Sin perdón
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Persiguiendo a Betty

Neil LaBute viene del cine indie (o sea, independiente). Su obra se caracterizaba hasta el momento por un sentido crítico basado en unos planteamientos sociales. Quizá sea Amigos y vecinos, su segunda obra, la que mejor refleje el pensamiento y las razones de LaBute. Las relaciones entre las personas no funcionan. Las argucias, o mentiras de las parejas para consolidar un amor, en el que ni siquiera se cree, forman parte de la mentira de los seres, que consolidan unos determinados actos sociales para huir de la soledad o sentirse al menos relativamente dignificados. Realmente una paradoja en cuanto los seres de aquel filme no eran más –creo que no se podría hacer una distinción entre ellos y ellas- que reflejos de una existencia. No había salvación posible para quienes trampeaban sin disimulo. La diferencia entre unos y otros seres era mínima. De ahí que su actitud en aquel filme fuera la misma (momento repetido) cuando hablaban con la empleada de la galería de arte. Hombres y mujeres la tomaban como un nuevo eje de su existencia y ante su presencia trataban de desplegar sus mejores artes de seducción.

Aquella tan terrible como cínica película antecede a esta enfermera Betty, más unida al cine tradicional, a lo que se entiende por cine comercial. O sea que estamos ante la primera apuesta de LaButte por introducirse en los circuitos comerciales. ¿Sería esa realmente la única idea del director? ¿En sus dos anteriores admirables películas (En compañía de hombres además de la citada Amigos y vecinos) no estaría buscando, ante todo, ser un director admirado y consentido de Hollywood, y por tanto lanzado al estrellato y conocimiento de los espectadores? El desconcierto que supone su último filme nos lleva a plantear las razones, o sinrazones, de su –inconexa- forma de actuación. 

La historia, sobre el papel, tiene atractivo y su análisis crítico supone una reflexión sobre la sociedad y los medios. Se trata de plantear la culpabilidad, en este caso, de las vulgares series televisivas, cuyo único sentido parece ser adormecer a las masas. De aquí, desde aquí, se iría a un nuevo estadio, el que presupone la identidad entre la televisión, las películas, y el mundo que nos rodea. Es decir, una cosa es la televisión y otra muy diferente la realidad, lo que ocurre es que la lógica narrativa y su inspiración en la realidad, termina por identificar aquella con ésta, con el problema que ello supone. Cuantas veces hemos podido escuchar que “aquello” sólo existe en función de su pase por televisión. Si un suceso no tiene lugar en televisión es que no ha existido. ¡Maravillosa falsedad! Una cosa es que la televisión o el cine presente hechos que hayan ocurrido, otra muy distinta que aquellos hechos hayan ocurrido tal como se muestran  Pues bien, esto es lo que desea plantear esta película, pero lo hace con muchas limitaciones, lo cual sorprende desagradablemente viniendo de un realizados  a priori interesante como LaBute.

Si la historia de la camarera Betty, viviendo en un mundo escasamente atrayente que no le produce ninguna satisfacción y en un ambiente personal frustrante (su marido la desprecia y la engaña con su secretaria), es interesante, no lo ni el personaje en si mismo, ni la forzada historia (un inaudito McGuffy) narrada, ni lo es mucho menos el trazado de la mayor parte de los personajes (quizás el mejor parado resulte el asesino interpretado socarrónamente por Morgan Freeman). No es admisible (y además está desaprovechado tanto el personaje como las acciones en las que se ve inmerso) la protagonista, cuya actuación parece reposar en el shock producido (?) por el (bestial) asesinato de su marido. Algo incomprensible ya que de entrada Betty está señalada con rasgos de anormalidad (y la gente encadenada por el televisor, en general, no lo es). Un rasgo de anormalidad que parece ser el detonante de su simpatía. Realmente Betty es como una niña grande a la que se le ríen sus actuaciones creyendo que buscan un determinado sentido. Junto a ella aparecen unos seres aparentemente normales pero tan infantiles y demenciales como ella. ¿Es quizás ese el sentido que el director desea dar a su película? Desde esa propuesta tampoco se sostiene el filme. Un personaje como Freeman, enamorado de la candidez que emana de Betty, es válido por su ironía, pero no por su forma de plantear –o resolver- sus posibilidades. Un ejemplo de esa falta de valor o positividad del personaje se muestra en su “encuentro” con la mujer-hada (¿igual a bobalicona e ingenua?) en la escena nocturna del Gran Cayón.

Una lastima de historia. Sus posibilidades no son sino unas propuestas repletas de buenas intenciones. Nada prospera, ni va más allá de la entrada (siempre frustrada) de nuevos personajes o de ideas que terminan por quedar esbozadas, repitiendo incansablemente una situación idéntica. Es así como ocurre con la presencia de la dueña del bar de carretera y de su (¿único?) cliente o el encuentro entre Betty y el doctor televisivo, incluso todo el saber de Betty como enfermera, quizá conseguido de estar tantas horas frente a su programa televisivo predilecto (esas perezosas o perenne serie estilo “Urgencias”). Discutible, aunque la idea se encuentra en la obtención de un mundo distinto del (frustrado y frustrante en) que se vive, de la visión de los sueños o ensueños de algunos personajes como los presentador en la ya citada escena de Freeman u otra, de las mismas características, que representa a Betty imaginando su encuentro con “el doctor”, momento que nada aporta, principalmente, por repetitivo. 

Lo mejor, queda dicho, su idea motriz (alargada, alargada) y su elocuente final, que trata de universalizar el mensaje del filme. Betty, convertida en enfermera (¡lo que no logra el mundo de la imagen!) gracias a intervenir en el serial de sus sueños, marcha a Italia (“en la Europa de verdad” como, por si no estuviera claro, remarca un letrero final), donde un camarero está absorto viendo la serie televisiva y tratando de cobrar la consumición de la Betty real (a la que ve en pantalla como enfermera, pero a la que ignora como persona que ha tomado una consumición en la terraza del café en la que él trabaja). El problema es que Betty sigue siendo (a pesar de su trabajo, de comprender que las series de televisión no son la realidad y que los personajes que allí aparecen no son más que actores. O ¿sigue sin comprenderlo?) la misma mujer-niña (o disminuida psíquicamente) de siempre. Su forma de moverse, su actitud infantil es la misma que en el resto de la película. Aunque a lo mejor es que LaBute trate de decirnos que en el fondo todos somos infantiles e ingenuos. Una vulgarización, en definitiva, del mundo actual. Algo que implicaría otra pregunta: ¿es des eso culpable la televisión en general o los medios de comunicación en particular?  

 Adolfo Bellido                

Nurse Betty  

Nacionalidad: Estados Unidos, 2000. 

Dirección: Neil LaBute. 

Guión: James Flamberg y John C. Richards sobre argumento de este último. 

Intérpretes: Renee Zellwerger, Morgan Freeman, Chris Roch

 

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