Como
todos los meses, una vez más os invitamos a mandarnos vuestra
correspondencia, bien con comentarios de películas, bien con
sugerencias o para preguntar aquel dato que hasta hoy no os habíais
atrevido a preguntar a nadie. Os contestarán Mr. Arkadin y el Señor
Kaplan, dos perfectos caballeros.
Ana Bermúdez
No
comparto tu decepción por el último Burton. Puedes esperar muchas
cosas de este filme, pero lo que nos da, independiente de un guión
bastante flojo, son bastantes. De acuerdo que le falta el sentido visual
–en conjunto- propio del cine de Burton. Algo que sí se da en el diseño
de la ciudad de los simios, por ejemplo. Pero hay cine y sugerencias
notables a lo largo del metraje. Piensa en esa secuencia (parte de una más
amplia, le estancia en “Kabila”) en que el mono llega en la nave,
mientras los simios piensan que tiene lugar la “venida” de su dios.
Excelente la idea de mostrar al mono (“ir y entrar”) en la jaula,
lugar que reconoce como su casa. Como soberbio, demostrativo de un
director que piensa en cine, es el instante en que el simio belicoso se
siente prisionero y adopta la actitud de sus ancestros. No opino que el
final sea un chiste o un intento de hacer posible (que la habrá) una
segunda parte. Creo que resume claramente la idea de la decadencia del
Imperio (no es casual que se relacione a los simios con los romanos y,
por lo tanto, su Imperio: senado, forma de lucha...), asemejar la
decadencia de otros Imperios es algo que entra dentro del planteamiento
de un Burton, menos inspirado si se quiere que otras veces, a pesar que
no falte la inteligente forma de dar cuerpo a determinados personajes (Heston
en su papel de simio como único depositario del secreto del sitio
prohibido) y la ironía jugueteando, incluso, con el filme en el que éste
se inspira. Si he de indicar cual me parece el mayor error de la
“peli”, te diré que el intento de huir del primitivo, y
sorprendente, filme de Schaffner. Por cierto, ¿te diste cuenta de la
gran semejanza que existe entre la nave destruida (en la peli) y la
imagen de los edificios destruidos en la tragedia neoyorkina (en la
realidad)?
Ernesto Teulada
¿Te
ha dejado frío (¡ejem, ejem!) Lucia
y el sexo de Medem? A mí ni fu, ni fa. La verdad es que me esperaba
poco de ella. Vacas me interesó en su día a pesar de su excesivo formalismo. El
resto de la obra de Medem
no me dice nada. Sigue siendo muy elaborada, muy esteticista, pero de un
sin sentido bastante acusado. La obsesión por mezclar realidad con el
ensueño o con los mundos fantásticos, nacidos en gran mayoría de
nosotros mismos, es eso, una opción y gratuita la mayor parte de las
veces. Algo equivocado e inútil. El problema es que así resulta todo más
disparatado e imposible dentro del ensueño que es el cine. Una forma de
huir de una lógica y entrar en la (falsa) inteligencia del realizador.
Recuerda aquella sorpresa del encuentro de Silke y Carmelo Gómez en Tierra
cuando muy avanzado el relato nos hace ver que al comienzo nos hizo (el
director) trampas, al “impedirnos” ver el encuentro en la carretera
entre los dos personajes. O sea que aunque nos haga creer en la primera
parte del filme que no se conocen es una abusiva mentira de la que
gratuitamente nos ha separado. La trampa del realizador nos ha impedido
conocer el hecho. Pero, claro, es que, todo vale, al estar en el mundo
ese de la fantasía. ¿Le costaría mucho a Medem renunciar a sus
propios guiones y utilizar los de otros? Pienso que saldría ganando,
pero, claro, a lo mejor, así, algunos cuantos de sus “gregarios”
dejarían de apoyarle.
Antonia Ballesta
Que
Shrek haya triunfado este verano, no quiere decir mucho. Ante tal
cantidad de malas películas por metro cuadrado que hemos tenido que
sufrir en los últimos meses, una pequeña obrita como esta, el
anticuento por excelencia, al menos resulta inteligente y divertida.
Pero, personalmente, me sigo quedando con
Bichos, la versión
“en animación” de Los siete
magníficos. Pienso que al filme de la factoría Spielbeg le sobra
metraje por todos los lados, y que una vez asumida la sorpresa inicial
se para. El “asno” charlatán termina por hacerse un poco insufrible
con sus martilleantes malos chistes. A
“su historia amorosa” con la dragona se le podía haber
sacado más jugo. Pero, bueno, hay quedan Blancanieves y sus enanitos,
Cenicienta y sus hermanastras (simpática su lucha por el ramo de
bodas), Pinocho... esbozos críticos y de mala uva contra el cine de
Disney.
Celia Villagrasa
¿Qué
quieres que te diga del último Amenábar? Pues que ha hecho algo que
difiere poco de sus “otras” pelis. Efectismo por efectismo y todo
vale con tal de crear un repetitivo juego circense repleto de trampas. Más
cerca de Bitelchus (por cierto
¿conocería Burton Fantasma de
Roma de Pietrangeli cuando la hizo?) que de El sexto sentido (sin descartar, como decía un crítico americano,
su proximidad a La familia Addams,
ya que Amenábar ante tanto despropósito acumulado termina casi por
construir –su quererlo- una parodia de las películas de terror), no
ha gustado a casi ningún crítico (incluidos los americanos) y en el
festival de Venecia, a pesar de la manipulación informativa, menos. No
entiendo cómo puede (salvo por el bombardeo publicitario) tener la
aceptación masiva que tiene. Amenábar se refiere repetidamente a
Hitchcock, Kubrick y Spielberg como sus mentores particulares. Del
primero, aparte de convertir a Nicole Kidman en Grace Kelly –incluso
utilizando el nombre de la actriz- ha tomado el tema de la culpa como
eje y centro de la historia, del segundo quizás su intento de sentirse
genial y del tercero el tono de cuento expuesto a la perfección en el
inicio. Ni sustos, ni humor, ni gran cine, simplemente copia de copia,
imitación torpe de películas famosas. Y pesada como ella sola. Las
acciones (Kidman cerrando y abriendo puertas) se repiten hacia la
saciedad, llevándonos al aburrimiento. Y muchas secuencias resultas ridículas
(todas las del marido de Grace). De los personajes (criados, incluidos)
poco hay que decir: no tienen ninguna entidad. Al final Amenábar se
apura por explicar y volver a explicar las cosas para que todo quede muy
clarito. Amenábar tiene mucho, pero mucho que aprender... para hacer
una gran película. Eso si, en algún momento apunta maneras, pero nunca
redondea la faena.
Elisa Setién
Sí,
una cosa es lo que vemos y otra la que nos venden. Todavía estoy
buscando los pueblos aburridos y desesperantes (señalados por hojas
informativas y algunos críticos) de dos filmes recientes (y al parecer
cultos ya que se estrenan en Versión Original subtitulada) como 27
besos robados y Fucking Amal: dicen de esta película sueca que –sorpresas que da vida- ha sido
la más taquillera de su país. Los personajes, en ambas pelis, dicen
que se aburren, pero eso es bastante diferente a “ver” el
aburrimiento. Lo que nos dan las imágenes son cosas muy diferentes a
esas. La película sueca en femenino parece ser una copia de la inglesa,
en masculino, Get real. Una historia, aquí, de amor entre dos chiquitas. Nada o
poco más. Al final nos quedamos sin saber si uno de los personajes,
voluble a lo largo del metraje, se enamora o desea jugar a algo
distinto. Todo ello contado con chirriantes zooms cuya efectividad y razón
de ser es nula. Para dar, con claridad y por tanto entender, el
aburrimiento, o la inutilidad de una población, podía citar, entre los
estrenos recientes, Puedes contar conmigo de Lonergan, y, entre los más lejanos, Yo
vigilo el camino, un gran filme de Frankenheimer. Basta la primera
escena (el sheriff protagonista, interpretado por un excelente Gregory
Peck, recibe un aviso de su mujer en su coche. Le pide que antes de ir a
casa recoja el pedido que ha hecho en la carnicería) para resumir una
situación, un entorno y unos personajes. Eso es sugerir una explicación
del porqué de la cara de enfado y hastío del protagonista. ¡Qué difícilmente
saben explicarse los directores de ahora! Deberían aprender viendo
cine, pero sin copiarlo. Una cosa es distinta de la otra.
Rubén
Castro
Si
crees que el último Rohmer es teatro porque las escenas son casi estáticas
y recitativas, te diré que estás muy equivocado. No hay que confundir
teatro con una película en la que la cámara no se mueve nada o muy
poco. No es eso. Hay en las “pelis” otro tipo de lenguaje que las
aleja de lo escénico, y es el caso de Rohmer con La
inglesa y el duque. Rohmer ha planteado un experimento arriesgado,
del que ha salido triunfante. Algo que curiosamente concierne y se
explicita en un filme realizado por un hombre de 81 años. Rohmer ha
construido ante un filme trasgresor, culto, que pide atención al
espectador, que huye del ruido (pero no de la furia) y saber expresar
con imágenes el estado de ánimo de unos personajes. Un hermoso filme
subjetivo (no sólo eso) narrado por alguien que está de espaldas a
unos hechos, pero que se ve obligado a tomar partido. Una lección de
cine y de historia. Ejemplos de pelis clásicas con escasos o ningún
movimiento de cámara hay varias en la historia del cine. Te recuerdo Gertrud
de Dreyer (el ejemplo más cercano a este de Rohmer), las que
quieras (y más) de Ford, Una
mujer de París (y muchas otras) de Chaplin... ¿Que el cine de
Rohmer es teatro porque se habla mucho? Mira, una cosa es el teatro y
otra el que exista mucho diálogo. El maravilloso cine de Mankiewicz o
el de Bresson está repleto de “palabras” (monólogos, diálogos,
reflexiones...) y no por eso deja de ser cine. Lo es y de alta calidad.
Será difícil que los “emocionados” por cosas como Los
otros puedan entender, admitir, deleitarse ante la hermosa lección
de cine (e historia) que nos ofrece Rohmer. Pero eso de la cultura y de
la reflexión parece que ya no existen en este mundo. Sin dudarlo La
inglesa y el duque es una gozada, una auténtica obra maestra.
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