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UN CAMBIO DE ESTILO

Por Adolfo Bellido

De todas las películas de Yimou, probablemente "Vivir" es en la que juega más abiertamente con distintos géneros y estilos.Lo que sorprende gratamente de varios de los directores “orientales” es su cambio de registro. En apariencia sus películas se parecen poco unas a otras. Al menos en cuanto a género y estilo. Ocurre, por ejemplo, con el cine de Ang Lee y sobre todo con el de Zhang Yimou. Éste excelente esteta es capaz de concretar un ritmo y un sentido en función de lo que cuenta. Un hecho importante: forma y fondo (como es debido) se aúnan para concretizar todo una sabia lección de expresión fílmica. Bastaría, por ejemplo, centrarse en sus últimos cuatro filmes para comprender como son distintos en función de la narrativa empleada. Bien es verdad que el intimismo domina en muchos de ellos. También el protagonismo de la mujer (y el amor), pero eso es un contenido que encierra diversas (y hermosa) narraciones.

De todas las películas dirigidas por Yimou quizás sea Vivir (1994) la que más “juega” con los géneros, la que refleja, en cada una de sus partes, la necesidad que tiene el director chino de adaptar un estilo a un desarrollo (aunque como en este caso se fraccione adaptándose a  las distintas partes del filme).

La joya de Shanghai (1995), por su parte, se abre a un cierto carácter (brillante como en todo su cine) aventurero encauzado desde un trasfondo de iniciación. El movimiento agitado de la llegada a la ciudad del niño (su ansia, incluso de aprender) se transmite a través de una cámara inquieta, nerviosa, en constante movimiento. En La linterna roja (1991) todo había sido más sosegado. La introspección de un pasado cruel, el lento discurrir de los días (siempre iguales)  de las “esposas” encerradas en la gran casa, así lo exigía. Como también ocurrirá en esa especie de filme-documento (al estilo de Ni uno menos, 2000) titulado Qui Ju, una mujer china (1992).

El doble estilo imperante (acelerado, sereno) en la admirable La joya de Shangai se convierte en único en Mantén la calma (1997). El título es explicito. Hay que permanecer tranquilo en la China actual dominada, en sus grandes ciudades, por el ruido, la insolidaridad, la angustia, la brutalidad y el (lógico) nerviosismo. La cámara es la auténtica protagonista de la historia. Siempre en continuo movimiento, marea, de forma consciente, con su constante oscilación a los espectadores. Se ofrece así ese “sin sentido” de la gran ciudad: la precipitación constante por llegar a algún sitio al que nunca se termina llegando, por conseguir recoger lo perdido.. La locura parece ser la única salida a tanta demencia. El juego de Yimou en ese film es arriesgado. La “prisa”, el agobio, el mareo que implica el movimiento continuo, la circulación incesante, los constantes ruidos... se transmiten de manera “integra” al espectador, que debe, en su butaca, mantener la calma, ante la obsesiva cámara que (como la ciudad) parece conseguir sacarle de quicio. ¿Se puede admitir que lo contado sea la propia forma de contar? ¿Se puede mantener hora y media una cámara en tal grado de frenesí, sin que el espectador reaccione? ¿Será ese el sentido pretendido por Yimou? Tal grado de provocación puede resultar discutible para unos; para otros y para una mayoría será inadmisible. Habría que volver a aquella antigua polémica sobre la obra del director italiano Antonioni, quien para mostrar el “aburrimiento/hastío” de la sociedad italiana del final de los años cincuenta y comienzo de los años sesenta, utilizaba una forma cansina. Con todos los defectos que pueda tener, Mantén la calma se erige como un filme coherente con lo que cuenta. La identidad de un estilo personal adaptable al filme. Obra, por supuesto, única e irrepetible.

Con posterioridad se embarca en dos productos bastante parecidos: historias de campo, de educadores y niños. La ciudad que aparece, solamente en su parte final, en el primero de ellos, Ni uno menos se muestra “desde” la mirada de un niño y una joven (al igual que en Qui Ju) que se siente perdida en un mundo que no es el suyo. Pero sus miradas son las propias de la gente ajena a lo que allí ocurre. El punto de vista domina en la narración. Es la joven y –a su pesar- sustituta profesora la que recibe el impacto del ambiente, la que se siente perdida entre aquella confusión que nada tiene que ver con el silencio del pueblo del que viene. La planificación es simple, sencilla, con largos planos de un pretendido estatismo (la hermosa y dolorosa entrevista por la televisión dada en un plano sostenido nos transmite toda la congoja, el temor, la angustia que supone aquel instante para la niña-mujer). Como en La joya de Shangai existe una evolución, un sentido de iniciación en los personajes principales, mientras que en el “documento” se asemeja, como se ha dicho, a Qui Ju.

En el siguiente filme parece que asistimos a uno nuevo cambio de registro. Pero el tono idílico del campo (o distinto) lo enfrenta a la realidad de la ciudad, donde se ha perdido el sentido (digamos) de lo personal, lo humano. Para algunos Camino a casa (2000), su última obra por el momento, es una vulgar historia de amor donde lo único propio del cine anterior de Yimou es su “esteticismo” (gratuito, añadirán otros). Incluso se ha tratado de atacar este hermoso filme desde su (ilusoria) relación con Titanic. La razón, el cartel que aparece en una casa del pueblo publicitando la música (más que la película) de Cameron. Pero ese anuncio no quiere indicar más que el aplastamiento de un pueblo perdido por el ansia globalizador de unos medios que llegan aún a los sitios más lejanos y perdidos. Frente al anuncio de ese Titanic actual se enfrenta la muerte de la tradición, el sentido cultural de un pueblo que poco a poco va perdiendo sus señas de identidad.

"El camino a casa": una película idealizada, un poema de amor que Yimou dedica a sus padres.La ciudad en Camino a casa esta entrevista como algo separador. Lo importante de esta obra, o lo que da todo el sentido, es nuevamente el punto de vista (lo realmente necesario para dar sentido a cualquier obra) utilizado: alguien que llega al pueblo donde nació para ver a su madre y comunicarle la muerte del padre. En ese encuentro recordará el pasado feliz de la historia de amor que vivieron sus progenitores.. Algo que él sólo conoció de oídas pero que le sirve para encerrar y canalizar una idealización. Se trata, y de ahí su tono, de una historia idealizada sobre el amor, de un poema que un hijo dedica a sus padres. A mi, quizás por tratarse de un relato del ayer desde una idealización del hoy, me recuerda a Ford y concretamente a su ¡Qué verde era mi valle!. Ahí el recuerdo procedía de algo vivido en el pasado. Aquí de algo escuchado de un pasado. Camino a casa es una obra que, además, transgrede, y al parecer muy pocos lo han tenido en cuenta, la estructura clásica narrativa en más de un instante: el intento de encontrar la joven al maestro vienen dados por sus carreras por el campo de forma superpuestas en tiempo. El espacio da paso a diferentes tiempos apenas perceptibles.

Yimou no dejará de sorprendernos. Su idea principal es adaptar la historia a un determinado estilo y para ello no hay mejor manera que utilizar un determinado punto (muy concreto) de vista en la narración. Algo difícil de conseguir y que parece reservado a los grandes realizadores. El tiempo terminará diciendo la última palabra, pero Yimou me parece que es uno de ellos. Desde su prime filme, Sorgo rojo (1988), hasta el último, Camino a casa, ha recitado una lección de cine y de vida.

 

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