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Wilder doesn't laugh
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Irma la dulce
Primera plana
Conversando con Billy

MIRANDO HACIA ATRÁS CON IRA

(A propósito de Primera plana)

Por Sabín 

Este hombre volvió a tomar, en 1974, el mundo del periodismo como referencia para echar un vistazo a su juventud. El resultado no tiene desperdicio: "Primera plana".En su imprescindible libro de memorias Nadie es perfecto (que es sin duda la mejor y más chispeante autobiografía jamás inventada) Wilder recordaba cómo en sus años mozos, además de bailarín y gigoló de alquiler fue periodista, una profesión tan seria que su mayor hazaña en aquella época fue intentar entrevistar en su consulta al mismísimo doctor Sigmund Freud, el cual, al enterarse de su profesión, le echó a patadas de su casa.

Wilder tenía buena memoria, sobre todo para recordar aventuras improbables o ideas que podían serle útiles en futuras películas, por ello no dudó en guardar la hazaña en su vieja caja de zapatos, junto a multitud de recortes, esperando el momento en que pudiera recuperar las notitas arrugadas para recomponer un puzzle demoledor junto a su habitual colaborador I. A. L. Diamond.

La ocasión le llegó ya casi al final de su carrera. En plena crisis de ideas originales, mediados los años setenta (figúrense, la época de El padrino, Barry Lyndon y un buen puñado de títulos de Bergman... ¡menuda escasez comparada con el feliz inicio de milenio!), la Metro le ofrece volver a reciclar una obra de teatro de Ben Hech y Charles McArthur que ya había contado con dos versiones cinematográficas: The front page (Lewis Milestone, 1931) y Luna nueva (Howard Hawks, 1939). Tras la versión de Wilder aún llegaría una nueva versión “actualizada” en los años ochenta, de manos de Ted Kotcheff: Interferencias.

Wilder siempre se había declarado un admirador de Howard Hawks, de hecho fue su profesor de cine, ya que le permitió acceder a sus rodajes como paso previo para dar el salto del guión a la dirección. Ante la necesidad de “rehacer” un título de su maestro, el astuto Billy decidió no sólo volver a la pareja protagonista de la versión inicial (dos periodistas masculinos y una novia, frente a la de Hawks en que uno de los periodistas era femenino), sino que acentuó en grado sumo su mala leche respecto a un medio, el periodismo, que no parecía merecerle ningún respeto (insistimos, sabía de lo que hablaba: él fue periodista antes que guionista) y, ya puestos a ajustar cuentas, también decidió mandarle un recadito a su viejo colega, el insigne profesor Freud, parodiado para la ocasión en el impresentable psiquiatra Max Eggelhoffer, quien con sus teorías sobre los complejos de la infancia da pie a la fuga del protagonista, eje de una trama central que es sólo una excusa para desarrollar una serie de tramas secundarias (la relación entre periodistas, la dependencia de periodistas y políticos, la manipulación El rodaje de "Primera plana" se desarrollo básicamente en estudios y, sobre todo, rodeado de amigos. El resultado se nota. de políticos y policías, el amor a la pareja o a la profesión, la mentira del mundo en el que vivimos) que son las que realmente parecen interesar a Wilder y Diamond.

Ya los títulos de crédito nos advierten del sabor “añejo” del producto: superpuestos a una composición de titulares para un periódico y luego la cadena de las rotativas, todo ello al ritmo de una música propia de vodevil adaptada por Billy May. Un rótulo no sitúa en la época: “jueves, 6 de junio de 1929”. Desde el logotipo de la MGM hasta este momento, incluido el uso del Cinemascope, todo nos remite a un cine clásico, aparentemente caduco en los años setenta. Pero es sólo el inicio, la voluntariamente “anticuada” fotografía del gran Jordan Cronenweth (el mismo que iluminó después con maestría obras como Blade Runner) también nos da a entender que estamos ante un cine fuera de su época... casi, casi, como si estuviéramos viendo un clásico.

Wilder, para más inri, no tiene ningún interés en airear la trama para disimular la procedencia teatral del material, incluso se regodea en subrayar los dos escenarios en los que transcurre casi exclusivamente la acción: la sala de prensa de la prisión y la redacción de The Examiner. De hecho, las pocas salidas al exterior sólo tienen un función cómica, como los planos acelerados de una multitud exagerada de coches de policía buscando al fugado (y que podrían pertenecer a cualquier slapstick de Max Sennett), o la presentación de la novia del intrépido periodista Hildy, que da pie a otra de las bromas gruesas de Wilder: aparece como pianista durante una proyección cinematográfica (ojo, en 1929) acompañando con una bella canción infantil, coreada por el público, las imágenes de... ¡El fantasma de la ópera!

La acción transcurre en un solo día, durante el cual aprenderemos que la sala de prensa de la prisión es sólo un tugurio más, un lugar donde se juegan su escaso sueldo unos buitres acostumbrados a robarse las noticias y, en caso de no tener una exclusiva, sencillamente se la inventan. No importa la realidad, pero nada más lejos del romanticismo fordiano (“cuando la realidad se convierte en leyenda se publica la leyenda”), aquí todo es mucho más pragmático: la realidad se inventa, los periodistas publican lo que quieren.

Frente a ella, la redacción de The Examiner, un periodicucho sensacionalista, cuyo redactor jefe vendería a su mejor amigo con tal de conseguir a una exclusiva (podría vender a su madre, aunque... no se sabe que tenga madre... quizá ya la haya vendido, algo que la magistral interpretación de Walter Matthau nos invita a pensar en algún momento). Su máxima aspiración es conseguir una foto del infeliz que va a ser ajusticiado en el momento en que cuelga de la soga, para obtener una portada que al día siguiente será la más vendida, contando para ello con la colaboración de los inocentes niños: “Mañana tendremos trescientos vendedores de periódicos más; todos los alumnos del colegio San Pablo van a hacer novillos”. Un periodista ha decidido abandonar este mundo para casarse y ser publicitario. En su último día, Hildy (impagable Jack Lemmon paseando con su impecable traje claro, su sombrero blanco y su bastón, cual paloma inocente, por una redacción llena de auténticos buitres carroñeros vestidos de oscuro) tendrá que hacer frente a una decisión fundamental: ¿se marcha con su Wilder, Lemmon y Matthau preparando el rodaje: juntos hicieron algo más películas, lograron divertirse y divertirnos a todos. novia y deja que un novato se ocupe de la noticia del año o "retrasa un poco" su marcha para elaborar su último gran artículo?

En su repaso a los recortes amontonados en viejas cajas de zapatos, Wilder también rescata una anécdota real (o inventada, sus memorias, ya lo hemos dicho, nunca dejan claro cuál es cuál) vivida poco antes de entrar Estados Unidos en guerra con Japón, cuando los ciudadanos de Beverly Hills se entrenaban para socorrer a los heridos en caso de un ataque de los japos: es la imagen de Alma Revilla, esposa de Hitchcock, cayendo en camilla de una ambulancia y rodando por las cuestas de Sunset Boulevard. Aquí la pequeña Alma es sustituida por el imposible psiquiatra con acento centroeuropeo, tan obsesionado él por los traumas sexuales infantiles que, finalmente, el torpe preso logra fugarse de su consulta disparándole un tiro en sus mismísimas partes. Insistimos, parece ser que Billy guardaba un “grato” recuerdo de su visita al Doctor Freud.

Alrededor a ellos, juntos y revueltos en muchas ocasiones, un alcalde que busca la reelección a toda costa, un jefe de policía inepto como el que más, políticos y fuerzas públicas que no son mejores que los buitres carroñeros que les rodean, y que acuden, como su nombre sugiere, a recoger las sobras de cualquier manjar. También una prostituta (Carol Burnett), el único personaje que llega a creer lo que publica la prensa... lo que a punto está de costarle la vida, en un intento de suicidio tan patético como inútil. Y la ya citada pianista (Susan Sarandon), una mujer decidida a casarse... aunque con un periodista uno nunca se casa, simplemente puede tener el anillo, porque él seguro que perseguirá una noticia hasta en su noche de bodas.

Más allá de su furibundo ataque a los medios de comunicación, a los políticos, a la policía y, ajá, lo han adivinado, a los psiquiatras... Primera plana es un duelo, un duelo interpretativo entre Jack Lemmon y Walter Matthau. Suyas son la mayor parte de las escenas: sus diálogos pisándose continuamente las frases, sus gestos contundentes, sus pequeños matices en el rostro... Todo, todo remite a una auténtica lección de interpretación.

Quizá no sea su mejor película, pero el trío formado por Wilder-Lemmon-Matthau, consciente de que su época gloriosa pasaba, nos dio en esta inolvidable película todo un curso de cómo mirar hacia atrás... tapando la boca a bofetadas a todos los que alguna vez han pensado que “cualquier tiempo pasado fue mejor”.

 

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