Un final made in Hollywood
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Una banalidad con final feliz

Un título que muestra la decadencia en que está sumido el cine de Woody Allen.El flamante último Premio de Asturias nos ha regalado en  “justa correspondencia” al galardón, su última (o anteúltima) película. Quizás lo ha hecho para que podamos juzgar donde se encuentran ahora su obra y sus neuras. Saber si sigue teniendo la inventiva anterior, si es el mismo camaleón evasivo o se está, poco a poco, convirtiendo en una gloria momificada. Y es que en realidad, de un tiempo a esta parte, sus (últimas) películas (aunque algunas tengan una cierta gracia) aparecen muertas, estancadas, aunque, de todas formas, su momificación logre, en parte, dignificarlas. Pero, a pesar de todo, su obra actual está parcial o totalmente muerta. Cada vez más sus películas se acercan peligrosamente a sus primerizos y – aunque a algunos les pese- mediocres filmes.

Y es que Woody Allen, crítico, anarco, fustigador de una determinada clase social, de una falsa intelectualidad parece haberse rendido, o vendido, al capital. Él, que nos parecía tan puro, tan “poco” amigo de las componendas a pesar del (que le vamos a hacer: nadie es perfecto) amor que siente por su país y especialmente por su ciudad (Nueva York), ha decidido seguir haciendo (como si eso fuera señal de fertilidad creativa) una película (siempre bien escondida, sin que trascienda nada a la crítica sobre su argumento) por año. Creyéndose así un genio tocado por la varita de un  dios. Entonces ¿en que ha claudicado desde hace un tiempo? Simplemente en fichar por la todopoderosa productora de Spielberg con  la condición de rodar no sólo una película por año (en un contrato de diez años). Además todas las películas que ruede en ese tiempo deben ser cómicas y ser él el protagonista de ellas. Spielberg sabe lo que le gusta al público. Por eso exige a sus vasallos que hagan lo que él manda. Los dramas (excepto si son puro caramelo) no interesan a nadie. Y, muchos menos, todo aquello que obligue al espectador a pensar o ha hacer que “cree” junto al director la película que ve.

Allen se queja, y sin razón, con que la crítica (sobre todo la europea) cada vez concede menos interés a sus geniales banalidades. Probablemente no las cree tales. Parece haberse refugiado en su “ego” genial, olvidando que no es más que un realizador aceptable, a veces brillante cuya mayor virtud es haber conseguido hacer suyo estillos distintos, diversos inspirados en directores muy diferentes. No quiere decir eso que Allen “copie” a otros. Lo que hace es “revisar” la obra de grandes creadores (o de sus géneros preferidos), traspasándola a su mundo, haciéndola (haciéndolos) propios: todo un mérito, sin duda. Sobre ciertas películas suyas aletea la sombra de Hitchcock (Misterioso asesinato en Manhatan, El misterio del jade...)  Eisenstein (La última noche de Boris Gruchenko), Wilder (Balas sobre Broadway), Fellini (Recuerdos, Celebrity),  Woody continúa con su cine camaleónico, intentando encontrar un nuevo camino... pero la fórmula no le está funcionando.Bermang.(imitado hasta la saciedad en Interiores, Sonrisas de una noche de verano.... o Desmontando a Harry una “libre” –?- versión de Fresas salvajes)...

En muchas de sus obras se vuelve una y otra vez sobre el mundo del cine ya sea en cuanto asistimos a la historia de un rodaje o a la proyección (y constante recuerdo) de las películas clásicas de Hollywood y de sus géneros dominantes (la aventura en ese Indiana Jones de pacotilla que aparece en La rosa púrpura del Cairo, el musical en Todos dicen I Love You, el cine de gángster en Balas sobre Broadway, El misterio del jade.... ), aunque curiosamente aun no se ha enfrentado al western. ¿Lo hará alguna vez?. Veremos.

El camaleónico Allen-Zelig (el mejor retrato de sí mismo), joven o maduro, desde el clasicismo o escondiéndose en modernidades excesivas, lo que más admira es el cine norteamericano de las épocas gloriosas: el clasicismo de una narración. Probablemente, lo que más le fastidie sea el no haber vivido en aquella época donde todo era tan “maravillosamente bonito” y, además se contaba con el inevitable “happy end” (un final, claro, made in Hollywood). En el fondo (o al fondo) de su cine siempre aparece la nostalgia por el tiempo pasado. Algo irrecuperable, por otra parte.

Allen, norteamericano en sangre y en pensamiento, nunca ha tratado de ocultar sus predilecciones. Habría que preguntarse la razón por la cual desea, incluso, trabajar siempre con actores “de categoría”. Y por qué ellos aceptan. Aunque está claro: es la representación de –o intento de vivir en- una cultura muy personal y, sin que se ofenda nadie, bastante “light”. Nadie duda, a estas alturas, que ha hecho grandes películas. Incluso, ha sabido adaptar una forma a un fondo de manera precisa. Ha trabajado también, para conseguirlo con grandes técnicos. A partir de su Oscar (tan excesivo como casi todos) por Annie Hall es cuando realiza sus mejores películas. Ahí están como prueba Manhatan, Hanna y sus hermanas, Delitos y faltas (probablemente su mejor obra). Después, su última etapa, aúna la desilusión con los parciales aciertos. Pero unos (aquellos) y otros (estos) títulos siguen aliñados con sus numerosas fobias, obsesiones. Por la preocupación existencial de una cierta sociedad burguesa y pretendidamente intelectual. Temas que nos afectan a todos, pero que sobre todo se presentan desde las propia personalidad americana, aunque desde allá (desde América) parece rechazarse su cine. Mientras que desde aquí (Europa) se le vitorea. Los norteamericanos, de todas formas, puede pensar nuestro personaje, pueden ser bobalicones y hasta algo aniñados pero, en fin, son lo amos, en todo, del mundo. Hasta en las artes. No hay vuelta de hoja. ¿Triunfo de la globalización? Esa deber ser, acaso, la razón de su premio asturiano (refrendado por Gonzalo Suárez al que por cierto no hizo el menor caso en la rueda de prensa en la que compareció nuestro genio en horas bajas). Pensamos, que sin dudarlo, de premiar con ese galardón a un artista genial (en cine, teatro) ahí estaba su maestro (al que Allen en su discurso no hizo ninguna referencia.: nobleza obliga): Ingmar Bergman. Pero, claro, el sueco es muy “profundo” (y “pesado”) mientras que Allen es un (sobre todo para el hoy) un “apacible” (y “divertido”) autor que trata todos los temas (ahora) con humor. 

¡Cómo cambian los tiempos!. El realizador (interpretado por el propio Allen en Hannah y sus hermanas se transforma con los años en el insoportable personaje de está mediocridad llamada Un final made in Hollywood. ¡Y tan final!.. .

Su película sobre el cine (¿toma acaso como modelo El juego de Hollywood de Altman?) no aporta nada a las que anteriormente había realizado sobre el mismo tema. Bien sobre su proyección hacía los espectadores (La rosa púrpura del Cairo), bien sobre los problemas inherentes a la realización (sobre todas Celebrity, una película más importante de lo que parece en cuanto deja entrever el callejón sin salida en el que se encuentra actualmente inmerso el realizador. La petición de Socorro del principio y del final era una Una gran idea como punto de partida... y muy poco más. sincera llamada personal, lúcida y espontánea) o bien sobre el propio papel del realizador frente a la obra (Hannah y sus hermanas).

Su película actual poco –o nada aporta a su obra-. Como personaje no nos dice nada que no sepamos de él. Es el mismísimo neurótico-hipocondríaco de Sueños de seductor, un filme procedente de una de sus obras de teatro e interpretada por él mismo, auque el director fuera Herbert Ross, y que fue una de sus primerizas cartas de presentación. Ahora casi hasta repite sus mismas palabras. O sea que nuestro hombrecillo no parece haber evolucionado con los años sino todo lo contrario. Por lo demás su filme actual aparece rodado con desgana, torpeza, cansancio o desilusión. Estoy seguro que si no llevará en los letreros de crédito el nombre de Allen muy pocos críticos se interesarían por la película.

El filme es sólo una idea. Brillante, muy brillante incluso, pero a la que no se la saca todo lo que se debiera. Asistimos a la preparación de una película importante. Una de esas que deben convertirse en número uno en el ranking de las películas más taquilleras. Para que así sea hay que buscar a los mejores en todo. Se opta (lo decide una especie de jefa de producción que anteriormente estuvo casada con el realizador que interpreta Allen) por un director ganador de Oscar (¿acaso el propio Allen?), con fama de excéntrico, y que al no tener trabajo se dedica a realizar excéntrciso anuncios publicitarios. Presentación de personajes. Relación entre unos y otros. Todo embarulladamente contado. La reunión primera (de los directivos) en que se decide poner en marcha la película es un fatal ejemplo de planificación, montaje y “tempo”. Mal comienzo. Pero la idea base todavía no ha surgido. Va a aparecer después de transcurridos varios minutos escasamente interesantes, donde no ocurre nada de interés. ¿Qué pasa después? El director ante la ocasión (¿última?) que se le brinda para rodar una película con libertad total se vuelve “temporalmente” ciego: el “miedo” le ha llevado a ese estado. Ya tenemos el tema central. Pero como las cosas no pueden quedar simplemente en un efecto cómico Allen va más allá y da a su ceguera un (forzado) carácter metafórico. Resulta que nunca (en su ajetreado vida) se ha enterado de nada de lo que pasa a su alrededor. Nunca ha sabido quien le quiere (ni a quien quiere), ni como tratar a los demás (en especial a los que le rodean incluyendo a su hijo, concertista que termina sus actuaciones comiendo ratas en el escenario). Por momentos uno no sabe que está viendo. Si estamos ante una película de Allen o de Colomo (con todos mis respetos para el realizador español). 

¿Quieren más? Pues, realmente, no hay mucho donde coger o tomar. La historia no da más que para un cortometraje. Asombrosamente Allen que siempre ha rodado películas cortas, ahora, cuando parece tener menos que decir, las alarga. Incurre en el mismo mal de la gran mayoría de los directores actuales, que fuerzan las cosas para que el metraje llegue casi a las dos horas. Sin ninguna razón, claro está. Y Allen, desgraciadamente, parece haberse pasado a ese bando. 

El rodaje de una película por un ciego podía tener gracia. Pero aquí escasean los gags (salvo algunas replicas de diálogo). Y lo más sorprendente: lo que parece un secreto (la ceguera) es conocido por varias personas. Muy honradas ellas (a pesar que a uno de ellos –el primer lazarillo de Allen- que era el intérprete del director chino de fotografía, le echen del rodaje: La buena persona no pide ni una mísera indemnización) al no decir nada, no ser chismosas y permitir que la película continúe y se concluya sin que nadie se entere, sospeche la verdad (salvo los variados lazarillos que si lo saben), ignore lo que Su ajuste de cuentas con Hollywood, con los críticos, con todo el mundo, carece del rigor necesario para funcionar. está ocurriendo, aunque eso si todos los que están cerca de la película (ignoren o no la verdad) saben que la película que están haciendo es una porquería. 

Con todo ese material de base (o centralizado) se podía haber realizado una brillante parodia sobre el estado del actual cine norteamericano. Si un ciego puede hacer una película cualquiera persona puede ser capaz de hacerla. Esa parecería ser la conclusión del filme. La ironía de Allen llega a parte del equipo de producción (un director de fotografía chino que no conoce el idioma y al que sólo le gustan los colores rojos: ¿acaso un chiste sobre uno de los últimos directores de fotografía de las películas de Allen?) y a los propios actores incapaces de saber lo que (al ser los únicos ignorantes del asunto) está pasando. ¿Una genialidad del excéntrico realizador o una película sin sentido? La conclusión, insisto parece clara: Hoy día cualquiera, incluso el más ignorante, puede ser capaz de rodar una película en Hollywood. Incluso rodarla a distancia, con intermediarios, como hizo Spielberg (no olvidemos que es el productor del filme) con la segunda parte de Parque Jurasico.

El filme se construye a través de una serie de secuencias más o menos largas, con gracia sobre el papel (la entrevista con el productor y su preparación, como ejemplo), pero que terminan por quedarse en simples esbozos.  Si la acción no progresa los personajes poco aportan ya que no hacen más que repetir (en especial las mujeres) otros modelos ya recogidos en anteriores obras del realizador: la aspirante (tonta) a actriz, la mujer fuerte, emprendedora....

Nos queda el final (doble o triple, como mejor se quiera) a mayor gloria del happy end imposible. Nos encontramos con:

·       el pase de las tomas del filme ante parte del equipo y en especial ante (el asombrado) el productor. Momentos sin duda que están entre lo mejor de la película. La reacción se produce ante un plano fijo del contemplador de tamaña aberración. Su (s) cara (s) de asombro es una excelente forma de definir –y dar sentido- a la situación. Naturalmente lo mismo le ocurre al director que “recobra” la vista y se queda atónito ante lo que “ha” (?) rodado. El salir de la ceguera le lleva también, naturalmente, a la resolución (como elemento, ya indicado, metafórico que es) o enfrentamiento con sus problemas.

·       el pase de la película previo al estreno ante los espectadores. Momento no tan bien resuelto como los anteriores (pienso en la forma espléndida en que Minelli resuelve algo semejante en Cautivos del mal). Simplemente se van leyendo algunos comentarios de los que han visto la película.

·       la reacción adversa de la crítica norteamericana ante la película ante (sombroso) el estreno de la película. ¿Cómo en esas circunstancias los productores van a permitir que la película se estrene tal cual?. Un auténtico disparate ya que se impediría (y hay demasiados ejemplos de ello en Hollywood) ya que el filme, tal como está, nunca llegaría a los espectadores.  O bien en se produciría un remontaje o se añadirían nuevas escenas, pero nunca un filme reconocido por todos como horrible llegaría a ninguna sala aunque hubiera sido realizado por un director de clase (incluso él mismo, convencido de lo que ha hecho haría lo imposible para que no se estrenase para impedir que su-ya menguado- prestigio quedará más desacreditado).

·       el salto (estreno incomprensible) de la película a (en)  Europa, concretamente en Francia, donde es recibida con gran entusiasmo por la crítica. Lo cual lleva a nuestro director a marcharse allá para (suponemos) seguir su carrera.

·       el reconocer la antigua mujer del realizador que siempre (?) ha estado enamorada de ese hombre (es decir de Allen). Rompe, pues, su relación actual con el productor (interpretado por George Hamilton quizás como un  insignificante recuerdo-homenaje a la estupenda Dos semanas en otra ciudad de Minelli – película igualmente sobre el mundo del cine- donde trabajaba como actor) y decide en una floreada (y demasiado edulcorada) secuencia final marcharse a Paris (¿Casablanca, quizá o sea “siempre nos quedara París” ?).

Toda esa acumulación de finales (para llegar al happy end) resultan increíbles cuando no desconcertantes. Lo es la reacción de la ex – esposa de Allen como que tal engendro de película llegue a estrenarse. Pero lo realmente insólito es la agudeza del director al plantear que la película triunfa en Francia, gracias a la “agudeza” (?) o ignorancia (más exacto) de la crítica francesa. Un chiste que personalmente creo que es de muy mal gusto. ¿Por qué? Algunas películas –excelentes- norteamericanas han logrado ser conocidas y salvadas del olvido gracias a la crítica europea y en especial a la francesa. Revistas como “Positif” o “Cahiers du cinema” ayudaron no sólo a descubrir la grandeza del cine norteamericano sino a encontrar los diamantes que permanecían escondidos. Pienso, sin ir más lejos, en La noche del cazador el único y excelente filme de Charles Laugthon. Pero de ahí a que la crítica europea aparezca como cretina hay un abismo. Y esto es lo que aquí ocurre. La película que dirige Allen titulada algo así como La ciudad que nunca duerme (alusión a su Nueva York querido) es un fiasco reconocido por todos, un caos donde nadie se entiende, donde nadie manda. El mensaje se contradice. Cualquiera puede hoy realizar cine en Hollywood como le plazca. Hace algo inútil y sin sentido. Si es así ese cine nunca puede ser salvado, reconocido por una crítica europea seria. Ese filme nunca sería rompedor y si inútil, horrendo. Esa disparidad de planteamiento final lleva a una desconcertante sorpresa. Ya no sabemos donde estamos, por donde nos movemos. ¿Sólo los críticos americanos son inteligentes? ¿la crítica europea no se aclara, sólo quiere “salvar” las rarezas? Si es así la conclusión es muy triste sobre todo pensando que Allen ha triunfado gracias a Europa y, más en concreto, a Francia. No es el único caso. Pienso también en Jerry Lewis.

¿Qué nos esta diciendo entonces? Acaso, afirma, que hasta sus peores películas pueden triunfar en Francia (que para él, como para los americanos, es el símbolo de Europa). Si es así, es lamentable. Una película puede estar “mal” realizada pero a conciencia (debido a que la forma debe estar en función del fondo), nunca porque al –afamado- realizador sin desearlo, por mil circunstancias, le ha salido horrenda. Recordemos, sin ir más lejos, Maridos y mujeres del propio Allen. Su mareante cámara, su forma de utilizar un video (como lo puede hacer cualquier persona –no un director de cine- que lo utilice gratuitamente: sólo hace falta ver a un “turista” como usa la cámara para ver de lo que puede ser capaz de rodar y mostrar posteriormente) está en función de lo narrado. La forma es el fondo. No es ese el caso de este su último filme. De ahí que la sorpresa (el happy end final) resulte cuando menos poco digna y además deshonesta por parte de alguien que tanto debe a Europa.

Las cosas han cambiado mucho en America desde la tristemente célebre fecha 11-09-01 (por cierto no se pierdan la película que se ha estrenado con ese título y que probablemente no verán los norteamericanos). Y para mal. Allen parece contagiado de ese mismo espíritu. Creo que unas vacaciones, o un parón en su obra, no le vendría mal. Es hora de dejar de rodar películas como churros. Por desgracia Allen no es Ford. Tendría desde su indiscutible valía que hacer un repaso sobre su obra. Ver lo que hizo y lo que hace. Quizá necesite mucho dinero para sus múltiples ocupaciones o para dar de comer a su familia y esa sea la necesidad, o la apuesta (de creerse importante, insaciable en el trabajo), de realizar una película tras otra. Una cura de humildad no le vendría nada mal. Ha hecho grandes (y pequeñas) películas, pero hoy, más que nunca, parece perdido, devorado por Hollywood o por su neurótica necesidad de seguir demostrándose que es grande y único.

La llamada de socorro que lanzaba en Celebrity (en su comienzo y final) parece no haber servido para nada. Nadie, ni él mismo, la ha atendido (ni entendido). Y, así, por ese camino no llegará más que a convertirse en una caricatura de sÍ mismo. Aquel dibujo suyo que había quedado ya muy atrás después de sus primeras –y escasamente logradas- películas. De su inteligencia esperamos mucho más. Hoy por hoy está en horas (decididamente) bajas. Esta, su última película, es el triste ejemplo de una anunciada decadencia. Esperemos que sea momentánea y que, como en el filme, recobre la vista.

Mr. Arkadin

UN FINAL MADE IN HOLLYWOOD

 

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