Como
todos los meses, una vez más os invitamos a mandarnos vuestra
correspondencia, bien con comentarios de películas, bien con
sugerencias o para preguntar aquel dato que hasta hoy no os habíais
atrevido a preguntar a nadie. Os contestarán Mr. Arkadin y el Señor
Kaplan, dos perfectos caballeros.
Alicia
Mediero
Pues
me alegro que te haya gustado Monster’s
ball. Al decir de la crítica es muy importante. Tanto que la
pantalla estalla de impotencia (quiero decir de importancia) creadora.
Mi opinión está en la crítica que me ha tocado hacer y que parece en
otra sección. Verás que no me ha gustado. El actual cine
norteamericano importante me parece hecho con el mismo aceite. Termina
oliendo demasiado a quemado. Ideas a cientos introducidas como sea.
Personajes tipos, más bien arquetipos, que no son más que ideas más o
menos tópicas o sabidas. Todo esto además procede de un cine (mal
llamado) independiente. Entre En
la habitación y este filme no hay demasiadas diferencias. Ambos,
impersonales a tope, podían haber sido realizados por la misma persona.
Eso sí, son muy, pero que muy importantes. Dicen cosas a la velocidad
de... una tortuga e insisten en ellas para que el espectador salga del
cine convencido de que ha visto algo muy, pero que muy profundo.
Ismael
Dicerín
Fincher
es un embaucador total. Al igual que en aquella cosa del “juego”
extraño en el que Michael Douglas se veía inmerso, La
habitación del pánico intenta ser una reflexión sobre el valor de
la propia representación. Pero ¿es que acaso son otra cosa, que esa,
los filmes de este realizador? La verdad es que no. Lo que ocurre es que
en unos su vaciedad o supeditación a la técnica se le nota más que en
otros. A mí no sé por qué, el director de la cacareada Seven
me recuerda a Cimino (hablando de Cimino habrá que recordar que
este filme se asemeja a uno suyo, poco interesante por otra parte, que a
su vez se basaba en Horas
desesperadas de Wyler). Quizá por el afán desmedido de uno y otro
por explicar, o creerse, los amos del actual universo cinematográfico.
Y, creo, que, jueguecitos aparte, no es para tanto. Como en The
game, en esta cosa (¿en el resto no?) se toma en vano el nombre de Hitch. Tan en vano que confunde su profunda reflexión sobre el ser
humano en vacía (inútil y rebuscada) técnica. Su sentido el
sorprender descaradamente pero sin que tenga que ver, para nada, con la
historia que cuenta. Descarado tributo a un cine comercial, guiñolesco
pero de dudosa calidad. Unos y otros (tanto los que intentan deslumbrar
con su técnica al servicio de nada como los que convierten personajes y
acciones en ideas respetables) se han erigido en los pilares del (peor)
cine norteamericano actual. Seven será la culpable de muchos de los males del cine cercano,
pero American Beauty
tampoco se queda corta en ello.
Isaac
Aniceto
Dos
temas sacas a relucir. El primero, el de la nueva obra de Zambrano, vía
televisión; el segundo, el del éxito (en USA y muchos nos tememos que
aquí también) de La máquina del
tiempo. La verdad es que no sé que tiene que ver una cosa con la
otra. Probablemente será porque el filme inspirado en la obra de Wells
tenga mucho de televisivo. Más que de televisivo te diría que de lobo
disfrazado de oveja, es decir de serie B pasado por serie A. Película
torpona y elemental hinchada a base de efectos especiales, para que se
vea que ha costado bastante. La verdad es que prefiero aquel viejo (e
ingenuo) filme del mismo título y que pasó, como lo que era,
discretamente por las pantallas. El triunfo del actual sólo se puede
entender por la supremacía del videojuego. Mira, si vamos a hablar de
pequeñas peliculitas prefiero cosas (insípidas si quieres pero
realizadas con cierto toque añejo) como La
venganza del Conde de Montecristo. Lo de Zambrano es otra cosa.
Impactante y necesario retrato de una sociedad que está ahí y que se
desconoce. Parece un documental de investigación de esos que suelen
ofrecer algunas cadenas. Pero sólo lo parece. En Padre
Coraje hay mucho más que un proceso de venganza o de resolución
policial. Se trata de mostrar un retrato fiel de unos hechos, una ciudad
y unos personajes. Estamos muy lejos de una serie o película
detectivesca fascistoide. No, se trata de mostrar unos personajes,
documentar lo que ocurre (y quiere ser ignorado) en la trastienda de
cualquier ciudad española. Mirada lúcida, serena y en la que se evita
cualquier trampa sentimental. Algo que el tema, en sí, daba para ello.
No haber caído en esa trampa es prueba del valor del director.
Cristobal
Erasto
Pues
menuda le ha caído al señor Trueba. La crítica en su conjunto ha
arremetido contra su poco confortarte viaje de posguerra a un imaginario
Shangai. El oscarizado director echará la culpa a los amigos de Erice,
que deben ser enemigos suyos. La razón: haberse comprometido en un
proyecto que no era suyo y sí de otro. Mirados ambos guiones (el de
Erice se acaba de publicar) se puede comprobar la distinta forma de
acceder al mundo de Marsé. Aparentemente se trata de lo mismo, pero en
realidad las cosas no van por ahí. El mundo de la imaginación y de la
locura no son exactamente una exaltación cinéfila. El plano recurrente
que había previsto Erice (un combatiente tapado por la nieve) hablaba
de guerras perdidas y de combatientes anónimos perdidos en cualquier
lugar. En Trueba hasta el juego que se trae con Ariadna Gil suena a eso:
la reivindicación del cine como forma de estar -o sostenerse- en la
vida. Trueba nunca ha sido santo de mi devoción. Ni siquiera Belle epoque me parece algo más que una simple gracia sostenida por
un guión que repite o se muerde la cola. Las historias de las tres
“gracias” eran idénticas en su desarrollo. El
sueño del mono loco era una floritura intelectualoide de armas
tomar. Sé infiel y no mires con
quien, la adaptación de
una comedia teatral que trataba de dinamizar (en un horripilante scope)
en un frenético (pero menos) ritmo la tonta obra original. Poco bueno
se puede decir del Two much descalabro
de los grandes. Otro fiasco fue su anterior La
niña de tus ojos. Hoy, ante la muerte de Wilder, se puede
contemplar la gran diferencia que existe entre el maestro y el que se
llamaba su discípulo. Trueba tiene ideas, eso nadie lo pone en duda,
pero a la hora de convertirlas en imágenes la cosa ya no está tan
clara. Eso sí, y eso le honra, está (o estaba) dispuesto a defender su
obra frente a quien fuera. Y si no que se lo pregunten a Diego Galán,
quien hace años fue obsequiado con un cubo de agua por parte del
realizador al osar atacar una de sus primerizas obras de Trueba, Mientras el cuerpo aguante. Pues eso mismo...
Vicente
Amiera
Seguís
unos y otros intentando que me monte en el nuevo vehículo de Almodóvar.
No lo conseguiréis. Puedo entender que haya dado un paso adelante en su
cine. Que intente hacer algo distinto. Lo que ocurre es que no me creo
nada de lo que allí ocurre. Ni las situaciones, ni los personajes.
Incluso, creo que es un mal chiste (o una mala sugerencia, según se
mire), el que la violación de la chica durmiente (y luego despierta ¿por
su frustrada maternidad o apertura al sexo incógnita?) se insinúe a
través de la falsa (y horripilante) película que nuestro enfermero ha
visto en la Filmoteca
(¡vaya cosas que ponen en ese sacrosanto lugar de reuniones fílmicas!).
Y si esta situación, como otras (el encuentro en el concierto con el
escritor viajero) son increíbles (apunta la visita a la cárcel para
poder ver al amigo encarcelando), los personajes lo son mucho más. Ahí
está la torera de tronío (que se muere), la bailarina (que no se
muere), el periodista llorón y el enfermero (supongo que por
correspondencia). Lo que sorprende es que alguien pueda admitir tal
cantidad de desaguisados para llegar a unas conclusiones o, mejor, a una
tesis apriorística. No es mala idea la de hablar del machismo o de la
anulación de la mujer por medio de dos féminas en coma. Se les habla y
ellas escuchan sumisamente, por su condición, y por tanto no responden.
¿Hay quien de más...? No obstante, Almodóvar se empeña en dejar
claro (por la cantidad de veces que lo dicen sus personajes) que el tema
del filme es la soledad. Existe, claro, pero a pesar de la insistencia,
no es lo más relevante. No me dices nada de los diálogos, de lo
irrisorios y forzados que resultan en más de un caso.
Adrián
Forester
Una
mente maravillosa no
es que fuera la menos mala del listado final de los Oscar. Simplemente
es un pésimo filme, quizá el peor de todos los que concurrían a la
estatuilla. Ni siquiera se trata de indagar en la personalidad del matemático
que recibió el premio Nóbel. Simplemente se cuentan cosas, aparecen
personas que debieron existir, y se trata de plasmar (mal) la dualidad
del personaje. Ni siquiera dan juego (más bien lo contrario) los
momentos que se desarrollan en la época de la guerra fría. De un
director como Ron Howard se podía esperar bien poco. Menos si, como en
este caso, cree encontrarse ante una película “importante”. Larga e
insufrible, es lo suficientemente tramposa para haberse llevado los
premios mayores en la feria de los Oscar. La industria, como casi
siempre, es la que ha dictado sus leyes.
Paquita
Mirial
Confiesas
tu admiración incondicional por los Coen. Estás en tu perfecto
derecho, pero realmente hasta ahora sólo su talento se ha mostrado en Fargo. El resto de su obra es tan discutible como este El
hombre que nunca estuvo allí. Los listos hermanos pasaron por allí,
como casi siempre, tratando de imitar un determinado tipo de cine. Lo
que ocurre es que a mitad de metraje (y en esta película es algo muy
claro) se les suele acabar la inventiva (salvo en Fargo).
Lo suyo es, ha sido, beber en parte en el cine negro. De una u otra
manera todas sus películas se orientan hacia ese genero, incluso en
algunos casos, como en sus cacareada Muerte
entre las flores, se copia
de forma descarada una conocida novela (no acreditada en el filme) de
Hammet. Luego estaría su intento de introducir el humor en las películas.
O más bien de tomar el pelo (algo que en esta película viene de
perillas) a unos y otros. Es lo que a veces nos lleva a detestar un cine
en el que sus autores parecen mirarse el ombligo al tiempo que (sin
desmitificación) posible inciden en sus juegos personales. En su último
título hay veces que no se sabe si estamos ante una película seria o
fundamentalmente irónica. Difícilmente se puede concluir que los
pensamientos (in)trascendentes del protagonista sean “importantes” o
formen parte de ese sin sentido de esta película tan tópica como
demencial. Se salvan algunos apuntes (la imposible joven pianista, por
ejemplo), la atmósfera del relato, pero la historia es rocambolesca
como ella sola. Da la sensación que no han entendido en ningún momento
cuál es el verdadero sentido del cine negro clásico. Por cierto no
dejarás de reconocer que el señor Thornton (aquí igualito a Bogart)
se está creando el prototipo de hombre atormentado. Ya se sabe quien
deberá interpretar a cualquier personaje amargado que protagonice
“profundas” (y de “calidad”) historias fílmicas en Hollywood
(si son de cine “independiente” mejor que mejor).
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