EL
IMPERIO DEL SOL
Aprieta
el sol cada vez más fuerte, lo que nos obliga a huir hacía otros lugares
buscando un poco de frescor. Bueno, eso ocurre aquí, en este hemisferio,
en el otro (donde nos leéis bien a gusto y muy críticamente) os encontráis
renegando porque ha llegado el frío, y quizás os preguntaréis cuándo
llegará el dichoso calor. La cuestión es quejarnos por algo, pero sobre
todo por el mal (malísimo) cine que padecemos en general en el
irreconocible año soñado por Kubrick.
¿Diferencia
entre realidad y ficción? Naturalmente. Y para el perfeccionista Kubrick,
al que ahora le salen amigos por todas partes, lo mejor fue no llegar a
ver la posibilidad de conseguir lo soñado, por imposible. Aunque bien
mirado, y ya lo he dicho más veces, la célebre película de Kubrick
representaba (a pesar de su número) una fecha indeterminada. La marcó en
el 2001, pero podía haberlo hecho en otra fecha. La que tomó eran tan
buena como cualquiera. Representa un cambio de siglo. Ocurre al igual que
con el 1984 de Orwell o tantas otras fechas que aparecen en novelas -o películas-
de anticipación. Aunque “¡cómo se equivoco fulanito!” (con un
malsano frotamiento de manos) sea la frase predilecta de los agoreros.
Pero eso es ignorar el propio juego que significa la ficción del tiempo
señalado.
Quizás,
algún día (dentro de cientos de años) el hombre se convierta en el
superhombre de Kubrick. Falta menos para que el cine sea algo de difícil
de comprensión para aquellos que inventaron nuevos procedimientos en los
años cincuenta. Aquí en esta ciudad de Valencia (España) los cines
parecen esponjas. Tratan como sea de absorber espectadores. Casi cincuenta
salas pegaditas a Valencia se
han abierto en menos de un mes. Grandes multinacionales de la
diversión (ciudades de ocio) o del propio espectáculo fílmico (las
productoras) levantan catedrales, anfiteatros romanos para mostrar los últimos
birriosos iconos que, en casi su totalidad, tratan de iluminar las grandes
pantallas con sus novedosos sistemas de proyección. Ya lo hemos dicho
antes: más cines no significa más películas para ver. Una sala es hoy
como un supermercado cuyos productos ofrecidos son las películas en
cartel (las mismas que se ofrecen a veinte metros) condimentadas mejor o
peor, pero pese a la competencia siguen subiendo los precios de forma
descarada. Todo sea por la novedad. Más oferta no significa pues, como
también ocurre en el caso de las gasolineras en nuestro país, que haya
una rivalidad en precio... a la baja. La competencia, ¡asombroso!. es al
alza. Miren, lo que se paga es, además de la película, la comodidad para
aparcar, la excelente pantalla, la visión generalizada desde cualquier ángulo
(?), el sonido retumbante a punto de destruir nuestros tímpanos... y los
accesorios que completan tan taimado sacrificio: palomitas, bebidas,
locales contiguos de diversión...
¿Por
cuanto puede salir hoy día una sesión de cine en una de las ciudades del
ocio? El ir en coche, dejar sus muchas pesetas en las entradas e incluso
en los accesorios puede significar una cuenta de varios miles de pesetas
(mañana en euros parecerá menos). Pero eso si, las entradas pueden
encargarse por Internet, pagarse con tarjetas de crédito... Un mundo que
ni Huxley hubiera soñado: la masificación y deshumanización de los
seres que acuden a tan grandes edificios. Todo tan pulcro y organizado que
puede incluso no haber un sólo ser humano como “organizador” de un
“ente” tan complejo. Se imaginan: letreros indicadores, entradas
magnetizadas, escaleras rodantes que nos acercan y separan, butacas que
nos dan la bienvenida y una maquina que solita pone en funcionamiento la
película. El gran hermano-oráculo es el que se impone. Y todo para ver
superproducciones vacuas, inconexas, inútiles, idiotizantes. Y es que el
Gran Hermano, con su inutilidad, quiere hacerse dueño del mundo y de los
negocios.
Pero
no sufran, detrás viene el no va más (¿o sí?): el cine digital. O sea
que desde cualquier parte del mundo (piense en algo parecido a un DVD vía
satélite programable en los idiomas de cada país) se puede emitir a la
misma hora desde el mismo sitio una película, con opciones determinadas.
Casi ciencia-ficción, pero no tan lejano como imaginan. La cinta será
transformada en discos volcados (en la forma que sea) al ordenador
central, que mandará distintas ordenes. Y eso, aunque no lo crean, está
a la vuelta de la esquina. El sueño de un tal Lucas, más avaricioso que
el de Kubrick, controlando ciudad, lugar, día y hora en la que se
proyecta sus filmes galácticos bajo su supervisión: le bastará apretar
un botón para ser el amo... de las imágenes.
Entre
nosotros está el mundo de la Inteligencia Artificial, la
película que preparó Kubrick con tanto cuidado y que nadie sabe si llegó
a filmar un sólo plano y que ahora de manos del rey Midas-Spielberg se
estrenará entre nosotros en septiembre. Una historia donde ya no existe
diferencia entre lo humano y lo regido por las leyes robóticas (y no por
cierto en la estela de Asimov). Tememos que la cruda parábola que
representaba la historia que Kubrick quiso filmar, y que nunca llegó a
hacer ya que sus “ojos” se cerraron sin poder verla, se haya
convertido en una tonta historia sentimental en las manos de Spielberg. ¿Otra
vuelta a ET, el extraterrestre? ¿Buenos sentimientos y maniqueísmo
barato? Se acaba de estrenar en pleno verano en Estados Unidos. La
taquilla dirá la palabra. Seguro que sonará a dinero ganado a manos
llenas. ¿Dedicada a Kubrick? “Es mi mejor homenaje a un amigo”, ha
dicho el director. ¿Que le contestaría Kubrick, no dado a coquetear con
el público como S. S? ¿Diferencia entre racionalidad e irracionalidad?
Con todo lo que se diga, o deje de decir, I.A. nunca será como la
obra que hubiera salido de las manos del autor de 2001.
Mientras
nos llega septiembre, y el imperio del sol sigue mandando y con él la serie de películas
con la bendición de la taquilla como reventadoras de salas. Desde héroes
o heroínas futuristas hasta momias resucitadas pasando por tontorronas
vueltas a Pearl Harbour, deformando la historia a favor, claro está, de
los intereses de los Estados Unidos de América. ¡Loor y Gloria a su
tecnología!, a su rabioso sentido comercial que puede hacer digerible el
producto más indigesto, olvidando, como en este último caso, que desde
ambas partes contendientes (las barras y estrellas y el sol naciente) hace
años se estrenó la muy versada Tora, Tora, Tora. Dicen que en
esta vuelta a la guerra (¡que manía el hacer ahora tantas películas de
guerra!) la Disney va a perder mucho dinero. Hace tanto calor que los
espectadores huyen del sol naciente. Sería maravilloso que los
espectadores en pleno imperio del sol recobraran la cordura y, además de
grandes catedrales cinematográficas, pidieran buenos productores, de lo
contrario (¡que ingenuidad!) abandonarían tan falsos edificios donde se
proponen la adoración de becerros que ni siquiera son de oro. Queda, eso
sí, su resplandor, más cegador por el verano, pero puede deberse a un
determinado oxido de hierro (la pirita), que como bien se decía en El tesoro de sierra madre, no es más que el oro de los tontos.
Nosotros
cerramos (en agosto) por el calor. Abriremos a tiempo para contactar con
la nuevas “inteligencias artificiales”. En septiembre ENCADENADOS se
preparará para sufrir el frío y el cansancio del cine nuestro de cada día.
Aunque de vez en cuando surja esa obra que nos despierte y nos haga pensar
que el cine aún (con o sin nuevas tecnologías) existe.
Adolfo
Bellido López
(director
de EN CADENA DOS).
|