Chavarri
hizo una estupenda película en los años 70. Se trataba de El desencanto.
Allí bajo la apariencia de documental -¿existe tal género?- se escondía
una de las películas mayores del cine político español de aquellos años.
La singular vida de los Paneros servía de excusa para hablar del
franquismo y sus consecuencias. En el fondo una reflexión sobre la
paternidad, la obediencia y la dictadura. Los hijos polluelos cobijados
bajo el temible ala de un paternal e iracundo padre. Un filme que tendría
su continuación treinta años después en otra singular obra de Ricardo
Franco.
No
fue la única película interesante de Chavarri. Al menos en sus primeras
obras se encontraba un cierto carácter inquieto y experimental. La rémora,
y la negativa a la comercialidad de sus obras, quizás se debiera al
excesivo carácter metafórico de sus imágenes. Uno de sus temas
preferidos en su primer período era el de la niñez y el de la juventud.
Luego aparecería, con los años, una obcecada intromisión en el –por
llamarlo de alguna manera- el musical, que nos llevaría hasta la película
anterior a estos tímidos besos, Y
sus ojos se cerraron.
El
último filme trata de aunar su primera época con el musical, depositario
en el mundo de los años 60 de un cierto estado de contestación. En España,
mientras tanto, era una especie de huida lúdica y de “solazada”
diversión en aquellos guateques de nunca jamás.
Pero
los tiempos no han pasado en balde. Chavarri vive de un cierto regusto por
un pasado perdido en unos tiempos que han dejado de ser. Su mirada ya no
es la misma. Han pasado muchas cosas en estos años tanto en España como
en el cine para mantener vivo su espíritu “virginalmente” crítico.
Unos
chicos –tres- estudian en Cádiz. Se preparan para médicos. El clima
represivo en el que viven es el propio de la España franquista. Mientras
el mundo alrededor respira, aquí todo es triste a pesar de que se haga lo
posible por tomar determinados trenes de modernidad. Una idea tan buena
como otras. Se enfrentan dos mundos diferentes. Se espera en uno mientras
otro lentamente va muriendo. Lo malo del filme es que ni la historia
funciona ni los personajes viven. Falla quizás no la realidad pero si la
lógica narrativa. Pregunta ¿qué hacen esos tres personajes en Cádiz?
¿qué extraño destino les ha llevado a estudiar en aquella ciudad lejana
a la que viven? Se podría hablar de motivos políticos pero esos no se
explicitan en el relato o más bien no se corresponden con los personajes.
De entrada se plantea ya la situación “per se”:uno de los chicos ha
llevado a una “cabaretista” a la casa y se disponer a que viva allí.
Lo que ocurre es que nadie se cree que en aquel entonces eso –y la vida
de los tres chicos en una gran casa- sea real. La ficción no ayuda a
componer esa irrealidad.
Personajes
tópicos, situaciones extremas tratan de mostrar los años 60 en una
ciudad de provincia. La política y el sexo como trasfondo. Ni una ni
otras adquieren –insisto- una realidad. ¡Qué falso es todo! ¿Puede
alguien comprender que la máxima autoridad de la provincia, tío de uno
de los chicos, no tome cartas en el asunto para atraer al redil a su díscolo
sobrino? ¿Puede admitirse un personaje como el de Rocío, la chica de
provincia –con un cierto furor uterino- que va para madre soltera?
Evidentemente no. El filme se dedica a plantear situaciones no a contar
una historia. Es un filme de guión donde las cosas ocurren debido a las
querencias (y no del querer) de los guionistas. Así en un determinado
momento aparece un personaje inexistente para cerrar la historia marginal
de Rocío (“yo me caso contigo, doy mi nombre a la criatura pero a costa
que tus padres me den tal o cual cosa). No es lo único porque aún me
pregunto que hacen unas tomas en Madrid (sin haber salido de Cádiz) como
muestran las matriculas de los coches (hecho –rodado en la capital- que
luego proclaman los letreros finales) o como admitir que los estudiantes
(ellos y ellas) de los años sesenta se unan con las “fulanas” en una
celebración (otra secuencia por “narices”) guatequera.
Chavarri
ha perdido muchos enteros. Una secuencia como la de la seducción del
joven primero estudioso y luego tarambana por la fulana interpretada por
Enma Suárez muestra su falta de precisión. El juego (simbólico) de la
llave es impreciso e indescriptible por su torpeza y su inadecuación. Y
es que la metáfora que tanto hizo por dar brillantez a su primer cine hoy
(y eso Chavarri lo debía saber) está de más o hay que dar de otra
manera. ¡Qué manera más torpe de expresar el sentido de la llave como
elemento de apertura y cierre de puertas (mundos)! Pero eso no es nada
comparada con la escena del acoso de Rociíto a su necesitado hombre en el
parque. El acorralamiento y connotación sexual viene dada por el niño-fuente
del estanque que “lanza” agua al aire. Un símbolo de auténtica vergüenza.
Le
falta casi todo al filme incluida una voz narrativa que al final trata de
asentarse en el joven Lorenzo, pero su carta final a los padres es tan inútil
como el resto de la película, en cuanto sus palabras (importantes) son
posteriormente negadas al marcharse el joven del tren.
Quería
finalmente citar una secuencia como ejemplo de lo que nadie debería hacer
nunca en cine. Es la concentración en la Plaza de la Iglesia con motivo
del día del perdón (o de las misiones “redentoras” de aquellos
detestables años). Para rodar eso no basta la idea hay que contar con
unos medios de los que la película carece. Toda una ciudad se mueve
(incomprensible el beso en el portal en “ese”día) en pos de la
llamada religiosa. Pero los habitantes se reducen a media docena apiñados
para que parezcan muchos. Lamentable. Un ejemplo de ineficacia de un
realizador que no sabe los medios con los que cuenta o puede contar.
Si
tuviera que defender algunos elementos, personajes o situaciones tendría
que señalar los diálogos, la interpretación, y algunos momentos como el
de Rocío caminando sola por las calles después de sentir que tiene que
enfrentarse sola a su destino de madre soltera. Un personaje, éste, tan
desaprovechado como el resto (y el sacerdote consejero del que el mal
pensado espectador, en algún momento, llega a pensar que es el padre del
hijo de su confesor y consejero espiritual).
Algunos
defenderán este filme por los “recuerdos” que le transmite pero no
por las imágenes que se ofrecen. Estos absurdos besos de los años 60 son
tan falsos como inoperantes. Chavarri desde hace años anda sin saber cual
es su destino. Algo que ni siquiera consigue recordando (de refilón)
cosas que ocurrieron en aquellos años que para España no fueron tan
felices como si lo fueron para otros jóvenes de entonces.
Mister
Arkadin
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Besos
para todos.
Nacionalidad:
Española, 2000.
Dirección:
Jaime Chavarri.
Guión:
José Ángel Esteban y Carlos López.
Fotografía:
Hans Burmann.
Argumento:
Manolo Matji.
Intérpretes:
Emma Suárez, Eloy Azorín, Roberto Hoyas, Chusa Barbero, Pilar López de
Ayala
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