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Aunque la mayoría de
los socios fundadores de EN CADENA DOS vivimos a orillas del
Mediterráneo, en Valencia, tenemos un colaborador cuyo domicilio se
encuentra a orillas... ¡del Guadalquivir!, pero su espíritu es tan
mediterráneo como el nuestro. Cada mes os invita a acompañarle en el
análisis de un tema cinematográfico de actualidad.
LA PEDAGOGÍA DE DISNEY
Por
Juan
de Pablos Pons
En este año
emblemático de 2001 en el que estamos celebrando tantas efemérides,
también se cumple el centenario del nacimiento de Walt Disney. Sin duda
un productor y director cinematográfico con una gran visión, tanto artística
como económica. Creador de un imperio audiovisual que hoy, muchos años
después de su muerte, ocurrida en 1966, sigue teniendo una extraordinaria
presencia en todo el mundo.
Más allá
de ser un negocio fabuloso, la factoría Disney ha desarrollado a lo largo
de su existencia un modelo cultural dirigido al mundo infantil, centrado
en la inocencia como un valor universal. Un mundo-refugio donde es posible
evadirse de los problemas reales. Donde está perfectamente definido el
bien y el mal. Donde la fantasía actúa como factor de evasión y permite
una huida de la realidad.
El
emporio Disney comenzó a finales de los años veinte del siglo pasado. Su
personaje más emblemático, Mickey Mouse, apareció en 1928. Mickey
encarna los valores más característicos de la empresa. Nacido en una
nación, los Estados Unidos, sumida en esos años en una tremenda depresión
económica, planta cara a la vida con un espíritu optimista, se
identifica con el lado bueno de la vida y mantiene en todo momento un espíritu
lúdico. Disney, por tanto, crea un negocio que vende ilusión y
esperanza; donde las historias siempre mantienen a sus personajes
positivos en el lado de la ley y la esperanza y tienen por ello la
recompensa de un final feliz. Esta filosofía es una constante en sus
producciones de dibujos animados, plagadas de animales antropomorfos que
caricaturizan a los seres humanos.
Dotado de
un gran espíritu innovador, Walt Disney produce en los inicios del cine
sonoro una serie de filmes bajo el título genérico de Sinfonías
tontas (Silly symphonies) con un gran éxito. También incorporó enseguida
la fotografía en Technicolor,
siendo pronto la calidad técnica de sus obras un componente característico
de la empresa. El espíritu innovador estuvo siempre presente en su obra
–no necesariamente original-, como la convivencia de seres reales y
dibujos animados en la pantalla, idea elaborada por el dibujante Fleischer
y que el joven Disney aplicó en su primera serie Alicia
(1924). El gran hallazgo que supuso la realización de largometrajes de
dibujos animados y que se inicia en el año 1937 con Blancanieves
y los siete enanitos, marcó una senda de creación de productos
realizados para un público universal.
La
capacidad para generar productos vinculados a la cultura popular creció
de forma constante. Los Estudios Disney afrontaron nuevos géneros, como
los documentales y las comedias juveniles. Pero también se fueron
abriendo nuevos campos como las publicaciones con los personajes de las
películas, los parques temáticos, el mercado del video, la televisión,
las revistas o el desarrollo de la mercadotecnia basada en las explotación
de los derechos de sus personajes.
La
corporación Disney es hoy en día una multinacional de la cultura popular
que incluye productoras de cine, cadenas de televisión, emisoras de
radio, estudios discográficos, editoriales, equipos de diferentes
deportes, parques temáticos, compañías de seguros, revistas y
producciones multimedia. Estamos por lo tanto refiriéndonos a un holding empresarial con una capacidad inusitada para producir
contenidos en los más variados soportes, pero que de una forma
preferente, y a pesar de la evidente diversificación de su oferta, sigue
creando productos para la infancia y el ámbito del ocio en el mundo
entero.
Esa
inmensa capacidad para generar contenidos responde a un modelo formativo o
pedagógico bastante preciso y que es posible identificar. Ya hemos señalado
anteriormente que el eje principal de sus valores gira en torno a la
inocencia. Sus productos ofrecen la oportunidad de sumergirse en mundos no
contaminados de valores “humanos” como la violencia, el erotismo, la
ambigüedad moral, etc. Pero el principal objetivo es que las nuevas
generaciones aprendan a ser consumidores.
“Icono
de la cultura popular estadounidense, y de los valores familiares de la
clase media, Disney recurre activamente tanto a las preocupaciones de los
familiares como a las fantasías de niños y niñas, trabajando duro para
convertir a cada niño en un consumidor vitalicio de productos e ideas
Disney.” (Henry
Giroux: Cultura, política y práctica educativa. Graó, Barcelona, 2001.)
La
comercialización de la cultura popular llevada a niveles de globalización,
como ocurre con la corporación Disney, desemboca necesariamente en
situaciones contradictorias y paradójicas. La inocencia como un patrón
ideológico y educativo supone fomentar una visión del mundo que
necesariamente se fía de sus promotores, garantes de valores universales
e irrenunciables. Pero, ¿qué ocurre si ese orden moral en realidad está
al servicio de unos intereses comerciales empeñados en producir
significados, deseos, sueños e identidades que para concretarse deben ser
adquiridos, consumidos y además, de forma permanente?
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