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Filmografía Sermones de un moralista Las carreteras de Lynch Dormir, soñar, morir Pesadilla azul Terciopelo azul Gusanos invisibles Twin Peaks
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AMORES Y MENTIRAS
Por
Adolfo
Bellido
El
cine de Lynch se balancea entre tremebundas moralejas lanzadas como andanadas
sobre un mundo repleto de trampas y de maldades. Nunca se sabe quien es
realmente el malo en estas historias donde los seres se debaten en la noche
rodeados de demonios tentadores. Su sorprendente, por desconcertante, Terciopelo azul, es quizá la película que mejor expone su
pensamiento sobre el mundo atroz, sobre unos seres incapaces de ver y de oír lo
que ocurre a su alrededor.
Sus
imágenes son llamadas a la acción, a mantenerse despiertos y dispuestos a
acabar con los engaños que tratan, de una u otra manera, de conducir a los
seres a su perdición o, como mínimo, a separarse de su camino. Es necesario
transitar por carreteras principales, las secundarias son peligrosas, aunque
seduzcan por lo incierto de su destino. En un transito sin fin los personajes de
Lynch se encuentran con gentes de diferentes clases, deformes en su mayoría.
Pero, ojo, en su presencia inquietante hay que distinguir la deformidad
interior de la externa. El exterior puede ser bello pero esconder unos
pensamientos (o hechos) demoníacos. Lo contrario también puede ser cierto. Es
claro que nuestro hombre “elefante” es un ser digno, mientras que la
sociedad que le desprecia es realmente la deforme. No se puede juzgar al que es
por lo que parece. Sólo se le podrá juzgar pos sus actos. Despreciado por
todos, por ser distinto, el hombre convertido en personaje de barraca de feria,
será arrojado al olvido o a una existencia marcada por la curiosidad maligna de
los que le rodean. Triste destino de alguien que pide comprensión y escucha.
La
vida es oscura y el mundo en el que se vive debe pisarse con cuidado para que no
surjan las sorpresas. Lo desconocido, peligroso, puede encerrarse dentro de la
propia casa o población. Es difícil, parecen decir sus imágenes, conocer a
los que nos rodean, a todos aquellos que quieren convivir en un mismo lugar. A
lo mejor ahí al lado vive el ogro del cuento. Es preciso (re) conocerle y
etiquetarle para que todos sepan quien se esconde bajo esa santificante figura.
El
sermoneador Lynch no pierde ocasión para lanzar sus máximas morales. Y es que
nuestro realizador (y su cine lo demuestra en cada plano) es un gran moralista,
un salmodiador que nos anuncia calamidades sin cuento si no somos capaces de
pedir paz por nuestras muchas faltas, por las desgracias que hacemos caer,
irremisiblemente, sobre los demás. Será la única forma de encontrar al final
del camino la paz y la tranquilidad. Aunque para conocer la verdad, ponerse en
guardia, sea preciso que ocurra un hecho singular que transforme la aparente
placida existencia en preocupante (o terrorífica) realidad. En este aspecto,
pero desde otras perspectivas, el cine de Lynch enlaza con el de Scorsese y
Schrader.
Por
si no estuviera claro sus dos últimas películas explican muy certeramente ese
proceso moral, que conduce, de todas formas, a la muerte. Un repaso a la vida
que puede ser doloroso o placido. Todo depende de como se haya vivido. Mientras
el personaje de Una historia verdadera viaja
para hacer la paz con su hermano, la protagonista de Mulholland Drive se inventa historias para intentar buscar coartadas
que terminen por proclamarla como la buena de la historia. Algo que ella misma,
desde el silencio que es la muerte, comprende que no es cierto. Su gran pecado
es quizá dejarse engañar por una vida aparentemente fácil y regalada. Su
aprendizaje ha sido muy duro: nadie regala nada. Ajuste de cuentas, ese último
filme, también con la mentira del cine, con las luces engañosas que tratan de
conducir a los seres a caminos peligrosos. No hay piedad para el ser que se
equivoca, para aquel que sigue la senda equivocada. Sólo espera la desilusión,
el hastío y la separación de los otros. Ocupar el lugar del apestado condenándose
por su audacia al horror de la soledad.
Cuentos
contados a media voz, repleto de luces y sombras. Personajes que aprenden a
mirar y a escuchar. Cortinas que deben ser descorridas para ver que se oculta
detrás de su bello ropaje azulado. Lo que se trata de ocultar es la noche
interminable que traga a los que deambulan por ella.
Mundos
oscuros donde no existe alegría. Tristes imágenes plagadas de oscuridad las de
Lynch. Seres transitando por caminos y calles tenebrosas. Seres mentirosos, hipócritas,
que erigen al dinero en su dios, que sólo buscan sus apetencias, la consumación
de su placer.
El
mundo no es tan bello como se piensa. Hay que aprender a mirar y escuchar. Algo
aparentemente sencillo pero complejo ya que sólo se vive de la falsa belleza
exterior. Cánticos de sirena escuchados sin reflexionar. Embutidos y
embrutecidos los seres son incapaces de ver y oír lo que ocurre alrededor porque ni siquiera ellos son capaces
de verse y oírse. Cuando lo intentan, el espejo les devuelve desagradables
figuras. No son las de otros sino las suyas deformadas. Es, en otras palabras,
la representación de su propia maldad, del pozo en el que se debate su
atormentado espíritu. Todo aparentemente muy profundo. O quizá sea un engaño
solamente. Una burda broma de un desengañado puritano.
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