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ENCUENTROS
(A propósito de Repulsión)
Por
Adolfo
Bellido
Verano
de 1960. Festival de San Sebastián. En sus inicios –o un día antes de que se
inaugurara– se proyectaron en la sede del festival una serie de películas
polacas, entre ellas algunos cortos de los estudiantes de la escuela de
Cinematografía de Lodz. Recuerdo que se proyectó un largo, el más que
interesante, Tren de noche de Kawavaleroviz, director del posteriormente
aclamado Faraón. Y entre los cortos de la escuela polaca sobresalió sobre
todo uno por su originalidad y desparpajo. Se trataba de La caída de los ángeles de un tal Roman Polanski. Ese corto estaba
repleto de esos datos, pequeñas observaciones, que se encuentran entre lo mejor
de los jóvenes de los países orientales (denomínese Polonia o Checolovaquia,
llámese Polanski o Forman). Los detalles una mirada casi microscópica a sus
personajes, la recreación de situaciones insólitas y una originalidad natural
–poética y dolorosa– recreaba hombres y cosas en el portentoso corto del
realizador. Una especie de fábula fantástica y realista centrada prácticamente
en un único lugar donde los hombres y las cosas emergían en aquel sitio como
si fuera una antesala del infierno. Era la historia, ni más ni menos, de la
encargada de unos urinarios públicos y del mundo en que habitaba. Aparentemente
nada del otro mundo. Se centraba en la historia de una mujer
joven-bella-angelical que un día fue seducida por un militar, que perdió a su
hijo y que ahora ha caído en un agujero. Pero, al final, obtendrá sus premios.
Los que amó vienen a buscarla para llevársela a los cielos. ¿Ironía sobre El
último de Murnau? No lo sé, ni me importa.
Lo
que si puedo asegurar es que pase unos veinte minutos deliciosos, llenos de
frescura, de originalidad. Aquel nombre debía ser retenido para el futuro.
Todos los asistentes tomamos nota de cómo se llamaba: Roman Polanski. Un corto,
no era el primero que rodaba, ni sería el último, que venía centrado en una
atmósfera inquietante, propio de todo su cine posterior reducido en muchos
casos a un único lugar o situación. Probablemente si hubiera entrado en el
concurso de cortos no se hubiera llevado nada. Aparentemente era una bobada,
pero tan trabajada, tan razonable, con tal fuerza, que la hacían acreedora del
más entusiasta de los recuerdos. Creo que aquel año, los checos ganaron el
primer premio por una cosa muy “concienciada” sobre la guerra –de
implicaciones shakesperianas– titulada Romeo, Julieta y las tinieblas, un largometraje que hoy día pocos
recuerdan. A concurso, en aquel festival, se presentó El sargento negro de Ford. Pocos reconocieron entonces sus valores.
Hoy la película de Ford sigue estando totalmente viva. Ha entrado a formar
parte de la historia del cine. Era natural que nadie le hiciera entonces caso
(como otro año en el propio festival se ignoró Con la muerte en los talones de Hitchcock, aunque, para ser justos, San Sebastián premiase Vértigo).
En fin, el corto del desconocido Polanski nos descubría una magnifica rareza.
No era raro que aquel realizador saltará luego al campo del largo y logrará
estimables películas, aunque no todas tan excepcionales como debieran ser.
Mi
segundo, y más curioso, encuentro con Polanski tuvo lugar de la manera más insólita
posible. Estábamos aproximadamente en el año 1967. La Federación Nacional de
Cine Clubes empezaba por aquellas fechas a comprar películas extranjeras para
que pudieran posteriormente pasarse por los diferentes cine-clubes. Eran películas
raras, problemáticas, de difícil salida comercial o que tendrían problemas
para estrenarse comercialmente. Alguien de la Federación se enteró que en
Barajas, en Aduanas, estaba Repulsión.
Alguna distribuidora la había pedido para visionarla y ver las posibilidades
(económicas y de censura) que posibilitarían su exhibición. En aquellos años
era casi imposible pensar que la censura (sin nada realmente del otro mundo) la
admitiese. Tampoco era posible que la Federación se encargase de su distribución
pues su precio era demasiado alto. Iban a pasar algunos años antes de que se
estrenase. Era como la repulsión de una repulsión.
De
todas formas la Federación decidió pedir el permiso correspondiente para
verla. Había, claro un truco, los tramites de aduanas, el transporte suponía
una cantidad que no podía salir de las arcas de la Federación. ¿Qué se hizo?
Llamar a un determinado numero de personas interesadas en la película para
poder pagar los correspondientes gastos. La proyección tuvo lugar en el
cineclub Aún de Madrid, dirigido por Fernando Moreno, que entonces era, además,
el director de la Federación. La proyección en inglés sin subtítulos fue
propia del cine de Polanski. Los guardias de aduana transportaron la película y
se quedaron “custodiándola” mientras se proyectaba para volvérsela a
llevar a su termino a Barajas. Me figuro que aquellos señores estaban como mínimo
desorientados al ver muchas personas en el local que además pagaban al entrar
una cantidad. Todos los asistentes esperábamos que de un momento a otro se
cortara la proyección, que alguno de aquellos guardias llamase para contar lo
que pasaba y se le ordenase que interrumpiese la película. No fue así y la película
comenzó y concluyó sin ningún contratiempo.
Repulsión es un filme obsesivo, asfixiaste. Desde ese primer plano
del ojo (¿homenaje a Hitch?) hasta el final la película recrea una atmósfera
inquietante (una de las cosas más brillantes del director). Y prácticamente
todo lo logra con un solo personaje y un único lugar. Esta es la forma en la
que transcurren muchas películas de Polanski: los escenarios reducidos. Aquí
prácticamente todo sucede en el piso de una casa. Ese es uno de los grandes
retos que se suele imponer el director polaco. La mayoría de sus filmes se
centran en habitaciones o lugares cerrados. Las salidas al exterior son escasas.
En eso, y en los elementos con los que juega a lo largo del filme –metafóricos
casi todos ellos– es donde Polanski se enaltece, se hace grande.
Posteriormente hará un filme muy semejante a este, El quimérico inquilino. En ambos asistimos a un proceso
degenerativo de la persona, a una introspección en el mundo de la locura. La
repulsión que siente Carol, Catherine Deneuve, hacia los hombres origina un
temible descenso a los límites de su mente. Quizá se trate de una película
algo larga. Pero es necesario ese ritmo lento para ir observando e introduciendo
a Carol en un mundo sin vuelta posible. Los largos pasillos, el teléfono
sonando varias veces sin que nadie conteste del otro lado, la mirilla del
cuarto, los jadeos amorosos, la campana incesante en su llamada desde el colegio
de monjas cercano a la vivienda nos muestra, nos sugiere, muchas más cosas que
las que se dicen en los escasos diálogos del filme.
Las
casas de belleza donde la mujer desea embellecerse parecen sarcófagos donde
esas mujeres parecen pétreas estatuas, bocas en primer plano que dicen cosas
sin sentido, la podredumbre representada por alimentos (en especial un conejo)
en estado de putrefacción, las grietas en la calle muestran los distintos pasos
de una mujer que vive en su mundo obsesivo sin vuelta alguna. Y también ahí
están las calles de la ciudad con extrañas orquestinas de pequeñas figuras
sin rumbo a ninguna parte. La aparición de la sangre, en un corte que Carol
hace a una cliente del salón de belleza, da paso a la segunda parte de la mujer
introducida ya en el estado de locura.
Repulsión, sin voz en off recurrente, es un filme subjetivo.
Todo lo que vemos es producto de la mente de una protagonista siempre
silenciosa, encerrada en un mundo que desde hace tiempo la ha condenado a la más
brutal de las soledades. La cámara recoge cualquiera de sus detalles para
definir a la mujer, acercar su horror al propio del espectador. Y lo hace con
detalles repletos de sugerencia (el citado sonido de la campanilla). En cierto
sentido parece también, como la ya citada El
quimérico inquilino, una bajada al mundo de la pesadilla que es, entre
otras cosas, La semilla del diablo.
Mirada
pausada, lenta, sobre el personaje. Largos travellings siguiéndola por
la calle, ensimismada, ausente, metida en un mundo que no tiene salida alguna.
Junto a ello una valoración de los silencios y una estupenda realización con
una cuidadosa planificación subrayada
por un excelente montaje.
Nunca,
además, Catherine Deneuve se ha mostrado tan gran actriz como en esta película
de Polanski. Un filme este que sólo un gran creador de atmósferas, como él,
es capaz de crear.
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