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Un
título, el de la película, sugerente y correcto, aunque más lo sería
si se indagase sobre las razones que tienen los amigos y amiguísimos del
señor Herrero (de oficio productor, y realizador de cuando en cuando)
para defender todas, y cada una, de las películas que filma. Pregunta que
debiera plantearse el Sr. Herrero de manera muy seria.
Y
es que resulta inexplicable esta calidez plausible de cierta crítica para
las (mediocres) películas dirigidas por Gerardo Herrrero. En la última
sigue demostrando la misma incompetencia mostrada en su primera -y
flojita- obra titulada Al acecho (1988), aunque probablemente Herrero piense que su primer
filme personal -el segundo que dirigió- sea Desvío
al paraíso (1994). Esas “razones” son tan tibias como las
anteriores. No es mejor, ni peor un filme del otro. Son, sencillamente,
igual de mediocres. ¿Cual es la razón, pues, por la que se desvía
Herrero de vez en cuando de la producción para realizar sus repetitivos y
fracasados filmes? ¿Por qué los sigue haciendo? No hay asidero
(contestación) posible. La estructura de sus películas -y la de los
guiones en los que se sustentan- es torpe, llegando a destrozar incluso
novelas con enormes posibilidades cómo ocurre con
Frontera Sur. Si a eso unimos su escaso dominio actoral y la falta de
una “lógica” narrativa, tendremos el triste dibujo de sus cansinos
filmes. Tan cansinos como simples o imprecisos. No dista mucho la vacuidad
-y torpeza- de Desvío al paraíso
de la presente en Malena es nombre
de tango, Territorio Comanche, la citada Frontera Sur o en esta últimas de las (sin) razones de los (sus)
amigos.
Como
dice la actriz “secuestrada” (Ariadna Gil) de Obra
maestra de David Trueba “no todos sirven para este oficio”.
Herrero debía tener muy claro cual es el suyo en este tinglado. No es el
único que debiera preguntárselo, pero al menos “otros” no tienen su
dinero. ¿Es que acaso alguno de los amigos de Herrero no son capaces de
decirle que siga de productor y deje de ejercer oficios que no le van? Sus
razones tendrán con sus aplausos jaleados a ritmo flamenco. Quizás
esperen la llegada del maná, en forma de unos cuantos euros, que les
permitan (a ellos) también jugar a hacer películas. Todo encaja. Hasta
la idea del comienzo del filme, y de la que luego hablaremos, es un simple
asunto de dinero.
Razones
de amigos -¿razones de mis amigos?- que en realidad no hacen bien a
nadie. De amigos, además, nombrados como tales sin serlo, ya que sus
vaivenes amistosos se prodigan claramente en función de unos intereses.
¿Y que decir de los críticos que hacen reseñas -de análisis nada, por
supuesto- entusiastas de descomunales patrañas como ocurre, ahora, con ésta
de Herrero o hace unos meses con la “absurda” -por no decir cosas más
fuerte- Sé quién eres de
Patricia Ferreira? Maravilloso, cuando además esos mismos entusiastas
“cantaores” son capaces de lapidar obras tan conseguidas y bellas -no
cambio de tercio, sigo en el cine español- como A
los aman de Isabel Coixet. ¿Cuál son los criterios de nuestros críticos?
En esto, como en las últimas elecciones norteamericanas, algo huele mal,
parece que está podrido. Una de dos, o esas personas -ellas y ellos- que
hacen crítica no tienen ni idea de qué va el cine o, de tenerla, están
jugando una determinada carta personal. Lamentable. Se ha hablado mucho
del empuje que, vía crítica de su país de origen, obtenían muchas e
inaguantables producciones francesas. Bien ¿y aquí, acaso, no se está
haciendo lo mismo? Triste espectáculo al que asistimos en los ultimísimos
estertores del siglo XX. Se confunde la cultura con el griterío, con las
palabras huecas. Sinceramente entre este cine (falsamente) “progre” y
el de las mismas características realizado entre los años 50 y 70 en
nuestro país, por poner un por ejemplo, existe un gran diferencia, pero
siempre, por supuesto, a favor, del cine de antes.
La
última película de Herrero como director (y productor) se basa en una
novela que debe ser -ante los pretenciosos diálogos que escuchamos- ya de
por sí de una categoría ínfima. El guión es de otra “genio”, Ángeles
María Sinde. Su curriculum consiste en haber sido guionista de series
televisivas y de la más que interesante La
buena estrella de Ricardo Franco (habría que ver cual fueron, en ese
filme, las aportaciones respectivas de la guionista y del realizador).
Cada día descubrimos en nuestro cine nuevos guionistas o realizadores, de
tres por cuatro, a los que hay que venerar. En estos momentos, con ese
bagaje, la cinematografía española debía ser la mejor del mundo. No nos
engañemos. No hay genios sino gente avispada (que se lo pregunten a Almodóvar
y Cia), capaces de vender a precios altos productos con fecha de
caducidad.
El
comienzo del filme es inconcebible. Un amigo pide a (ella y a él) sus dos
amigos ocho millones de pesetas, que les devolverá antes de tres meses.
En aras de los intereses del guión -y para que
la película “sea” - se los dan. La película se desarrolla
desde octubre de 1995 a junio de 1996. Los tres amigos hablan de millones
sin ningún problema, aunque como demostración de su línea
“izquierdosa” se reúnan a comer cocidito madrileño en una especie de
restaurante donde el bonachón del (suponemos) dueño, y a la vez
“camarero” del local, conoce a todo el mundo -y sus costumbres-. Es
digna de “elogio” la memoria -y amabilidad- de ese hombre. Les llama a
cada uno por su nombre, les tutea, les trae la bebida que “ya sabe”.
Una delicia en un mundo de “nunca más”, donde todos alegres y
contentos -final de la etapa socialista- muestran sus generosas actitudes
-aunque a veces un poco lentas- para con los amigos. Uno para todos y
todos para uno. Forman una piña. No importa que sus formas de obrar
conduzcan a enfados con sus parejas. No, ellos toman resoluciones
“humanitarias”, “honorables” y “hermosas” -¡qué
desprendimiento!- como dejar cuatro milloncejos de nada al necesitado
empresario acosado por los viles males del capitalismo. La chica trabaja
en un ministerio de no se sabe muy qué y él es una especie de profesor
ayudante en la Universidad. Les sobra el dinero (al parecer ella) ha
heredado algo, aunque no se sabe muy bien qué o de quién. Él, que al
principio se niega a dar masters, debe ganar y ganar mucho dinero, para
haber ahorrado tantos milloncejos) y se lo ceden, sin más (más
reticentes él que ella, incluso él lo hace por “el qué dirán”), a
su amigo. No hay papeles por medio. Basta la palabra, la confianza de
“ser” amigos de... Cómo se puede comprender estamos ante un comienzo
tan real como la vida misma. España va bien, navega en (y hacia) la
abundancia. La empresa del amigo es último modelo: investiga en una
especie de “micro-chip” y en ella (en la fábrica de marras)
trabajan... !dos empleados! Hay también un socio, que al parecer es el
“inteligente”. Una empresa así es “ojeada” y será absorbida
finalmente por una multinacional. Seguimos con la realidad a flor de piel.
Explota por todas partes.
A
partir de ese instante inicial todo es tan tópico como previsible. Eso sí,
la planificación, el montaje posee idéntica habilidad que la que
corresponde a cualquier (vulgar) telefilme. ¿Vamos entendiendo? Esto no
es una película. Es, como mucho, el episodio (malo) piloto de una serie
de televisión. Los diálogos -sin piedad- se suceden atropelladamente. En
todo momento se intenta dar un aire de naturalidad tan falso como la
interpretación de los actores, que a fuerza de esforzase en ser naturales
se muestran torpes y ridículos. Eso sí, las máximas, las conversaciones
“importantes”, las frase hechas y huecas se suceden de forma
inmisericordiosa. Como ejemplo de la habilidad narrativa del Sr. Herrero
sirva el momento en que cada uno de los amigos (el que pide el dinero y
los que se lo dan) pasa la noche -en la cama- en vela (dando vueltas y más
vueltas) después de haber prestado y recibido el dinero de marras. Mismo
plano, misma situación pasando de uno a otro personaje hasta cerrar el trío.
Inenarrable por su “originalidad”, por el (carente) sentido expresivo
y la grandiosa (torpeza en
la) narración.
Y
de aquí hasta el final, más de lo mismo, todo tan previsible que nos
hace pensar que nos hemos equivocado de película. Eso sí, el rótulo de
los meses -uno a uno-, que trata de acercarnos al fatídico junio de 1996
-victoria en las elecciones del PP-, aparece a gusto del guionista, del
director. O sea que unos meses aparecen indicados en pantalla y otros no,
pero, eso simpre, el tiempo inexorablemente nos lleva al desastre.
Tenemos
tres personajes. Sus parejas y su “líos” se unirán para completar
unas historias donde -en uno o en otro personaje- nos podemos ver
reflejados. Admirable el sentido profesional -y humano- de la guionista y
el director. Hasta se permite -como apoyatura de esa idea “generalista”-
sacar a una médica nacida en el País Vasco pero viviendo (y no
felizmente casada) en Madrid (su nombre claramente identifcativo es el de
Ainhoa), quien además de adaptar su vida perfectamente a lo previsto por
el espectador (su enamoramiento de otro médico residente en un hospital
tan raro como el que aparece en Sé
quien eres) se atreve, como está mandado, a proclamar su orgullo (sin
o con RH negativo) por el país de sus antepasados. Parece ser que esa es
una de las razones más concluyentes para la separación del marido. Así,
dirá ella: “mi hijo podrá estar unas veces en Madrid (o sea España)
con su padre y otras veces conmigo (o sea en un País que no es España)
de forma que aprenderá el idioma y la cultura de sus antepasados”.
Vamos, que no tiene desperdicio la cosa. La pregunta sería ¿por qué ese
personaje -ninguno de los otros está definido por una procedencia- se
asienta como vasco? La respuesta no esta clara a no ser que el Sr. Herrero
pretenda quedar bien con los nacionalistas radicales para que acudan a ver
su filme. Curioso cuando sabemos, por algunos comportamientos de los
citados nacionalista, que el significado, para ellos, de
la “cultura” y el
arte no dista mucho del proclamado en su día por un tal Goebbels de
infausto recuerdo.
El
mensaje del filme -todo él es pura retórica- queda patente en la
conversación junto al lago entre el proletario joven engañado y el
empresario montado en el carro globalizador del Imperio. Desprecio del
primero, quien “para siempre -o por mucho tiempo- tendrá que quedarse
haciendo saltar las piedras que tira al agua”, hacia el segundo, alguien
que “nunca supo, ni sabrá (ya que éste tiene un trabajo y lo que hace
aquel es un hobbie exclusivo de los parados del mundo entero) hacerlo”.
¡Que se chinche, que caramba! Por eso el muchacho despedido con malas
artes asegura que no le enseñará jamás (al empresario) como hacer
saltar las piedras en el agua de un estanque (no dorado, por supuesto).
Hasta ahí podíamos llegar. Un secuencia magistral para demostrar lo que
es y significa la lucha de clases. Directores como Biberman (desde el
cielo) o Tavernier (desde la tierra) sin olvidar entre ambos a gente como
los Eisenstein, Pudovkin, Amelios, Angelopoulos y otros más deberían o
deberán tomar modelo de está impagable secuencia, a la que únicamente,
para “redondear” tan grandioso momento, le falta música de tango, que
tanto, por otra parte, parece amar Gerardo Herrero como muestran sus Malena
es nombre de tango o Frontera
Sur.
Pero
queda el final. Los amigos (aunque queda en el aire por eso de dar, a lo
moderno, un final abierto) rompen su relación. Eso si. todos se han ido
colocando. Unos porque además se han casado con divorciadas de filósofos
famosos, ricas por su casa. Otros porque deciden que ya está bien de
tonterías y vuelven a buscar a su amor de siempre que unas veces aparece
sin afeitar (suponemos que para mostrar su descuido personal al irse de su
lado su querida mujer) y otras muy afeitado. ¡Qué emoción tan grande
siente el impresionable espectador cuando esa pareja decide seguir junta!
Ellla “pasada” al enemigo, más cerca del peligro de la derecha que
campea como vampiro sobre las gargantas de los ideales de las (falsas)
izquierdas, está dispuesta a seguir subiendo (si la dejan) cuando P(e)P(e)
suba al poder. Nueva moto (“¡vaya moto, tío!”) para el traidor
fabricante, absorbido por la multinacional de turno y una despedida
“hasta pronto” entre los amigos que quizás sea hasta siempre. De
momento -gran idea nuevamente la que nos brinda la guionista y el
director- ya no comen rancho (el cocidito madrileño), pues se han
cambiado a un lugar de mucho postín, donde además (quizás por ser muy
caro) deciden cerrar su encuentro con una copita. Falta el chotis madrileño
como cierre de campaña.
Tal
despropósito esta servido por unos actores que dicen (y mal) sus textos.
Un sistema claramente televisivo. Su presencia en la pantalla -sin ningún
matiz- está en función del recitado de las palabras. No sabemos cómo
son, piensan... Nada de eso se nos transmite por gestos, por miradas. Sólo
por atropelladas palabras que concluyen en proclamas lapidarias con las
que se bombardea al más insensible de los espectadores. Lo que no nos
extraña es que los alabadores de esta “peliculita” sean los mismos
que eleven a la categoría “maestra” a títulos (que no están mal,
pero...) como el primerizo de la francesa (esa si es una buena guionista y
un excelente guión) Agnès Jaul, Para
todos los gustos (¡y
tanto...!).
Es
loable la idea del filme de Herrero. Una idea, nada original por otra
parte. La perdida de unos ideales (eso mismo contó ya hace años Pollack
en Tal como éramos, con la
crisis de la pareja como detonante. Y no es este un caso único, ni tan
siquiera el más representativo), quizás inexistente, a través de unos años
o un periodo de tiempo. Se trata en definitiva de mostrar la integración
de unos jóvenes izquierdistas de palabra y de sillón en un mundo
derechizado. Eso mismo -o casi- ha sido contado hace muy poco de forma
inteligente por Mary Hanson en American
Psico: la historia de los izquierdosos del 68 convertidos en
“yuppies” devoradores.
Si este es
el cine (bueno) español propio del paso de siglo, me “desapunto”.
Prefiero los discursos de Bardem o el retorcimiento simbólico del Saura
de los años sesenta-setenta. Esto, que usted hace Sr. Herrero, y que es
aplaudido por sus amigos (sus razones tendrán, digo yo), a lo más que se
acerca es (ya lo he dicho) a una serie bienintencionada de televisión, y
tan light como las que el televisor puede regalarnos. Un ataque
superficial, que tan sólo supone un ligero cosquilleo, a unos personajes
y una época, donde imperan el arribismo y el pelotazo (El rey del río, sobre ese tema, si que era una buena película). Y
de eso, todos sabemos muchos, incluidos claro está, un variopinto cortejo
de productores de nuestro cine, hayan dirigido o no algún filme, y de
muchos realizadores, y no sólo del montón, que han sabido aprovecharse
de la situación. Adolfo
Bellido
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Las
razones de mis amigos
Nacionalidad:
Española, 2000.
Dirección:
Gerardo Herrero.
Guión:
Ángeles González Sinde.
Argumento:
la novela de Belén Gopegui.
Intérpretes:
Marta Belaustegui, Sergi Calleja, Joel Joan, Lola Dueñas, Ana Duato.
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