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Conversando con Billy

WILDER DOESN'T LAUGH

Por Jordi Codó 

Billy durante el rodaje de "El gran carnaval", uno de sus más fieros ataques, en este caso al periodismo.Billy Wilder es habitualmente conocido como "el rey de la comedia", del mismo modo que a Hitchcock se le suele identificar como "el rey del suspense". Pero como en el caso del maestro, esta etiqueta no es más que un reduccionismo que ignora la complejidad de su obra. De hecho, casi la mitad de las películas que Wilder realizó en su etapa como director se inscriben fuera del género cómico. Entre estas el cine negro tiene un papel muy importante, ya que son varios los títulos que se impregnan de elementos de éste, ya sean estéticos o narrativos. Así, en películas como El crepúsculo de los dioses (Sunset Boulevard, 1950) y Días sin huella (The lost weekend, 1945) encontramos personajes que habitan en el lado oscuro de la sociedad; un mundo paralelo a la realidad del sueño americano a la vez que un espejo deformante de este.

En Días sin huella el director vienés se atrevió a tocar un tema tabú y muy comprometido como es el del alcoholismo. Wilder trataba con esto la realidad de la adicción a las drogas años antes de que el también vienés Otto Preminger escandalizara con El hombre del brazo de oro (The man with the golden arm, 1955), en donde Frank Sinatra interpreta a un heroinómano en lucha contra su adicción. También era delicado el tema de El crepúsculo de los dioses, agrio retrato de las miserias de Hollywood, donde los fantasmas se relacionan de forma trágica con individuos desechados por la sociedad (léase el sistema de estudios imperante). Ambos filmes se caracterizan además por un uso de la luz que trata de crear una atmósfera opresiva propia del cine negro emergente de la época. Pero fue anteriormente a estos dos filmes, en 1944, cuando Wilder realizó el que se debe considerar su auténtico legado al género, Perdición (Double indemnity). Esta película representa para muchos historiadores el origen del cine negro, al establecer por primera vez sus principales bases tanto temáticas como estilísticas –no en vano Raymond Chandler colaboró en el guión–. No deja de ser paradójico que un director que ha pasado a la historia por sus comedias resulte ser uno de los padres del cine negro –sin descuidar la parte de culpa que tuvo nuevamente Preminger con su Laura, del mismo año–.

Relacionados con estas obras están también dos títulos más que, si bien parten de conceptos estéticos distintos, se asemejan a estos por la dureza de sus temas. Me refiero a El gran carnaval (The big carnival / Ace in the hole, 1951) y Fedora (1978). El primero, un ataque furibundo a la Billy dando instrucciones a los protagonistas de "Días sin huella", la primera película de Hollywood qu abordó seriamente el tema del alcoholismo. institución periodística –no será el único–; el segundo, una nueva referencia a la pesadilla del viejo Hollywood.

Estas películas son fuertemente dramáticas, y en algunos casos incluso llegan a resultar terroríficas. Pero por su temática están más próximas a títulos como El apartamento (The apartment, 1960) o Primera plana (The front page, 1974) que otras comedias del director como Sabrina (1954) o Ariane (Love in the afternoon, 1957), mucho más dulzonas y ligeras, y sin la carga crítica de las otras. Y es que si por alguna cosa hay que caracterizar al director Billy Wilder es por su visión sobre el mundo y el ser humano, pesimista y a veces desoladora; por la acidez de su discurso, y por sus pocos miramientos a la hora de criticar a personas e instituciones. Wilder encontró en la comedia una buena forma de dar rienda suelta a sus causticidades, primeramente porque se la daba bien, y en segundo lugar porque este es posiblemente el género que goza de mayor libertad (la comedia es como el bufón del rey, crea un ambiente distendido que permite hablar de temas espinosos con mayor facilidad, aunque corre el riesgo de no ser tomada seriamente). Por lo tanto no debemos entenderle como un autor de comedias, ya que estas no eran un fin en si mismas sino un medio. El verdadero objetivo de Wilder era hablar de las dificultades de la vida en la sociedad occidental, llena de mentiras y personajes ambiguos que sólo actúan en su propio beneficio; una sociedad que desprecia a aquellos que considera débiles y les arrincona sin tan siquiera darles la oportunidad de rebelarse.

Todas estas películas respondían a una necesidad interior de Wilder, y conforman lo que podemos denominar su obra como autor. Aparte de ellas encontramos otros filmes que atienden a objetivos más inciertos. Entre estos encontramos algunas comedias (las ya citadas Sabrina y Ariane más El mayor y la menor (The major and the minor, 1942) y El vals del emperador (The emperor waltz, 1948), realizadas al inicio de su carrera), caracterizadas por un tono más suave e inocente, alejado de la sequedad y la aspereza de obras más memorables como Con faldas y a lo loco (Some like it hot, 1959) o La tentación vive arriba (The seven year itch, 1955). Pero todavía más extraños resultan la serie de películas bélicas que Wilder realizó durante los años de la guerra y la posguerra: Cinco tumbas al Cairo (Five graves to Cairo, 1943), Berlín occidente (A foreign affair, 1948) y Traidor en el infierno (Stalag 17,1953)), o tres títulos inclasificables como son El héroe solitario (The Spirit of St. Louis, 1957), Testigo de cargo (Witness for the prosecution, 1957) y La vida privada de Sherlock Holmes (The private life of Sherlock Holmes, 1970). Sobre las primeras, estas deben ser clasificadas claramente como obras menores de su director, debidas probablemente a exigencias coyunturales y "Días sin huella" sigue siendo un título clave dentro del cine de Billy: y una demostración clara de que lo suyo no sólo fueron las comedias. sin mucha trascendencia más allá de su contexto. En definitiva les falta la personalidad del autor, y se ven realizadas de forma más bien convencional.

Sobre los otros tres filmes (la odisea personal de Charles Lindbergh durante su vuelo de Nueva York a París; un relato policial con juicio; y una desmitificación del personaje de Arthur Conan Doyle, respectivamente), cabe decir que si bien no pueden ser considerados menores –al menos Testigo de cargo y La vida privada de Sherlock Holmes gozan de buen reconocimiento crítico–, sí podemos decir que se alejan de las características de la obra wilderiana, y parecen más bien pequeños caprichos a modo de descanso dentro de la inercia creadora del director. Pero más que como caprichos hay que verlos –así como a la serie de películas bélicas y a las comedias ligeras– como el precio que Wilder tenía que pagar por trabajar dentro del sistema –donde, por otro lado, tan cómodo se sentía. Ser un autor dentro de Hollywood no es posible, pero aún así Wilder consiguió crear en parte una obra muy personal gracias a estos periódicos peajes que solía pagar y a su capacidad para conectar con el público; hasta que el sistema le arrinconó por considerarlo en desuso, tal como él había reflejado en sus películas.

 

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