difundirla mejor sin sombras acusadas y molestas.
Se empezaron a construir tales platós ya en los primeros años del cine
mudo y del siglo XX al comenzar el desarrollo de la industria cinematográfica.
Fue el primer intento para resguardar las representaciones ante la cámara
del «ruido comunicativo» causado por los espontáneos callejeros
dispuestos a «chupar plano», lo que tantas veces les ocurre ahora a los
reporteros de televisión.
En
esos platós primitivos, al incorporar la iluminación eléctrica,
sustituyeron los techos de cristal y dispusieron los emparrillados desde
los cuales se suspendían las baterías de focos. Y ahí estaba la razón
por la cual no aparecía en pantalla el techo de los interiores hasta que
llegó el díscolo Welles, Orson, y los techos, reales o falsos, quedaron
visibles dentro del encuadre.
Ambas
acepciones («Sunset» y «Sun Set») están referidas implícitamente en
esta película de Blake Edwards, en cuanto se da la acción y los
personajes del género rey, o sol, del cine en sus primeras décadas, el
«western», ya en 1988 convertido en un género decadente; y en cuanto se
aluden y representan las formas de rodaje de la década de los años diez.
Como
curiosidad, consultando la IMDB se abre un lista de más de 60 películas
en cuyos títulos aparece al palabra «sunset». Entre ellas una de las
obras importantes de Billy Wilder, Sunset Boulevard (El crepúsculo
de los dioses, 1950), con Gloria Swanson, en el papel de una diosa del
cine mudo en su crepúsculo, el de la diosa y el de toda una época del
cine.
Para
analizar y valorar este Asesinato en Beverly Hills de Blake Edwards, no se puede echar en
saco roto, pues, que su título original fuera el de Sunset, con todas sus posibles denotaciones y connotaciones.
Créditos y
secuencia inicial
Por
los títulos y los créditos sabemos que Sunset
está basada en una «story» de Rodney Amateau, y que el guión también
es del propio Blake Edwards, con lo que su responsabilidad crece al poner
en escena lo que él mismo ha desarrollado y estructurado en el guión.
Tales
créditos pueden pasar inadvertidos porque aparecen –en amarillo–
sobre las imágenes de una brillante secuencia inicial que rememora la
belleza plástica y la emoción más primaria e inocente del, para tantos,
gran género del cine, el «western»
En
la loma los bandidos que acechan, la diligencia por un camino tortuoso
levantando el polvo de la pradera, la «chica» que grita asustada y el «cowboy»,
el «chico», que aparece sobre el soberbio caballo blanco, todo en la
horizontalidad dinámica del más sabio CinemaScope, con la brillante
nitidez de una contrastada fotografía que juega con la luz solar sesgada
en las horas previas del crepúsculo («sunset»).
Los
canales del estéreo «surround» se inundan con la peculiar «coloratura»
de la música de Henry Mancini, incisiva y definitoria a lo Dimitri
Tiomkin. Todo para que uno se crea que lo que está viendo es una
resurrección y que vamos a introducirnos en una historia del Oeste cuando
ya no tenemos otra ocasión de ver aquellas historias si no es por el caso
de una reposición o por la revisión en una cinta de vídeo.
Y
cuando te has creído la secuencia, con el triunfo audaz del «chico» y
la definitiva desaparición de los créditos..., «–¡¡¡Cooorten!!!–».
No estamos en el Oeste, sino en un rodaje de una película. Éste,
entonces, cuasi setentón Blake Edwards jugando de la misma forma que con
su querido Hrundi (Peter Sellers), veinte años antes, en el comienzo de The
party (El guateque, 1967). Lo diferente aquí en Sunset es la ausencia de los lanceros bengalíes de su Majestad, al
son de las gaitas escocesas, y que no exista ni el decorado ni la voladura
de un fuerte. Lo análogo será, como en The
party, y de algún modo metafórico, el que todas las falsedades e
incongruencias de la industria y de la burocracia del incipiente cine de
la primera década del siglo XX salten por los aires los decorados y las
historias falsas, en el transcurso de lo contado y en la anécdota casi
final donde el banquete en el que se entregan los ¿Oscar? (el anacronismo
está servido) se convierta en un espectáculo de acrobacia circense que
se resolverá con los modos y maneras del más rabioso e hilarante «slapstick»,
que es una forma muy sana para liberar los instintos incruentos e
imaginativos de la destrucción surrealista. Si en Sunset
el destrozo lo es de la industria de la primera década, por extensión y
deducción ésa es la parábola que se debería aplicar en tantas décadas
de cine, sobre todo, de Hollywood. Toda entrega de los Oscar, y de César
y de Goya, sus prolegómenos y sus desarrollos, es susceptible de
entenderse como el fundamento de un continuo «slapstick». Para curarse
en salud, para evitar represalias, éste, entonces, cuasi setentón Blake
Edwards juega con las historias que se cuentan de aquel cine
inmediatamente anterior a su nacimiento y a su propia puesta de escena en
la vida, la que le tocó.
El
«slapstick» nos es aquí una novedad en Blake Edwards. Su película
anterior, Blind Date (Cita
a ciegas, 1987), está resuelta con los constituyentes y los recursos
de un género que arrancan de las teatrales «varietés» francesas, del
genial Georges Meliés y de su exportación a los Estados Unidos por parte
de Mark Sennett. The party (El guateque,
1968) era un «slapstick» con la sublimación del indio de India Hrundi y
su sabiduría yóguica. En Experiment
in Terror (Chantaje contra una
mujer, 1962) el «slapstick» queda citado y homenajeado con la
proyección de una secuencia en el cine a donde acude el soplón de la
policía. En la mismísima Breakfast
at Tiffany’s (Desayuno con
diamantes, 1961), en la aglomerada fiesta –un «party»– en el
apartamento de Holly Golightly están los componentes para el disparate y
sólo faltan las bofetadas y bastonazos.
Entrelazamiento
de personajes
Si
la interrupción del rodaje con el «–¡¡¡Cooorten!!!–» marca el
final de la primera secuencia, no cortará, con todo, ni la temporalidad
representada ni el ámbito de la acción. Seguiremos ante la simulación
de los últimos años de la primera década y seguiremos con una historia
que se inscribe dentro del contexto de la primeriza industria cinematográfica,
con su organización y con sus historias verdaderas «mentira más,
mentira menos».
Seguiremos
con el actor de la primera secuencia, que no es otro que el mismísimo Tom
Mix, el legendario pero real Thomas Edwin Mix, guionista, productor,
director y sobre todo actor de cine, nacido en 1880, que según la IMDB,
entre 1909 y 1935, participó en 312 películas, incluso en algunas de las
dirigidas por el propio John Ford... Seguiremos con el actor Tom Mix, que
no es el actor real sino un personaje interpretado por el entonces, 1988,
joven actor Bruce Willis, el que saltara de la televisión al cine con Blind
Date (Cita a ciegas, 1987) de la mano del propio Blake Edwards, con faz de
muñeca hinchable, tal como Tom Mix el de verdad aparece en tantas fotos
de archivo.
Representar
a Tom Mix es una alusión al incipiente «star system» fraguado en las
primeras décadas de la industria cinematográfica; es un recuerdo al «glamour»
de una época y de un género y a la arrebatadora repercusión de un
guaperas sobre las «fans», con el cine como ese teatro mecánico que
conquistó las masas populares arrinconando el teatro burgués, exponente
de la alta cultura de las clases adineradas.
El
«–¡¡¡Cooorten!!!–», además, marca el sometimiento de la fantástica
representación y de su «héroe» a los designios de la oculta instancia
que gobierna y determina qué es lo que se hace y qué es lo que no se
hace en el cine. Es la voz de mando en el rito del rodaje de una película
y, aquí, la transición para que comparezca ante los espectadores Alfie
Alperin, el dueño y mandamás de los Alperin Studios, el personaje
interpretado por el actor Malcom McDowell, el mismo que interpretara al
brutal Alexander DeLarge, ‘Alex’, de la mano de Stanley Kubrick en A
Clockwork Orange (La naranja mecánica,
1971).
La
elección de Malcom McDowell para representar a Alfie Alperin pudo ser uno
de los azares del «casting» correspondiente, pero su perversa mirada, su
extravagancia gestual enmascarada bajo los albinos matices de su
encanecida cabeza, su ambigüedad entre el comportamiento como «gangster»
de la producción cinematográfica y sus dotes de saltimbanqui circense
indican al menos una intencionada labor de dirección escénica, acaso un
designio muy expreso en la búsqueda y elección de un actor con el cual
vengarse, por parte de Blake Edwards, de esa raza peculiar a la que
pertenecen los productores de cine y que ya quedaron retratados en The
party y más ferozmente en S. O.
B. (SOB/Sois honrados bandidos,
1981), anagrama mejor traducido por «sois unos hijos de puta».
Alfie
Alperin, presentado ya Tom Mix, introducirá en el «slapstick» mental a
otra mítica personalidad del «western», a Wyatt Earp, un legendario
pero histórico comisario («marshall»), para que asesorase al propio Tom
Mix en el papel estelar como intérprete de tal Wyatt Earp, en un filme
sobre el célebre duelo tan recurrido dentro del género como es el de O.
K. Corral, tantas veces contado: por John Ford en My Darling Clementine (Pasión
de los fuertes, 1946); por Anthony Mann en Winchester 73 (1950); por John Sturges en Gunfight at the O. K. Corral (Duelo
de titanes, 1957); otra vez por John Ford en Cheyenne Autumn (El gran
combate, 1964); de nuevo por John Sturges en Hour of the Gun (La hora de
las pistolas, 1967) una secuela de Duelo
de Titanes; por Frank Perry en Doc
(1971); más recientemente por George Pan Cosmatos, en Tombstone (Tombstone, la
leyenda de Wyatt Earp, 1993) y por Lawrence Kasdan en Wyatt Earp (1994).
El
personaje histórico del comisario Wyatt Earp ha sido interpretado en el
cine por actores tales como Henry Fonda, Will Geer, Burt Lancaster, James
Stewart, James Garner, Harris Yulin, Kurt Russell, Kevin Costner... Aquí
Blake Edwards, o los demonios del «casting», se decide por James Garner,
acogiéndose a los rasgos iconográficos ya consagrados pero con notables
diferencias, las propias aportadas por el propio actor en el cine y en la
televisión, en la que ha intervenido tantas veces además como productor
y director de series.
En
acción, pues, Tom Mix-Bruce Willis o el contratado como estrella
asesorada, Alfie Alperin-Malcom McDowell o el inductor de la brillante
–perversa– idea, Wyatt Earp-James Garner el histórico asesor de una
producción cinematográfica que aprobará la ficción conforme a la
adecuada representación de lo histórico... «mentira más, mentira menos».
Si
sobre este terceto descansa el desarrollo de la acción, no faltará que
de forma breve y episódica también comparezcan otras estrellas de la época
referida, tales como Roscoe ‘Fatty’ Arbuckle, Douglas Fairbanks, John
Gilbert..., revividos por actores de los 80.
El
cóctel está así preparado a modo de «slapstick» mental, de ideas,
para que se vea el chirrido del cine como industria, de su historia y de
sus fantasías; para llevar a primer término fotográfico, narrativo y
reflexivo, quizá, la inadecuación entre la verdad y la leyenda, la
realidad y su ficción. Y obsérvese el laberinto mental al que nos
sometemos al hablar del cine mudo de los años diez puesto en escena a
finales de los años 80.
El
resultado es como para no creérselo, nadie ni el propio Blake Edwards,
todo lo contrario a como lo hacen tantos directores que quieren hacerle
creer al espectador la verdad, profundidad y trascendencia de todo aquello
que muestran y cuentan, deseando transmitirle esa falacia de que el cine
muestra la vida verdadera.
Concatenación
de géneros
Si
la secuencia inicial resulta un capotazo a las expectativas de cualquier
cliente espectador de cine, ingenuamente podríamos pensar que Sunset
derivaría hacia una peculiar forma de recorrer el mismo camino que François
Truffaut alzó con La nuit américaine
(La noche americana, 1973), con aquel acto de fe sobre las huellas de
la vida transferidas a una fabulación; que Sunset nos mostraría los resultados del cine en el cine. Pues la
verdad es que de esa película, en la que Tom Mix hace de Wyatt Earp
asesorado por el «real-ficticio» Wyatt Earp, sólo se ven algunos
ensayos y algunos breves momentos del rodaje con aquellas cámaras sin
motor accionadas con la manivela a mano, cacofónica y con retruécano la
forma ésta para describirlas.
Sunset
nos apartará del «western» y del posible documental de cómo se rueda
una película de ese género el hecho –aquí sí– de un asesinato,
perpetrado más entre y tras los practicables de los decorados que ante la
cámara, pero lo suficiente para que el «western» se nos transforme en
una película de detectives, pluriempleados entre lo que debería ser la
acción de la película propuesta por Alfie Alperin y la necesidad de
aclararse ante lo oscuro hecho que terminó en homicidio. Los detectives:
Tom Mix y Wyatt Earp. Estamos ya en la película de acción detectivesca,
y en un «thriller» con todas las de la ley, en un ámbito del «western»...,
un juego para confundir la realidad ¿falsa? y la ficción ¿verdadera? Un
complejo juego dentro de las claves del enredo de la comedia, con los
constituyentes del «slapstick», a la búsqueda y reconocimiento –anagnórisis
lo llamaban los retóricos– del ‘auténtico’ malvado, que no será
otro que Alfie Alperin, el productor y jefe de los Alperin Studios,
saltimbanqui circense con sus locas ideas sobre el cine.
Al
cinéfilo ortodoxo de los géneros todo le parecerá un guirigay y una
falta de respeto hacia las modalidades más o menos tradicionales de la
narración. Pero lo que efectivamente pone en entredicho Blake Edwards es
la cuestión de la verdad de las narraciones como acto, forma y estrategia
de comunicación; lanza al torbellino la supuesta coherencia de los géneros;
pone en evidencia el cartón piedra –la verdad– de los decorados
–falsos– como si Sunset
fuese la carga de dinamita que el indio de India, Hrundi, activase en The
party llevándose por los aires al costoso fuerte resultando, además,
fallida la costosa toma de cámara.
Podrá
parecer que el trío interpretativo –Bruce Willis, James Garner y Malcom
McDowell– se toma el juego de forma nada comprometida en un ¡vamos a
divertirnos! patente, sin creerse ni la historia ni los personajes, pero
precisamente ésa sería la tesitura que conscientemente Blake Edwards les
exigiera por coherencia con todo el desaguisado de la concatenación de géneros
y de niveles de realidad analógica referidos en la representación. Como
contraste, las fastuosas recreaciones de los ambientes y decorados de los
años 10, en los que se incrustan con toda intención aparatosos
anacronismos (los luminosos de neón del Candy Store, la escopeta sin
retroceso que es... una fregona de cocina de última generación, la
camiseta negra con flores bordadas de Tom Mix); las relevantes
interpretaciones de actores para algunos de los personajes secundarios,
algo tan propio de Blake Edwards en tantos trabajos en los que llenó con
la intensidad del drama la ligereza de la comedia, dotándola de
profundidad, de emoción y de sonrisa.
Así
Sunset puede entenderse como un
ejercicio muy consciente y muy coherente de una fe en el cine con el credo
voluntariamente, rabiosamente cambiado, en sus correlaciones de amor y de
odio, de justicia y de venganza, como si con las certezas del negativo
fotográfico se quisieran cambiar las falsedades del positivo. Se le
achacará a Blake Edwards, por alguna de las líneas de la crítica de los
80, las evidencias del decaimiento o de la senilidad. Pero la revisión en
2002 de este Sunset de 1988 me
invita a pensar más en la rabia virgen e inocente de una progresía
adolescente alcanzada en la madurez otoñal, el sol también brilla en su
ocaso.
Ficha
filmográfica:
Asesinato
en Beverly Hills
(Sunset)
Intérpretes:
Bruce Willis (Tom Mix), James Garner (Wyatt Earp), Malcom McDowell (Alfie
Alperin, Jefe de Alperin Studios), Mariel Hemingway (Cheril King)...
Producción: Hudson Hawk Film y ML Delphi Premier Productions para
TriStar Pictures, EE. UU., 1988.
Guión: Rodney Amateau (arg.) y Blake Edwards
Dirección: Blake Edwards
Diseño de producción: Rodger Maus
Dirección Artística: Robert Y. Haman
Fotografía: Anthony B. Richmond (Technicolor, Panavisión, anamórfico)
Música original: Henry Mancini, y Black
and Tan Fantasy por Duke Ellington y su orquesta
Montaje:
Robert Pergament
Sonido:
Dolby Stereo (Surround)
|