Principal
Arriba

Wilder doesn't laugh
Traidor y testigo
Uno, dos, tres
Irma la dulce
Primera plana
Conversando con Billy

NÉSTOR EN EL PAÍS DE LAS MARAVILLAS

(A propósito de Irma la dulce)

Por Israel L. Pérez 

Las instrucciones que Billy da a sus actores son siempre muy precisas: nunca ha escatimado esfuerzos a la hora de explicar a los actores qué es lo que realmente quiere... Jack Lemmon entiende mucho de ello, como podéis comprobar.Érase una vez, una dulce niña llamada Caperucita paseando por el bosque. De repente un horrible lobo salió a su paso y le preguntó: ¿Adónde vas Caperucita? A lo que ella respondió: Al río, a lavarme el… ¡coño! Como ha cambiado el cuento –replicó sorprendido el lobo-.

No sería de extrañar que esta adaptación del cuento infantil a un salvaje chiste fuera obra de Billy Wilder, no sería su primer uso de los cuentos como fuente de inspiración. Sabrina no es otra que la Cenicienta, una joven que no puede alcanzar sus sueños; y Blancanieves se encuentra en una Bola de fuego, claro que, como dice nuestro jefe –en su libro sobre El crepúsculo de los dioses- “ni Cenicienta ni Blancanieves son en manos de Wilder las chicas tímidas, apocadas, ingenuas de ambos cuentos”. Cabría la posibilidad de agregar un tercer cuento: Alicia en el país de las maravillas; pero tampoco el país de las maravillas es lo que era, y Alicia es un gendarme con la cara de Jack Lemmon, en Irma, la dulce.

En Los otros o Monstruos S.A., nos hablan los muertos y los seres del armario nos narran sus aventuras y desventuras desde sus lugares alternativos a la realidad, propuesta que Billy Wilder había llevado a cabo contando esta historia en el 63 desde una perspectiva opuesta –como desde el otro lado de un espejo– sin necesidad de engañar al espectador o de trasladarnos a ilusiones infantiles. Simplemente le fue necesario adentrarnos en un mercado parisino, el “estómago de París, un lugar vulgar y maloliente, pero vivo” (que dice la voz en off). Y tan vivo, a pesar de ser el culo del mundo, está lleno de brillantes tonalidades de color (un magnifico technicolor de Joseph LaShelle) que impregnan la suciedad característica del lugar.

Además del colorido, lo que configura a este incesante mercado y a su colindante calle Casanova, donde se comercia con otro tipo de carne, es que se trata de un lugar sin temporalidad. En París, conocida erróneamente como la ciudad que nunca duerme, a las cinco de la mañana es demasiado tarde para tomar una copa en un local de moda y excesivamente pronto para visitar la torre Eiffel. Solo hay vida en ese mercado, donde se vive el presente, donde sólo importa el ahora. Un ‘país de las maravillas’ en el que policías, prostitutas, clientes y chulos coexisten pacíficamente. Donde solo “alguna mosca recibe algún daño”. Donde el máximo exponente de la maldad es un tontorrón chulo de pacotilla llamado Hipólito (Bruce Yarnell). Un suburbio, y sus consiguientes inquilinos, que por su bajo índice de delincuencia podría haberse cimentado sobre ella Eurodisney.

Wilder decía que era incapaz de silbar, cantar o tocar el piano, que era totalmente amusical, quizás es por lo que amputó todo los números a la obra musical de Alexandre Breffort y Marguerite Monnot en la que se basa Irma la dulce. Es decir, que aquel que fue bailarín y gigoló, circunstancial o no, en su juventud como periodista, toma como punto de partida una obra de teatro musical para eliminar todas las escenas que evidencien su naturaleza, solamente porque cree no tener ningún talento para el género ¿Pero quien se cree para juzgarse a asi mismo de esta forma y dejarnos sin ver un musical wilderiano? Una pequeña reminiscencia ha quedado de lo que podría haber sido, la fiesta que se Un musical sin música... o al menos sin canciones, porque la música llegó a conseguir el Oscar a la mejor adaptación, para André Previn. monta tras la primera aparición de Lord X, que concluye con Irma bailando el twist sobre la mesa de billar y Néstor zarandeando sus zapatos de tacón a modo de maracas.

Musical o no, otro reparto tenia en mente: Gene Kelly, al que Lemmon recuerda en determinados momentos, Marilyn Monroe, lo que hubiera sido un escándalo, además de no poder ser la dulce, más bien la mala bestia, y Charles Laughton para el papel de Moustache (que acabó interpretando Lou Jacobi). Con  Laughton, llegó a contactar y aceptó, pero el cáncer que padecía avanzaba sin remedio, y murió antes de que hubiera empezado el rodaje. Finalmente, la pareja protagonista acabó siendo la misma con la que había contado para El apartamento, de la que el director piensa que nunca debería haberlos puesto a hablar en su lengua con acento francés, no le resultaba creíble, y menos aún a Lemmon como gendarme.

“Si tuvieras madre ladraría” escribió alguna vez Wilder para expresar cierto concepto evitando la censura. En esta ocasión la que ladra es Coqueta, la caniche de Irma, que le sirve como reclamo de la clientela, y a la que trata como a una hija. Manejaba mejor a los perros que a los niños –según él- y creía que “las mujeres más interesantes en una película (eran) las putas”; a los diez años se enamoró de una niña de doce que tuvo que partir y nunca más supo de ella: se llamaba Irka. Este tuvo que ser el punto de partida del personaje interpretado por Shirley MacLaine, una prostituta con un corazón que no le cabe en el pecho y muchas otras virtudes. Infeliz por los malos tratos de su ‘cuidador’, no desea salir de ese tipo de vida sino que busca encontrar el amor. La esperanza es lo último que se pierde, y “la esperanza es esa puta que va vestida de verde” –que decía la canción de Makinavaja-, el color que predomina en la sensual vestimenta de Irma porque es su favorito.

Irma, que nació tras el mercado, continua la tradición familiar en cuanto al empleo que desempeña tan gustosamente, ya que ser prostituta no es una desgracia, es realizar una carrera. Se trata de una profesión (placentera parece ser) equiparable a la de actriz, dispuesta en todo momento para interpretar cualquier papel; o bien la de psicóloga que escucha como nadie, aconseja espléndidamente y cura los problemas sexuales que no son capaces de remediar los profesionales (cariñosos recuerdos que enviaba Wilder a Freud). Pero como “como todo el mundo necesita a alguien” –que dice la protagonista- sucumbe al amor, como le pasó a su madre (o como al autor, siempre con la necesidad de una pareja estable, profesional o sentimental). Aunque su manera de demostrar el amor a Néstor no es nada convencional: trabajando el doble si es necesario. Quiere mantenerlo, a la vez que demostrar su autosuficiencia, cumpliendo con la constante que desvelaba nuestro dire (el de esta revista sobre el de las pelis): “los hombres sufren los deseos o caprichos de la mujer. Y es que en su obra la mujer es siempre mas fuerte que el hombre”

Nestor se convierte de la noche a la mañana en un sufridor nato, por entrar en un mundo ajeno al suyo al que irremediablemente debe acoplarse. Es un elemento extraño, la voz en off califica de absoluto desastre la llegada de este policía honrado, irrumpiendo en un microcosmos en equilibrio. Ingenuo y simplón, penetra comiendo el fruto prohibido –manzana que por supuesto paga al asombrado tendero- mirando con inocente extrañeza tantas mujeres en(de) la calle. Su segunda aparición por la calle Casanova es diferente, acaba de ser despedido y no tiene nada ni a nadie, es el único sitio que Shirley McLaine, una prostituta de buen corazón que encauzará la vida (y otras cosas) del buen Néstor en "el país de las maravillas". conoce; se prepara su asimilación a la nueva forma de vida, ya que entra recibiendo una lluvia impurificadora que le limpia de escrúpulos y honradeces excesivas, para poder habitar allí.

La paliza que propicia a Hipólito, resultado de un mal día y un acto de caballerosidad, le soluciona la vida y al mismo tiempo se la complica, al ser el relevo como salvaguarda de Irma, decisión que toma ella evidentemente, con un ‘me lo quedo’ en su mirada. El flechazo que sufren los dos hace aflorar los celos en la pareja, sobre todo por parte de Néstor que elabora un plan poco rentable, con la ayuda de Muoustache. Disfrazarse de un inglés llamado Lord X –se evidencia una vez más la fascinación de Wilder por los personajes que fingen ser lo que no son- que solicite los servicios de Irma, y pagarle lo suficiente para que no necesite ningún cliente más. El problema está en que el dinero se lo presta Moustache, y los gastos inesperados hacen que Néstor tenga que trabajar en el mercado mientras Irma duerme; y regresa por la tarde cuando está a punto de despertar, teniendo que entrar por el balcón, porque “es aburrido ver a alguien entrar en una casa por la puerta”. Los celos se apoderan de ella y… Irremediablemente, el disfraz y el engaño, llevan directamente a la comedia. De la ternura que muestra al hacer unas cortinas con papel de periódico para que no vean a Irma desde la calle, pasa, culpa de los celos, a un estado que roza la locura, llegando a pegar a su amada. Hasta llegar a creer, en un momento carcomido por la ira, loco de amor en la existencia real de su propio desdoblamiento.

La cinefilia con la que Wilder impregna este filme, delata más aún si cabe, el fantasioso mundo en el que se desarrolla la acción. Aquel que dijo “no hago cine, hago películas” (en respuesta a la famosa “soy John Ford, hago westerns”) evidencia la fantasía y la falsedad de los personajes: Lord X dice que recibió cañonazos en Navarone y peligró su vida por una explosión en el río Kwai; asimismo algunas de las prostitutas son reconocibles, como Lolita, que incluso lleva sus mismas gafas de forma de corazón.

Su amor por el cine va más allá de las meras referencias, y la forma que presentan determinadas secuencias, tienen ecos del pasado. Ver a Néstor en el piso de Irma, con el uniforme puesto, pasando desapercibido entre los gendarmes que andan buscándole, tiene dejes del slapstic chaplinesco; como sucede con la recurrencia del sifón, o la sorprendente fuga de la cárcel. Una estancia en la prisión que marca en cierto modo la sucesión de unos acontecimientos imprevisibles; ver a todos los presos marchando en círculo ordenadamente, advierte de las vueltas que da la vida en manos del destino y de los giros que puede dar un guión en manos de Wilder y Diamond. Disparates como la fuga citada, o la salida del rió de Lord X van de lo inverosímil hacia lo surreal, buscando un final inimaginable.

Tan extravagante como una iglesia llena de fulanas donde se va a celebrar una boda cuya novia viste de verde y está embarazada, puede llegar a ser el bueno de Billy. Mucha mala leche. Y al mismo tiempo tan sutil, como en la primera noche que pasan juntos los protagonistas, que a la mañana siguiente, tras la elipsis marcada por un fundido en negro, es Néstor quien lleva el antifaz con el que Irma se acostó. El director, en su libro de entrevistas con Cameron Crowe (de donde se han extraído la mayoría de los comentarios de Wilder), cree que la película “no quedó bien”, que era “demasiado grosera en algunas escenas”. El entrevistador (director de Jerry Maguire) discrepa en cierto sentido, y la define como “grosera, colorista, rápida y relajada, sexy y encantadora”. En su día la opinión de la crítica fue variada también. Leo Mishkin en el Morning Telegraph, la consideró el  “espectáculo más vulgar, vergonzoso y repugnante del año, un ejercicio impúdico y ridículo de pornografía más adecuado para un prostíbulo que para su exhibición en salas comerciales”. En la revista Life se escribió que era "rabiosamente cómica y honestamente romántica". Mientras que el productor Hal Wallis en una carta al jefe de la oficina Hays comentaba que se trataba de “un trozo de celuloide pornográfico, salaz, de mal gusto, obsceno y ofensivo... lo único digno de admiración en esta película ha sido su habilidad [de El gran productor Hal Wallis escribió personalmente a la oficina de censura para quejarse de que "Irma la dulce" en el fondo no era más que "un trozo de celuloide pornográfico, de mal gusto, obsceno y ofensivo". Sin comentarios. Wilder] para darles a ustedes gato por liebre y obtener el sello de aprobación de su oficina. Esta es sin duda la cosa más asquerosa que he visto en la pantalla en toda mi vida”. Eran otros tiempos.

Moustache (Lou Jacobi) es el verdadero protagonista de la película. Profesor de economia en la Sorbona, coronel en la legión, crupier en Montecarlo o tocólogo, son algunas de las profesiones que dice haber ejercido. Este filósofo de la calle, cada vez que habla es para crear una frase de azucarillo.  "En este mundo en que vivimos el amor es ilegal, pero el odio no". "Ser honesto es como desplumar una gallina al viento, te llenas la boca de plumas". "La cárcel está llena de inocentes que dijeron la verdad. Difícil forma de tener una vida fácil". Sabio como nadie, conoce los resultados de los acontecimientos, anticipando a Hipólito que “puede ocurrir un milagro”, cuando reaparece Lord X,  incluso puede controlar el ritmo de la boda pidiéndole al cura que acelere la ceremonia. Tales alardes de sabiduría y conocimiento, control y dominio, no hacen más que destapar a Moustache como propietario de la voz en off que inicia el relato. ¿Quién si no iba a saber que –cuando juega al despiste con todos- que Moustache es rumano y se llama realmente Constantinescu?. Una voz en off –típicas en su filmografía, de las que decía que “si se muestra, no hay que contarlo”- que como el conejo blanco de la novela Lewis Carroll, nos adentra, e introduce a Néstor, es ese fascinante mundo de pura y limpia corrupción, y colorida delincuencia. Un viaje a un mundo imaginario en el que la voz en off se materializa con la figura del orondo camarero, deviniendo en un narrador involucrado que hace y deshace a su antojo en la historia. 

El final parece un intento de restablecer un orden social, una vuelta a la normalidad con Néstor aceptando su readmisión en el cuerpo pero queriendo volver cuidar el parque infantil (Alicia fue atraída en un parque por el conejo blanco) tarea que desempeñaba antes de llegar a París, para vivir con su reciente familia de un modo tranquilo. Y así ocurre, o eso creemos, porque no llegamos a verlo, por eso solamente lo parece. ¿Acaso existe la otredad como estadio ‘normal’? ¿Si es así porque nunca se nos ha mostrado? ¿No será que no hay salida y vivimos en un mundo de locos? De nuevo, Moustache, el narrador controla el pulso narrativo y nos priva de saber más, tomando todo el protagonismo y deteniendo la marcha normal de los acontecimientos, al ver una imposibilidad, un último disparate. Lord X (y Néstor no puede ser) está sentado en la iglesia ante el asombro del camarero. Se levanta, pasa por delante de él, y le saluda. Nada más, no podemos saber más, pues la X simboliza la incógnita, y su identidad permanece como un misterio. Solamente una mirada cómplice a la cámara, a nosotros, que confirma nuestras sospechas sobre quien nos ha contado esta fábula, quizás el alter ego del director. Pero eso es otra historia.

 

Volver al SUMARIO Página ANTERIOR Página SIGUIENTE Ir a la ÚLTIMA PÁGINA