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LOS DEMONIOS DE ROMAN
Por
Alex Sebastian
De
todos es sabido la siniestra mala fama que rodea a la persona de Roman Polanski.
La prensa gacetillera, cuando no la amarilla, ha asimilado su persona a las
enrarecidas situaciones y a los morbosos asuntos de la mayoría de sus películas.
Igualmente, algunos acontecimientos de su vida privada lo han mezclado con
cierta turbiedad y sospecha. En broma o en serio, los filmes de Polanski nunca
hablan de situaciones normales, naturales, sino que en ellos se nos muestran
personajes siniestros, unos torturadores de otros y muchas veces en una relación
de víctima y verdugo. Y cuando no hay declarados verdugos, sus personajes
devienen víctimas de sí mismos y de su entorno, atormentados por una educación
moral o religiosa represiva que les lleva prácticamente a las situaciones psicóticas
más aberrantes.
Y
así en algunos filmes “menores” del cineasta franco- polaco-judío (esta
triple procedencia cultural de Polanski nunca debería olvidarse) como son Frenético
o La novena puerta o El baile de los vampiros, sus protagonista se ven
perseguidos y asediados por seres escondidos tras las redes de una conspiración
que ellos no llegan a desvelar, sintiéndose en el ojo de un huracán donde el
sin sentido, el absurdo y el más oscuro designio los zarandean y destruyen.
Imitador con aciertos en muchos momentos del mejor Hitchcock, se distingue de él
en que el maestro del suspense era muy claro y explícito al señalar a los
verdugos y a los ejecutores. Hitchcock colocaba a sus personajes en medio de una
pesadilla de la que al final despertaban. Polanski lo sitúa en medio del peor
de los sueños y nunca logran escapar de ellos.
Aquí
se nos muestra entonces la visión plenamente pesimista del ser humano que tiene
Polanski: el hombre vive en medio de un mundo amenazador que lo destruye a través
en primer lugar de las normas e instituciones sociales que le hacen zozobrar con
sus sistemas represivos: el estado, la religión, la educación... A la vez, la
imagen del hombre en el cine de Polanski se nos muestra como la de un ser que en
realidad no es libre, por las ataduras exteriores que antes mencionábamos y por
la misma prisión que sufre en lo más íntimo de su ser: las pulsiones de su
intimidad matan todo posible afecto positivo de su propio corazón. En Repulsión
vemos a una mujer incapaz de remontar sus pulsiones íntimas conducidas por los
agentes externos del superego de las normas sociales (educación religiosa
represiva, moralidad establecida) pero también ahogadas por las defensas
instintivas de su intimidad más profunda. O sea que Polanski se nos muestra
como uno de los directores freudianos más pesimistas. La importancia que da a
las pulsiones sexuales en sus personajes corrobora esto que decimos.
Pero
el seguimiento de las teorías del Dr. Freud en Polanski a veces se quiebra en
un aspecto que no es nada banal: si en Freud las creencias religiosas pueden
servir de instrumento de sublimación de las pulsiones y frustraciones humanas,
en nuestro cineasta precisamente las creencias religiosas, transmitidas siempre
a través de un sistema educativo represor, parecen incrementar sus pulsiones
destructivas. Así ocurre en el filme La semilla del diablo, una de las
obras maestras menos discutibles de este director y paradigma modélico del cine
de suspense y terror. El extraño embarazo de Rosemary es descrito en la película
con tal ambigüedad que el espectador no llega a calibrar si al final es algo
concreto, fruto de una conspiración de una secta satánica o es fruto dela
imaginación desbaratada y paranoica de una joven recién casada y con un quimérico
embarazo psicológico.
Sea
como fuere, en este filme, como en Repulsión, Polanski parece ajustar
cuentas con el catolicismo. No tengo ahora presente este dato, pero colijo que
el Polanski niño y adolescente, pese a su condición de semita, sería educado
en el catolicismo tan sumamente peculiar, tan integrista y fundamentalista que
se da en Polonia. Una cosa sí que sé y es que vivió hasta que sus padres
fueron liquidados por los nazis, en Cracovia, ¡la misma ciudad donde nació y
vivió el actual y discutido Papa Juan Pablo II! Aparte de los intensos valores
cinematográficos que Rosemary’s baby posee (una puesta en escena muy
inteligente, utilizando todos los recursos más apropiados para hacer un in
crescendo en la intriga, el suspense y en la creación de atmósferas
angustiosas) la película está planteada a mi modo de ver como una exacto
documento sobre el comportamiento de las sectas más peligrosas y también como
un retrato en negativo de las creencias cristianas de la Encarnación y Redención
de Cristo.
¿Una
coincidencia? Polanski ha afirmado que él no cree en Dios ni en el Diablo. Pero
es muy curioso las profundas connivencias que con el mundote las creencias
tienen algunos de su filmes, como puede ser éste. En la novela de Ira Levin,
donde se inspira el guión, no aparecen tantas. Si en el evangelio se dice que
Dios se hace hombre en el seno de la Virgen María, “bendita entre todas
las mujeres” para salvar a los hombres, en La semilla del diablo,
es Satán quien es engendrado en el vientre de Rose Mary, una mujer escogida
de entre las mujeres por una secta y que parece, por su educación católica,
haber llegado virgen al matrimonio. A la Virgen se le notifica tal deseo
de Dios y ella acepta, mientras que a Rose Mary se le oculta y por descontado no
se cuenta con ella. En el relato cristiano, José, su esposo, no desempeña
papel alguno, casi se le margina. En el filme, el marido de la que va a ser
madre de Satán toma un papel bien activo. Mientras que en la historia de la
Virgen María, Jesús es concebido de un modo virginal, “sin conocer varón”
como dicen las Escrituras, por el contrario, en el filme de Polanski el diabólico
niño es engendrado del modo más impuro y brutal posible. La noche que ocurre
eso se habla de una casi violación, de sensaciones necrófilas. La ambigüedad
también aparece claramente subrayada: ¿es una realidad o es un mal sueño de
la protagonista? Cuando el embarazo progrese (¿quimérico, real?) Rose Mary se
verá acosada y se creerá sitiada por una conspiración. Ya tenemos el tema
central y constante del ser humano sitiado y a punto de ser destruido por su
entorno que aparece en el cine polanskiano.
Retrato
en negativo del Evangelio, especialmente de los primeros capítulos de Lucas que
narran el nacimiento de Jesús. Hay una escena que señala por ejemplo el pasaje
de la adoración de los pastores y de los Reyes Magos. Se pueden comparar
incluso textos evangélicos –por ejemplo el del Magnificat– con los
que saluda el nacimiento de la criatura infernal el jefe de los brujos que
conspiran, Adrian Marcato: son casi los mismos transformados en siniestra
premonición del nuevo reinado de Satán, una vez desterrado Dios en la ciudad
secular, como se da a entender en la revista
Time que la protagonista del filme coge del revistero de la sala de espera
del ginecólogo y en cuya portada se pregunta “Is God dead?”.
Polanski vienen a decir a través de este escalofriante filme: en un mundo donde
Dios ya no existe o no importa su existencia a los hombres, Satán (es decir
todos los instintos diabólicos que posee el hombre) será el nuevo Dios.
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