Como cualquier
revista que se precie, la nuestra también tiene su sección dedicada a
las bandas sonoras. Habitualmente correrá a cargo de Juan Francisco Álvarez, un mozo con muy buen oído... como
podréis comprobar en cuanto se quite los cascos y atienda las llamadas
telefónicas que le piden, insistentemente, su crónica musical para este
número.
LA
MÚSICA DE LYNCH
Por
Juan
Francisco Álvarez
El
universo sonoro de David Lynch es un tanto complejo y muy particular. Si
bien, junto con Angelo Badalamenti ha creado uno de los binomios más sólidos
del panorama cinematográfico actual, los principios de Lynch fueron un
tanto inciertos.
Sus
primeros cortometrajes fueron un caos musicalmente hablando. The
Alphabet contó con canciones escritas por el propio Lynch, una faceta
que luego continuaría en sus largos, pero sus otros cortos y a pesar de
los éxitos que obtuvo con ellos o no contaban con música o se debía a
grupos desconocidos, como es el caso de The grandmother con música
de Tractor.
Cabeza
borradora, su opera prima, cuenta con música (o mejor dicho, sonido
ambiente, por no llamarlo ruido puro y duro) no original, es decir,
compuesta previamente, por el actor-compositor-pianista de Jazz, Thomas
“Fats” Waller. Lynch, gran amante del Jazz, recurrió a unas cuantas
piezas de este malogrado compositor (murió en 1943 a los 39 años de
edad) y junto con Peter Ivers escribió canciones originales para
completar el apartado sonoro de esta inquietante historia. Tanto la música
no original como la original de este film, se acoplan perfectamente a la
historia, sin embargo, no dejan de ser sonidos estridentes, ruidos metálicos,
canciones obsesivas que, aunque son el germen del universo que creará
David Lynch, carecen de la calidad y buena factura que sí sabrá darle
Angelo Badalamenti posteriormente.
Tanto
en sus cortos con música como en este su primer film, Lynch juega a ser
Dios, componiendo, con más pena que gloria, las bandas sonoras de sus
creaciones. La edición discográfica que salió al mercado de este film
cuenta con extractos de las composiciones utilizadas de Thomas “Fats”
Waller y con una de las canciones de Ivers y Lynch. Sin embargo, el
compacto recoge esta música solapada, a todos los efectos de sonido y diálogos
que acompañan a las escenas. El interés por este CD únicamente se
justifica en personas curiosas o fieles seguidoras de la obra de Lynch.
Después
de tres años de inactividad, Lynch vuelve a la carga con El hombre
elefante. Para la música cuenta con John Morris, habitual compositor
de los trabajos de Mel Brooks que es aquí el productor del film, que
compone una de sus partituras más logradas y recrea perfectamente ese
ambiente agridulce que está presente en toda la película. La farsa o
pantomima de las ferias que van de pueblo en pueblo mostrando las
desgracias de la naturaleza o las curiosidades más insólitas para así
ser la burla y el hazmerreír de todo el pueblo. Pero también está
presente ese toque clasicista de la sociedad londinense de finales del
siglo XIX, música de época. Música que expresa soledad, tristeza, rabia
contenida, incomprensión y que repentinamente salta con un organillo a la
música de feria con unas tonalidades burlescas, de farsa y de la
mediocridad de la sociedad aquí retratada. El vals que acompaña a la
fiesta de presentación del hombre elefante a la sociedad, o la música de
circo que está presente en sus episodios de feria tras feria, son dos
claros ejemplos de esta gran composición.
Cuatro
años después y por encargo, Lynch se ve inmerso en la gran superproducción
Dune. Lynch trabajó atado de pies y manos dado que no se le dejó
hacer el film que él hubiese querido. La música responde correctamente
al film. El grupo Toto (formado por los hermanos Porcaro, David Paich y
Steve Lukather) supo llevar a buen puerto las peticiones de Lynch al
recrear una música futurista con cierto aire de Shostakovich. La recreación
musical que se hace para esta excelente obra de ciencia-ficción de Frank
Herbert tiene momentos
grandiosos, como la exaltación con un potente órgano del Baron Harkonnen
flotando por los aires y especulando contra la casa Atreides, o el bellísimo
tema de amor Paul metes Chani, con el que Kyle MacLachlan y Sean Young se
conocen y enamoran en el desierto de la especia Melange. Aunque la película
fue en su día un autentico fracaso, despreciada por el propio Lynch y muy
atacada por la crítica, actualmente es considerada una película de
culto, y su banda sonora no lo es menos, pues a una edición normal, le
siguió una ampliada con más música y se puede decir que ambas son muy
difíciles de encontrar en el mercado por la rapidez con se vendieron y
agotaron.
Pero
Lynch empezó a ser un fenómeno de masas gracias a su siguiente película:
Terciopelo Azul. Con ella empezará su colaboración con Angelo
Badalamenti, un neoyorkino de Brooklyn con clara ascendencia italiana,
experimentado conocedor de la música jazz y experto autor de ambientes y
atmósferas surrealistas, extrañas e inquietantes. Ambos se entenderán a
la perfección y aunque es Badalamenti quien firma esta composición, la música
también cuenta con la aportación particular de Lynch en uno de los temas
principales de la película: Mysteries of Love, un soberbio tema
que podemos escuchar en tres versiones diferentes, como pieza
instrumental, con un peculiar y tenebroso solo de trompa, o como canción
con la voz de Julee Cruise con la que posteriormente colaborarían
Badalamenti y Lynch en sus dos álbumes como solista: Floating into the
night y The obice of love. Aunque curiosamente esta película
se recordará en su apartado musical por la canción Blue Velvet de
Bobby Vinter y la evocación que esta produce a las abstractas imágenes
de Lynch. Con Terciopelo Azul, Lynch continua contando con Kyle
MacLachlan, que se convertirá a la postre en su actor fetiche, y además
conoce a Angelo Badalamenti y Julee Cruise. Dado que en esos momentos
Isabella Rossellini era la compañera de Lynch, se entabló una gran
amistad entre los tres y Badalamenti también participó como compositor
en alguna de sus películas, como es el caso de Un toque de infidelidad
(una de sus mejores composiciones) y Los hombres duros no bailan.
A
la aclamada Terciopelo Azul le seguiría la serie televisiva Twin
Peaks que reportó un gran reconocimiento internacional a ambos
autores. Lynch se volvió a encargar de poner la letra a las canciones,
Badalamenti la música y Julee Cruise la voz. Música de sintetizadores
atmosféricos, rota por los despuntes de una guitarra seca que repite tres
notas insistentemente. Atmósferas misteriosas y envolventes creadas por
los sintetizadores, pero ingeniosamente sacadas de la monotonía por un
piano creador de melodías, un cálido saxofón o un sugerente clarinete. Twin
Peaks se convirtió en un auténtico bombazo y el disco con la banda
sonora pasó a ser uno de los más vendidos en aquellos años noventa. Su
posterior adaptación al cine Twin Peaks: Fire Walk with Me, en la
que se repetían todos los esquemas de la serie, no tuvo tanta fortuna y
fue un auténtico fracaso, lo que motivó a Lynch a dejar el cine cinco años
en el dique seco.
Sin
embargo entre la serie y su adaptación, tuvo tiempo para realizar otra de
sus más personales películas: Corazón salvaje, donde las
numerosas canciones –unas de Lynch-Badalamenti (sin Julee Cruise) y
otras ajenas- ahogaron la poca pero brillante partitura de Badalamenti. Su
música, sin repetir esquemas aunque si los sintetizadores omnipresentes,
se adaptaba a la historia y añadía toques latinos, haciendo de la
composición algo más cálido, más humano y menos frío y trascendental.
Esta road-movie que se desarrolla por el sur de Norteamérica,
también tendrá, injustamente, su recuerdo musical en una canción, Love
me tender, interpretada por el propio protagonista Nicolas Cage.
Y
así llegamos a 1997 con Carretera perdida. En este momento tenemos
la partitura más atonal del binomio Lynch-Badalamenti. Se trata de una música
bastante compleja, unas veces es un jazz desbocado, descontrolado, y otras
veces Badalamenti retrocede a los orígenes de Lynch con música de
sintetizadores, sonidos estridentes, agudos y secos, voces indescifrables,
efectos de sonido entremezclados con las notas chirriantes de algún
sintetizador, etc. Lynch pretende demostrar que no ha perdido ni un ápice
de su particular universo y Badalamenti tiene que estar a la altura. A
todo esto se le suman un número incontrolado de canciones, tan variadas
que van desde Marilyn Manson, pasando por Nine Inch Nails o Barry Adamson,
hasta llegar a David Bowie. Al igual que las imágenes de Lynch no están
claras y no sabemos dónde nos quiere llevar, la partitura de Badalamenti,
recorre caminos insospechados, misteriosos y no sabes muy bien cual es su
pretensión, o tal vez sea esto lo que pretenden ambos.
Tanto
universo lynchiano, choca con su siguiente película: Una historia
verdadera. Una road-movie muy intimista, aparentemente sencilla
y sin demasiada sustancia que esconde tras de si todo un cúmulo de
historias, sensaciones y complicaciones reales. Las imágenes no pretenden
engañar al espectador pero hay algo más allá que no nos están
contando, y de eso, es decir, de esclarecer la historia verdadera se
encarga la música. Sonidos folk (sureños, para más señas), armónicas,
violines, guitarras conjuntadas y armonizadas en una sólida partitura al
servicio de expresar esos sentimientos y esas imágenes sonoras que la
imagen visual no nos cuenta. Cierto es que también Badalamenti huye de
las inquietantes atmósferas lynchianas, de los sonidos surrealistas y
abstractos y compone una banda sonora hermosa pero triste y melancólica a
la vez, que no tiene ningún parecido con cualquiera de las anteriores que
compuso para Lynch, y aunque la historia que acompaña sea monótona,
cotidiana, real como la vida misma, la música permite ver todo aquellos
que no somos capaces de descubrir con las imágenes.
Y
a falta de que nos llegue su última creación, un corto titulado Darkened
Room con música de Badalamenti, la penúltima obra de ambos es la
maravillosa Mulholland Drive, en la que de nuevo las atmósferas
oscuras y abstractas envuelven toda la película. Los sueños, el mundo
surrealista y nada cotidiano de Lynch regresa después del pequeño paréntesis
de Una historia verdadera con sonidos experimentales, notas
disonantes, pequeños toques de jazz, y mucho sonido envolvente en un
mundo cargado de rarezas, de excentricidades y también es por momentos
terrorífico y espeluznante. Badalamenti y Lynch siguen juntos cabalgando
en este mundo tan particularmente suyo. Y que sigan por muchos años.
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