SEÑORA
NECESITADA BUSCA JOVEN BIEN DOTADO
Por
Mister
Kaplan
Urgente:
señora necesitada busca joven bien dotado (con buena dote, se entiende). Si no
quedan marqueses, bastará con un banquero. Forastero, naturalmente, porque a
los 35 años una ya no puede aspirar a ninguno de su propio pueblo.
Si
te gusta tocar las bolas, ésta es tu oportunidad: todas las tardes nos reunimos
en el casino para practicar el billar. Ven y diviértete con nosotros.
Ir
a misa. ¿Qué tal? Pasear por la Calle Mayor. Hola. Sonreír. Adiós.
Arriba. Hasta luego. Abajo. ¿Qué hay de nuevo? Siempre la misma
rutina. Buenos días. Siempre aburridos. No se imagina cuánto me
alegra volver a verla. Aunque sea en línea recta, siempre el mismo círculo
vicioso... Oh, qué sorpresa. Ir a misa. ¿Qué tal?...
Jóvenes
machos en edad de merecer buscan chicas para diversión rápida. Pagando,
naturalmente.
Una
ciudad de provincias cualquiera. Donde todo se sabe (incluso las localizaciones:
Logroño y Cuenca, para ser exactos). Donde nunca pasa nada. Con una juventud
aburrida, gris, sin futuro y con ganas de divertirse. Y en su punto de mira: la
hija de un coronel.
Pero
la hija de un soldado nunca llora. Y si ha de hacerlo, que sea recogida en casa,
tras los cristales, mientras la lluvia se lleva todos los sueños y los arrastra
hacia las alcantarillas.
Hoy
gran estreno: “Retratos de una obsesión”. Sesiones tarde y noche.
Butaca numerada.
Una
bella elipsis: la primera cita, que no vemos. Una tarde de cine que sólo
intuimos. Pero una noche en vela. Ella no puede dormir: sólo mirar una y otra
vez las dos entradas, una butaca junto a la otra, mientras sonríe y sueña
despierta. El príncipe azul ha llegado... aunque ella ignora que no es un príncipe,
sino un mendigo, y vive en una película en blanco y negro, por lo que no es
azul, sino gris. Como toda su vida: gris oscuro.
Últimos
pases. A petición del público vuelve el filme que marcó una época: “Sueño
de amor eterno”.
Otra
bella elipsis: con la certeza de un amor correspondido, Isabel da un amplio
repaso a su inexistente vida amorosa. “Isabel, ¿no tienes novio?”. A
su lado él no se atreve a admitir que todo es mentira. “Isabel, ¿no
tienes novio?”. Y ella ni siquiera le mira a los ojos: está ciega, ciega
de ilusión, más que andar flota... “Isabel, ¿no tienes novio?”. Aunque
tras ella, unas casas colgantes nos recuerdan que no conviene flotar, porque el
abismo está abajo y uno puede caer en cualquier momento.
¿No
puede dormir? ¿Siente que la tensión se acumula? ¿Se encuentra al borde del
abismo? A mi plim, yo duermo en Pikolín.
La
oscuridad invade la vida de Juan. La pensión a oscuras. No contesta al teléfono.
Algo le corroe. Pero le cuesta enfrentarse a sus compañeros de correrías.
Jekyll y Hyde. La oscuridad dominando su habitación en la pensión.
Por
el contrario, la luz inunda el rostro de Isabel. En su casa todo es más
luminoso. Ella no cesa de repetir
el nombre de su príncipe: Juan, Juan... Juan Nadie.
Ocasión
única: vendemos ataúd en perfecto estado. Su destinatario aún no se ha
decidido a utilizarlo. Buen precio. Además, regalamos cirios a juego. Razón:
los chicos del casino.
Calle
Mayor sigue siendo, casi cincuenta años después de su realización, una
admirable radiografía de la sociedad española. Un estudio antropomórfico...
aunque también paleontológico. Un duro retrato de una joven (ya no tanto)
obsesionada por casarse, por encontrar su príncipe, aunque sólo sepa buscarlo
pisando una y otra vez el mismo suelo, la misma acera de la Calle Mayor.
Pero
también es el retrato de unos jóvenes (ya no tanto) que intentan escapar a su
monotonía, a su aburrimiento congénito, gastando unas bromas cada vez más
pesadas. Unas bromas que les hacen mirar hacia otro lado, pero que no les van a
librar al domingo siguiente de su rutinario paseo por la Calle Mayor, arriba y
abajo, mirando siempre las mismas caras.
Quizá si en
vez de estar atentos a tanto “hola” y “adiós” bajasen la mirada, como
en un gesto de humildad, descubrirían sus propias huellas: fósiles de una época
ya olvidada, perdida en el tiempo. Unas huellas permanentes en las aceras de la
Calle Mayor. Quizá por eso nunca bajan los ojos: les aterroriza la idea de
descubrir sus propias pisadas, allí fosilizadas.
“La
humildad es la clave para ser director de cine”.
Lo dice Bardem en la página 180 de su autobiografía. Y es una gran verdad.
Compre ahora la autobiografía de Juan Antonio Bardem y le regalamos el DVD de
su película favorita: "Nunca pasa nada".
Calle
Mayor es una película humilde. Hecha a plazos, mientras su director pasaba
por los calabozos de la Guardia Civil española, acusado, cómo no, por su
ideología comunista. Pero en su humildad se halla su mejor baza, ésa que no
envejece con el tiempo: es una película realista, dura. Su acidez traspasa las
imágenes. Y hoy conserva toda su fuerza, todo su vigor.
Su
visionado actual es como si hojeáramos un periódico de la época. Con sus
noticias. Con sus anuncios por palabras. Quizá no entendamos las noticias en sí
mismas, sino la sociedad que sugieren, lo que esconden. Detrás de esos textos y
esas imágenes podemos extraer jugosas conclusiones sobre la miserable realidad
española de la época.
Así
es hoy Calle Mayor. Habla de una gamberrada. Pero muestra muchas otras
situaciones. Que nos hacen estremecer. Es, sin duda, mucho más de lo que el régimen
franquista pensaba que podía contar esta metáfora de un incorregible
comunista. Y una vez más, la censura se tragó su mensaje íntegro.
Óptica
JAB le regala una revisión gratuita de su vista. Para que lo vea más claro.
Porque los dos ojos son para toda la vida.
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