Aquí no hay ninguna
duda, el título de esta mítica película de Lubitsch lo dice todo: esta
página es un bazar, donde todo cabe y cada mes tendréis que pinchar en
ella para descubrir qué sorpresa os aguarda. Este mes os ofrecemos cuatro
artículos de temática muy distinta:
1.-
OBSESIÓN: PROHIBIDO ASOMARSE AL INTERIOR
2.-
HARRY Y FRODO PASEAN JUNTOS
3.-
COMIENZA LA CARRERA HACIA EL OSCAR
4.-
EL CINE VIAJA A TRAVÉS DEL TIEMPO
*****
OBSESIÓN:
PROHIBIDO ASOMARSE AL INTERIOR
Por
Milagros López Morales
Todos
tenemos obsesiones. Unos más que otros, claro; de diversa índole y
consideración (discretas, subversivas, morbosas, inconfesables,
inofensivas...), de magnitud y persistencia variable (indefinidas, esporádicas,
intermitentes...), con un alto grado de iconicidad o totalmente abstractas
(la muerte, el sexo, Dios...), de género y número alternativo, polisémicas,
complejas, ordinarias... inclasificables. Buñuel tenía bastantes, de
todo tipo y muy profundas, o quizás más evidentes, a pesar de su
enmascaramiento; y se encargó de dejarlas desparramadas por su obra para
mayor abundamiento en las de sus admiradores, críticos, teóricos,
investigadores... Decodificadores todos, cuya urgencia obsesiva por
interpretarlas ha derivado, en ocasiones, en una incomprensibilidad, aún
mayor, de las mismas.
En
el año 2000, centenario de su nacimiento, doce autores (a modo de séquito
apostólico) de diversas nacionalidades, con sus respectivas obsesiones buñuelianas
a cuestas, le rindieron un homenaje al maestro (ausente y siempre
presente) desvelándolas para nosotros en un congreso que se celebró en
Madrid, auspiciado por la Facultad de Ciencias de la Información de la
Universidad Complutense.
Todo
lo allí expuesto se recogió en un libro titulado obsesionESbuñuel, muy recomendable y denso, complejo y
contradictorio, a veces; como lo era Buñuel, lo es su obra y lo son y serán
las posibles interpretaciones de la misma.
En
este texto sembrado de obsesiones varias, en el que el lector puede
alterar el orden narrativo a su antojo, brincando en el espacio y en el
tiempo, de unas a otras, sin temor a perder el hilo argumental, he
recalado en aquélla que, por afinidad obsesiva personal, me exigía una
lectura más exhaustiva y pormenorizada: “La
huella de Lorca en el origen del cine de Buñuel” (pags. 162-191).
Una ponencia-ensayo de Jesús González Requena centrada en la
secuencia-prólogo de Un perro andaluz (Prohibido
asomarse al interior, en sus
orígenes), ese provocador prodigio poético-estético/esférico que ha
sido, y es, se desvele o no su significado, el “aleph” cinematográfico
de muchos obsesos.
Ninguna
interpretación puede parecer lo suficientemente nítida, precisa y
convincente para esclarecer una secuencia tan ¿ambigua?, ¿simbólica?,
¿oculta?, ¿incoherente?... ¿O quizás tan transparente como nos la hace
ver González Requena?
El
artículo está estructurado con un preámbulo sin encabezamiento, en el
cual el autor cuestiona si el propio título de la película es tan
gratuito y casual como parece, “¿Un título elegido al azar, sin otro
sentido que el típico afán surrealista del desconcierto y la provocación?”
(pág.164), y nos invita a descubrirlo en los próximos apartados, XV capítulos
epigrafiados en los que plantea, que no sólo el título puede ser y es
intencionado, sino que el contenido de la secuencia es una clara, ácida y
literal alusión a Federico García Lorca.
En
los tres primeros capítulos contextualiza los hechos que dieron lugar a
tan estrambótico título y nos acerca, superficialmente, a la que él
llama “apasionadamente conflictiva” relación entre Buñuel, Lorca y
Dalí, jalonada de roces sensuales, artísticos, intelectuales y
personales... que desembocaron en el alejamiento del trío, especialmente
del tándem Buñuel-Dalí del ingenuo y amable Federico. Buñuel nunca
ocultó su desdén por la obra de éste: “su vida y su personalidad
superaban con mucho a su obra, que me parece a menudo retórica y
amanerada” confesaba en Mi último
suspiro.
Lorca
se sintió aludido y ofendido por el título de la película y aunque Buñuel
siempre lo negara, en los apartados siguientes se explicita por qué el
poeta bien podía tener razón al sentirse así.
En
el capítulo IV plantea los prolegómenos de su hipótesis, que sitúa en
un grupo de poemas que Lorca había dedicado a Buñuel “llamado Juegos, cuya dedicatoria reza así: Dedicados a la cabeza de Luis Buñuel. En grand plain.”
(pág. 171). De uno de ellos llamado Ribereñas
(con acompañamiento de campanas) se desprende cierto tono erótico-jocoso
sobre la cara, los ojos u ojeras, la risa y el encanto secreto... (balalín,
balalán) de Luis Buñuel. Todo ello, en segunda íntima persona. Con
tanto tintineo y tanta sorna “no es difícil imaginar la indignación,
con la que el varonil boxeador aragonés debió recibir estos poemas” (pag.
172).
El
autor intentará justificar (Cáp. V y VI) que “es posible leer el
comienzo de Un perro andaluz como
una respuesta a Ribereñas;
desde luego cargada de una actitud del todo inexistente en aquello a lo
que replica: árida, brusca y bizarra, propiamente buñuelesca” (pag.173).
Más adelante nos revela que dicha secuencia, además de una respuesta a
Ribereñas, está inspirada, de manera sorprendentemente fiel, en Nocturnos
de la ventana, un poema
lorquiano de trece estrofas que “permite formular la hipótesis de que
Buñuel hubo de inspirarse en él, consciente o inconscientemente, cuando
diseñó y rodó aquella” (pag. 175). Una lectura, ésta, menos
convencional del polémico corte ocular (¡pobre Lorca!) que aquella que
ha mantenido que la verdadera intención del director era subvertir la
manera clásica y ortodoxa de mirar.
En
los epígrafes restantes, con recursos propios del lenguaje fílmico
(plano-contraplano, raccord, punto de vista...), González Requena analiza
y argumenta su proposición, verso a verso, estrofa a estrofa y plano a
plano, para demostrar esa literalidad existente entre ambos. Poema y película
comparten: luna, viento, brazo, cielo, miradas, ventana, niñas, navaja,
muerte... Así se ve y así
se siente.
Más
de setenta años después de su concepción, acostumbrados nuestros
sentidos a soportar todo tipo de excesos audiovisuales, contemplar escatológicas
provocaciones y sufrir abusos iconoclastas de todo tipo, aún nos sigue
estremeciendo a todos, público de ayer y de hoy, entusiastas de Buñuel o
no, esta secuencia-prólogo, que con su explícita mutilación ocular
sigue impactando y cortando de un tajo la respiración. No por lo que
muestra (kilos de casquería quedan a nuestras espaldas), sino por lo que,
a pesar de todas las interpretaciones dadas, sigue significando... y
ocultando...
No
obstante, la grácil, estética y fundada respuesta que González Requena
descifra para nosotros, que no dudamos habrá supuesto, para él, la
liberación de una obsesión personal, bien pudiera ser cierta. Prueben a
aliviar su angustia obsesiva, o al menos intenten mitigarla, disfrutando
de su lectura. El parecido es asombroso. Si, a pesar de todo, no les
convence/satisface, siempre les quedará París;
perdón (malditas obsesiones)... quiero decir, siempre les quedará
conformarse con su propia interpretación, que como decía Buñuel es al
fin y al cabo la que vale.
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