Sin perdón
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Sabiduría garantizada

¿Sabiduría garantizada para quién? Hace días leía una cartelera (de cine y otras minucias) valenciana. Sus redactores y/o colaboradores “juegan” en cada número a poner numeritos a las películas que pretenden criticar. Me quedé estupefacto. Esta cosa (con intereses, por supuesto, amigables en la publicación) de la Dörrie obtenía un (poco sabio) tres. A su ladito el último y soberbio Frankenheimer (Operación Reno, al menos ejemplo de saber contar, de decir algo) recibía un (incorrecto) cero. Se decía que era superviolenta (¿fascista?) y tarantiniana. ¿La habría visto el singular crítico? Hay que ponerlo en duda, porque de ser así... Bueno, la verdad es que no hay que escandalizarse ya que la misma publicación “dictó” (carcajada general) hace años que Eduardo Manostijeras (otro cero) era reaccionaria. Toma castaña. Ambos directores (Frankenheimer y Burton) críticos y desesperanzados, asumen en esos filmes, curiosamente, posturas muy parecidas en cuanto al tiempo de la narración. Dos aparentes cuentos de Navidad con un sentido crítico y malévolo. ¿Por qué estos planteamientos tan simplones de ciertos escribidores-copistas? Insisto ¿habrán visto las películas? Pero, tranquilos, ellos a lo suyo, a defender sus interés y los de sus amigos (llámense como se llamen, pero sin que falte el Sr. Herrero. Claro, la razones de marras) y a defenestrar a los que no lo son. No se preocupen, nada más ver el título y director de la película que se va a estrenar (y donde lo hace) podemos saber, sin equivocarnos, que calificación tendrá esa nueva película. Razón de la sin razón. Así, De la Iglesia tendrá un dos (“Comunidad” vergonzante y sus muertos de... espanto, incluidos), José Luis García Sánchez un dos o un tres, el Sr. Herrero (de oficio dadivoso productor) un dos como mínimo, igual que ocurre con Medem, Ulloa y otros amigos de nuestros amigos. Que conste que, en estos ejemplos finales, sólo me estoy refiriendo al cine español. Lógicamente (por no tragar como “persona”) a Garci le obsequiaran, haga lo que haga, con maravillosos ceros. ¿Será por seguir la política de autor?

Nos estamos saliendo de madre. El caso que nos ocupa es el de la Sra. Dörrie, alemana y plúmbea como ella sola. A alguien se le ocurrió decir que su primerizo Hombre, Hombres era el colmo de la lucha por la libertad de la mujer y... paridas por el estilo. Algunos se lo creyeron. No tuvo inconveniente en realizar una película (Lo mío y yo) a mayor gloria de la conversación peneística (nada que ver con el partido nacionalista vasco). El super ego del machismo. Inteligente la directora alemana. Vendedora de desafortunada comedias  barnizadas de oportunismo... temático.

En la presenta ocasión -lista ella- se apunta a la moda del vídeo digital. Desde que Trier pareció descubrirlo para sus acólitos dogmáticos, otros muchos realizadores se han apuntado a su fácil utilización. Realmente uno de los primeros (¿acaso el primero?) que inició el invento fue un director español, Basilio Martín Patino. Hace muchos años viene realizando sus (interesantes) películas innovadores en vídeo (ahora va a rodar una en cine). Pero, claro, Patino es español y se esconde sin chácharas apabullantes, ni ínfulas. Patino es silencioso (aunque con los amigos hable bastante) y poco sociable (por eso de huir del bullicio), lo que le impide recibir lisonjas y vivir en olor de multitud. Una pena que no se reconozca al verdadero creador en este mundo de prisas y de fastos.

Dörrie (que suena a personaje de Dickens) se apunta a eso y a más. Nada menos que aquí se permite que sus personajes de ficción (?) tengan el mismo nombre que sus actores. Un juego sobre la verdad. Lo que vemos, parece insinuar la directora, es la verdad “garantizada”. Aburridamente garantizada, podía añadir.

Itinerario (sólo de ida) de dos alemanes bastante plastas hartos de la “rutinaria” vida (uno por convencimiento, el otro porque no tiene más remedio que aceptar lo que le pasa) que llevan (ruido y furia) y se marchan desde Alemania a Japón (más ruidoso y furioso aun que su país) para acudir a un monasterio zen. ¿Y para que ir tan lejos? Simplemente porque no habría película de no haber sido así. En principio parecía que el filme criticaba lo de aquí (la vida moderna) y lo de allá (la vida -¿serena?- de la meditación a golpe de normas). Pero no, los mantras y la disciplina silenciosa terminan imponiéndose al cansancio de un mundo moderno... De todas maneras el final no queda muy claro. ¿Acaso la directora insinúa que hay que vivir en una tienda de campaña en medio de una ciudad plenamente agitada?

Tres partes (a cual más torpes) hay en el filme (no obstante la final es más inaguantable que el resto). La primera transcurre en Alemania. Conocemos a los personajes. Nos demos cuenta de las inclinaciones  del  (parece no conocerlas) gay meditador (al que su mujer le pone -¡acaso podía esperar otra cosas!- los cuernos con un típico semental, en una bastante ilógica escena), como también vivimos el egoísmo del hermano al que (¡merecido se lo tiene!) abandona su mujer.

La segunda parte se centra en la ciudad de Tokio. Hay un curioso sentido documental, que es sin duda lo más válido de la película. Rebuscado, pero válido, por ejemplo el plano de las gentes (en toma desde lo alto) cruzando la (s) calle (s). La lógica tampoco casa mucho en esta parte. Se entiende que hablo de lógica narrativa. Todo resulta forzado: el no encontrar el hotel (rara manera tienen de localizarlo), el viaje en el taxi, el quedarse sin dinero, el encuentro con su compatriota, o el imposible reencuentro de los dos hermanos... Insisto, el valor de esta parte es el asomarnos a la globalización vía pueblo oriental. Un mundo que nada tiene que ver ni con el dibujado (para desgracia nuestra) por Ozu, ni, tan siquiera, por el Wenders que realizó un curioso documental sobre la capital de Japón (Tokio-ga), dedicado, claro está, a Ozu.

La tercera parte narra la estancia de los hermanos en el monasterio. Lo que parece va de coña, de pronto se vuelve serio. Ambos hermanos comprueban que el andar a golpe de silbato (¡la disciplina prusiana!) tiene su encanto, al igual que dormir poco y trabajar mucho, realizar ceremonias tras ceremonias...Una vida, fuera de la órbita de su vida ordinaria, que les lleva a ser y conocerse para... terminar (como se ha dicho) durmiendo en una tiende de campaña en un solar de Tokio.

Todo en esta última parte tiene el aliento de las películas de viajes de aficionados. De esas que los amigos nos ponen cuando vuelven de sus periplos. E igual de pesadas. Así aparecerán los monjes, con el abad en primer termino, sonriendo, saludando a la cámara. Una cámara doble, por una parte la de la directora, por otro lado la martilleante observación de los hermanos con su vídeo paliza. D. D. dirá que eso (como los nombres reales de los actores) forma parte de la verdad a prueba de imagen, bendita ingenuidad.

¿Cómo alguien puede defender esta manifiesta estupidez? Aquí no hay cine, no hay historia, no hay ideas. Que no se diga que se quiere mostrar el enfrentamientos de  dos (o tres) formas de entender -o de estar en- el mundo, o que se quiere igualarlos. No, aquí el único logro es saber como se ha podido estrenar comercialmente esta película, cuyos únicos destinatarios deberían ser los amigos de la señora Dörrie y aquellos que tienen (mantienen) negocios con ella.

Fotografía sucia (por eso del rodaje en vídeo digital), personajes sin interés, aburrimiento garantizado en esta visión entre mundos diferentes, y que, al menos para mi, me resultan igualmente de indigestos. El cambio del hermano homosexual -la aceptación de su condición- es tan forzada como inútil es el asentamiento del otro hermano en un entorno que no es el suyo y del que se encuentra tan distante. Al parecer, Dörrie, ha querido hacer una comedia. La verdad es que al final no se sabe si es eso o un documental o, una exposición de un viaje o... lo que diablos sea. Eso sí, sin duda, es algo pastoso, aburrido, cargante y plúmbeo muy a tono con el cine plasta de esta aparente directora de cine progre y concienciador. Aburrida e inaguantable del principio al final. Sólo válida por sus escenas documentales sobre el Tokio de ahora mismito. No lo damos un cero por ser está calificación (actualmente) incorrecta desde un punto ¿educativo?

 Mister Arkadin                

Erleuchtung garantiert 

Nacionalidad: Alemana, 1999. 

Argumento, guión y dirección: Doris Dörrie. 

Colaboración en el argumento y guión: Ruth Stadler. 

Intérpretes: Uwe Ochsenknecht, Giustav Peter Wöhler, Anica Dobra.

 

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