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| | EL
SILENCIO OSCURO
(A propósito de Canciones
para después de una guerra)
Por
Carlos
Losada
Sabido
es que la interrelación del cine con la música es la más fecunda que se puede
dar entre cualquier arte. Y posiblemente sea propiciado por el ritmo, en primer
lugar, y por la elaboración del tempo,
sin olvidar la progresión para contar una acción, un pensamiento, un
sentimiento, un estado de animo, una opinión. Los medios del cine y la música
son consustanciales cuando se compaginan para lograr un producto final que el
uno lleva al otro, que se pueden intercambiar de forma armónica y evocadora, así
como romántica o irónica,
contrapuesta o esclarecedora de un contrapunto sutil.
Esto
es lo que ocurre con Canciones para después
de una guerra.
Las
imágenes que ha escogido y montado Patino, y luego ensamblado con la música,
responden al humor más acendrado en nuestra inteligencia y emoción. Desde el
inevitable Cara al sol hasta el drama
de Tatuaje, pasando por las peticiones
de oyente hasta el actualísimo ¡A lo
loco! o La televisión, sin
olvidar la utilización del sarcasmo al usar
Ya hemos pasao y la segunda
intención, sobre todo en 1971, de Se va
el caimán, toda la película rezuma actualidad ahora mismo y se expande y
contrapone, de forma tan espléndida como rabiosa y permeable, las imágenes
triunfalistas de una época terrible de nuestra Historia (1939-1958), con la
cruda realidad de una cotidianidad que se evidencia en el Salud,
dinero y amor y en esa intención desmitificadora de Raska-yu y la sugestiva secuencia que evoca el Sitio de Zaragoza con la voz potente y dramática de Aurora Bautista
que antes fue saludada como reina de todas las Españas, en un alarde de evocación
digno de todo encomio, y que se hace elocuencia en el Yo
te diré, donde la voz en off
evoca la verdad de aquella época: “otra vez el silencio..., lejano, oscuro
como las noches sin dormir o como el hambre, o como tanto callar...”
¿Y
qué decir del legionario que tiene por sudario la bandera nacional? En vitriólica
oposición ahí está La morena de la
copla, y cargar siempre las tintas contra los intelectuales, culpables de
todos los desaguisados que dieron lugar al alzamiento de los “rebeldes”,
pues eso, ¡Que se mueran los feos!.
El
inevitable Cara al sol explota en el
contraste entre una letra grandiosa y trasnochada y una música ramplona,
pachanguera y patriotera como no se vio otra igual, al evidenciar la realidad de
la vida cotidiana de entonces, que ilustran estupendamente Imperio Argentina y
Miguel Ligero en la impagable Échale
guindas al pavo para ir a esos noticiarios, ¡ese No-Do!, algunos de cuyos
comentarios son tan actuales que dan miedo, sirva de ejemplo que Franco construía
un régimen de “justicia, autoridad y libertad”, o las exhortaciones de Ramón
Serrano Suñer, fiel reflejo de esos “facciosos” del Ya hemos pasao, que curiosamente no mentía y que luego nadie quiso
volver a pronunciar, para llegar al doble sentido de La bien pagá y recalar en la dulce ironía del Santa María o los espantajos del hambre que evoca Mi
vaca lechera y esa criba de la religión que es La
hija de don Juan Alba, sin olvidarnos del sentimentalismo españolista que
representa María Dolores y el
problema del amor y el sexo que llega a insinuar Tatuaje
pasando por la piedad de Limosna de amor
y las escuetas verdades melodramáticas del Amar
y vivir de Antonio Machín. Y las ilusiones, tan modernas del Total
para qué. Y el recuerdo del mito nacido del hambre en el pasodoble Manolete.
Ah, y sin olvidarse de la Virgen María,
las Montañas Nevadas y el Lerele.
El
colofón está en esos ¡Americanos!
que nos llevan a un filme mítico y actual de nuestro cine, como es éste de Canciones para después de una guerra, donde queda reflejada no
solamente una época sino una forma de ser y estar en el mundo, con esa ideología
de andar por casa y que parece que hoy quiere, de verdad, pasar al pasado, ser
un pasado y construir un porvenir menos agobiante, claro que... si nos dejan los
demás, podríamos decir.
Al
revisar la música de esta película, imprescindible en nuestro cine, nos damos
cuenta de que debía ser obligatoria su exhibición en las escuelas, para que
aprendieran cómo era el pasado y cómo se le puede combatir, y para no ser
intolerantes en el presente y en el futuro. Su visionado es tan gratificante
como históricamente necesario. Sería una forma de olvidarnos para siempre del
silencio oscuro
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