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DIGA LO QUE QUIERA
(A propósito de Conversaciones
con Billy Wilder)
Por
Israel L. Pérez
Título:
Conversaciones con
Billy Wilder (Conversations with Billy Wilder, 1999)
Autor:
Cameron Crowe
Colección:
Libro práctico y aficiones. Cine y comunicación. 2002. 378 pags. (Primera
edición en “Libros singulares”, 2000).
Editorial:
Alianza editorial
Traductora:
María Luisa Rodríguez Tapia
En
1995 Cameron Crowe luchó por obtener una cita con su admirado Billy Wilder. El
día que esto sucedió, tuvo que esperar brevemente al nonagenario director en
la puerta de su despacho. Cuando Wilder llegó al portal no le reconoció (Cameron
por entonces había dirigido dos películas), es más, le tomó por un mensajero
(llevaba un sobre con el cartel del apartamento). Ya en el despacho, y
efectuadas las presentaciones, intercambiaron opiniones sobre la obra del
austriaco. En la despedida, Cameron desveló el verdadero motivo de su visita:
quería que Billy Wilder interpretase un pequeño papel en su próxima película
(el de mentor de Jerry Maguire). “¿Un papel pequeño? ¡Entonces,
desde luego que no voy a hacerlo!” dijo, además de que volviera a
llamarle cuando se acercara el momento del rodaje, y hablarían.
Acercándose
la fecha no conseguía hacerse con él, y colocó un becario en la puerta del
edificio para que le avisara si aparecía. El primer día de ensayo Wilder
estaba en su despacho, Cameron le llamó y obtuvo un sutil “¡Déjeme en
paz!”. Pero no se dio por vencido, como medida de presión se armó de su
actor estrella, Tom Cruise, y se fue hacia su despacho. Allí le esperaba un “Sé
lo que puedo hacer y lo que no…
Le voy a joder la película. Lo estropearé. Escoja a otro. Y me siento
incomodo. No soy yo”, junto con una distendida charla Wilder-Cruise.
Cuando Wilder se dirigió a él, fue para preguntarle si se rendiría alguna
vez, dijo que sí. Respuesta equivocada, suspendido. La despedida, a lo Wilder;
narra Crowe:
“Encantado
de haberles conocido, encantado de haberles conocido –nos dijo con educación.
Miró a través de mí y posó los ojos en Tom Cruise–. Especialmente a
usted.”
Este
fue el primer contacto entre los directores. Crowe, al escribir un diario del rodaje de Jerry Maguire en Rolling Stone,
recibió la propuesta de Karen Lerner, vieja amiga de Wilder, de hacer un libro
de entrevistas con Billy Wilder. La idea era irrechazable, el problema,
enfrentarse al maestro, ya que su primer encuentro no fue muy amistoso. Ese es
el resultado del libro, un constante toma y daca, entre entrevistador y
entrevistado, lo que dista bastante de la fluidez comunicativa de la entrevistas
de Truffaut a Hitchcock. El duelo de tozudez hace que se retomen temas una y
otra vez, entre anécdotas y punzadas, procurando extraer algo más. Por ello,
no existe un orden cronológico que recorra la filmografía del director, sin
embargo, abarca desde los recuerdos de su infancia: recordando el humor muy de
la calle de su padre
“yo
le decía: <Papá, se te ha olvidado abrocharte el pantalón>… y respondía
<No. Existe una ley que tú no conoces, hijo, y que dice: ‘Donde hay un cadáver,
la ventana debe estar abierta’>”.
Hasta
la actualidad
“C.C.
…Veía sus tomas del aterrizaje del avión y de pronto me resultaron muy
familiares. Entonces me di cuenta de que yo había comprado esos planos de unos
archivos, y uno de esos genéricos aparece al comienzo de Jerry Maguire. De modo
que, le guste o no, está en mi película.
B.
W. He embellecido una de sus películas”.
El
gran, el bueno de, el maestro, el dios, o como quiera llamársele –no estaría
mal el imprescindible–, Billy Wilder siempre pensaba en el final, en la
estructura del libro (o de lo que tuviera entre manos), que tan poco le
interesaba, según él. “¿Tiene un final para esta cosa? Porque el final
perfecto sería que yo me muriese”. Le ha costado unos años, pero al
final le ha dado ese final, dejando tras de sí, una impagable suma de
situaciones, momentos, frases y comentarios. Un libro que captura alguno de
ellos no puede ser otra cosa que, imprescindible.
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