No nos gustaría
tener que escribir estas líneas, pero nuestro amor por el cine nos obliga
a dedicar, mes a mes, un pequeño recuerdo a aquellos cineastas (en el
sentido amplio de la palabra) que ya no están con nosotros. Ojalá algún
mes esta página tuviera que quedarse en blanco...
Anthony
Quinn
El único
actor mejicano que ha ganado dos Oscars falleció el 3 de junio, apenas
unos días después de finalizar el rodaje de Avenging angel, junto
a Sylvester Stallone.
Antonio
Rodolfo Quinn había nacido el 21 de abril de 1915 en Chihuahua, hijo de
un irlandés y una mejicana. Su currículum es el habitual de los
“extranjeros” que querían hacerse un hueco en aquellos años previos
a la segunda guerra mundial: tras su imprescindible periplo como
lavaplatos, limpiacoches y ayudante-de-lo-que-sea logró entrar como extra
en la Paramount, donde asomó el morro (y a veces ni eso) en títulos como
Sangre y arena, Unión Pacífico, Incidente en Ox-Bow o Murieron
con las botas puestas. Probablemente a alcanzar alguno de estos
papeles también debió ayudarle su matrimonio con Katherine, hija de
Cecil B. DeMille, el mandamás de la Paramount, aunque él prefirió
siempre correr un tupido velo sobre esa etapa de su vida.
Su origen
mejicano le sirvió para que en 1952 Elia Kazan le diera el papel que
cambiaría su vida: el compañero de Marlon Brando en Viva Zapata,
papel que le supondría su primer Oscar como actor secundario. Cuatro años
después repitió el galardón, esta vez bajo las órdenes de Vincente
Minnelli, con El loco del pelo rojo.
Con este
bagaje, Quinn se convirtió durante tres décadas en el más importante
actor de su país y el único con capacidad para liderar el cartel de
superproducciones norteamericanas o europeas, como Barrabás, Los
dientes del diablo, Las sandalias del pescador o Mahoma, el
mensajero de Dios.
A pesar
de todo, en muchos títulos, su papel seguía siendo (por su origen
hispano) el de enemigo/amigo/acompañante/mentor del protagonista del
filme (de origen yanqui, naturalmente). Así se le pudo ver en títulos míticos,
como Los cañones de Navarone, Lawrence de Arabia o El Don ha
muerto. En los últimos años de su carrera esta tónica fue la
dominante, lo que queda demostrado en títulos como Revenge, El último
gran héroe o Un paseo por las nubes.
De su
filmografía cabe destacar, además, dos títulos de enorme prestigio crítico
en su momento, aunque hoy en día gozan de distinta consideración. Por un
lado, el inolvidable filme de Fellini La strada, quizá su papel más
emotivo. Por otro lado, el casi olvidado Zorba el griego, de
Michael Cacoyannis, cuyo éxito provocó que durante algún tiempo muchos
le considerasen un actor de origen griego.
Su
autobiografía, publicada en 1973 por Pomaire, bajo el título “El
pecado original”, es hoy una pieza de coleccionista y una rareza para la
época en que se publicó, ya que entonces los cotilleos amorosos y los
escarceos bajo las sábanas no eran materia habitual en los medios de
comunicación ni en los libros autobiográficos. Si consiguen echarle un
vistazo (quizá se reedite con motivo de su muerte) podrán hallar jugosos
comentarios sobre la eterna seductora (Mae West), el enamorado permanente
(John Barrymore), algún que otro caballero (como Sir Laurence Olivier) y
los perspicaces comentarios de Carole Lombard, una dama que define con
absoluta claridad la situación de Anthony Quinn cuando osó casarse con
la hija del jefe de la Paramount, Cecil Blount DeMille:
-Te
metiste en una buena, chico. Te va a costar mucho tiempo salir a flote.
-¿A
qué te refieres? –le pregunté con recelo.
-Los
yernos lo pasan mal en esta ciudad. Primero están todos los que se
dedican a besar culos y que te van a usar para llegar al viejo, y luego
todos los que tratarán de tirarte al suelo para vengarse de él. Te van a
llegar por todos los lados.
Jack
Lemmon
-Pero
tú y yo no podemos casarnos porque... ¡yo soy un hombre!
-Nadie
es perfecto.
Esta réplica de Joe
Brown a Jack Lemmon en el plano final de Con
faldas y a lo loco ha pasado a la historia como uno de los momentos
inolvidables de la comedia en el cine.
También Jack Lemmon ha
pasado a la historia como uno de los actores inolvidables, faceta que
comenzó a cultivar con ¡cuatro años!, cuando debutó en un escenario
con la obra teatral Gold in them
that hills.
Como todos los grandes,
ha destacado en varios ámbitos de la actuación, como la radio (donde
trabajó tras servir de telegrafista durante la segunda guerra mundial),
la televisión (donde comenzó como extra en los años cuarenta, siguió
como estrella en los cincuenta y, ya en los últimos años, aportó su
presencia y su buen hacer a telefilmes y miniseries de variada índole) y,
por supuesto, en el teatro (primero con una compañía de repertorio en
Nueva Inglaterra, luego en Broadway a partir de 1953 y, posteriormente, en
diversos escenarios americanos y británicos).
Pese a todo, la faceta más
conocida de John Uhler Lemmon, nacido el 8 de febrero de 1925 en Boston,
es su carrera cinematográfica, iniciada en 1954 con La
rubia fenómeno, bajo la dirección del insigne George Cukor. Ya desde
sus inicios destacó su faceta cómica, sobre todo gracias a sus trabajos
con Richard Quine en títulos como Mi
hermana Elena, Operation mad ball, Me enamoré de una bruja, La indómita
y el millonario, La misteriosa dama de negro y
Cómo matar a la propia esposa.
Es su encuentro con Billy
Wilder el que va a proporcionarle quizá sus interpretaciones más
recordadas, muchas de ellas en compañía de otro ilustre comediante,
Walter Matthau, con quien formó uno de los dúos más brillantes de la
historia de la comedia. Bajo las órdenes de Wilder rodó títulos como Con
faldas y a lo loco, El apartamento, Irma la dulce, En bandeja de plata,
Avanti, Primera plana y Aquí un
amigo.
Ganó
el Oscar en dos ocasiones. La primera al año siguiente de su debut en el
cine, en 1955, con Escala en Hawai,
codirigida por Mervyn LeRoy y John Ford. Su segunda estatuilla, ya en una
época en que sus papeles dramáticos eran más numerosos, le llegó en
1973 con Salvad al tigre, de
John G. Avildsen.
Poco dado a narcisismos
excesivos y a ostentaciones innecesarios, sin embargo, en la carrera de
Jack Lemmon hay dos títulos que constituyen hechos insólitos: el primero
es Mr. Kotch, película que
dirigió e interpretó en 1971. El segundo es Fuego
escondido, un título para el que... ¡compuso su banda sonora!
Con su pérdida, el mundo
del cine pierde una de sus caras más alegres, no sólo en la pantalla,
sino también fuera de ella. Descanse en paz.
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