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PESADILLA AZUL
Por Luis
Tormo
"Mis padres no bebían. No fumaban, nunca discutían.
Y yo quería que fumaran, que bebieran, que discutieran,
pero nunca lo hicieron. Yo me avergonzaba de que mis
padres fueran así. Quería que en mi vida ocurrieran cosas
extrañas. Sabía que nada es como parece pero, verdaderamente,
nunca pudo encontrar prueba alguna. Sólo era una sensación."
David Lynch (David Lynch, Filmoteca Generalitat Valenciana, 1992)
"Sabía
que nada es como parece…", ahí está gran parte del universo que David
Lynch ha ido desarrollando a través de su filmografía. Ahí está el tema
central de Terciopelo azul (Blue velvet, 1986), film que constituye un punto de inflexión en la
trayectoria del director americano pues, por un lado, resume el cine
experimental (los primeros cortometrajes y Eraserhead)
y los inicios en la industria del cine (El
hombre elefante, Dune); y por otro
lado, sirve de punto de partida para sus posteriores trabajos (si exceptuamos Una
historia verdadera) que recogerán gran parte de lo que se muestra en este
film.
Terciopelo azul es un pequeño cuento de terror, casi de
reminiscencias infantiles, donde se comienza mostrando un lugar tranquilo,
apacible, anunciado con un cartel (como el que luego veremos en Twin
Peaks), para inmediatamente indicarnos que en cualquier momento (el ataque
al corazón del señor que riega el jardín) emerge ese mundo que hay por debajo
de pesadilla y horror. En realidad, sólo hace falta acercarse un poco (plano
del zoom al césped del jardín o a al interior de la oreja encontrada) para
descubrirlo. A partir de este momento, una vez el director plantea este juego, y
nosotros, espectadores, lo aceptamos, cualquier cosa es posible. Esa manera de
mostrar los sueños y pesadillas en un mundo real es una de las mejores cosas
que sabe hacer Lynch.
Como
toda buen cuento de terror que se precie, es por la noche cuando se revela ese
submundo. Así, frente a las imágenes agradables y la sensación de seguridad
que produce el día, es por la noche cuando se hacen realidad las
transformaciones de los personajes y las situaciones. En estas situaciones es
cuando puede suceder cualquier cosa, así para Jeffrey (Kyle MacLachlan) se abre
un camino desconocido que emerge desde la oscuridad, de ahí la presentación/aparición
del personaje de Sandy (Laura Dern), en una escena que recuerda mucho a
Hitchcock (no será el único homenaje, y para botón de muestra su último
filme, con la transformación del personaje de morena a rubia frente al espejo).
De esta oscuridad salen también todas las situaciones increíbles que se
suceden en el apartamento de Dorothy (Isabella Rossellini) y se generan los
monstruos que pueblan, desde siempre, el cine de Lynch. En Terciopelo
azul estos monstruos están representados, por un lado, por el personaje de
Isabella Rossellini, contrapunto del otro personaje femenino (Laura Dern) y que
significa el peligro de la tentación a la que se ve abocado Jeffrey, y por otro
lado, Frank (Dennis Hooper), que se exhibe con auténtica saña en su papel de
representación de la metáfora del mal que amenaza la normalidad establecida
mediante la violencia (física, psicológica) que muestra Lynch desde mitad película
hacia delante.
Y
como estamos dentro de ese mundo de sueños, de sensaciones, la música tiene un
lugar importante, y así, junto a la banda sonora de su habitual colaborador
Angelo Baladamendi, Lynch juega siempre con las canciones para pasar de ese
mundo real al irreal. A partir de Terciopelo
azul, las canciones actúan en muchos filmes como elemento catalizador, en Terciopelo
azul, es la canción que da título al film, la que supone un punto de
inflexión en la trayectoria del protagonista, al escuchar la canción en el
club, parece que todo se paraliza y el escenario adquiere un brillo especial,
atrayente, y después de esa escena es cuando se produce el primer contacto en
el apartamento de Isabella Rosellini. Este tipo de escenas es corriente en el
cine de Lynch, en Twin Peaks, por
ejemplo, hay un momento en que en el bar del pueblo, donde se reúnen y bailan,
y mientras suena la música parece que se paraliza la imagen y los personajes se
transforman emergiendo los auténticos monstruos; en su último film, Mulholland
Drive, con la canción de Llorando (Crying) se abre un nuevo camino para ese personaje dual que
representan las dos mujeres.
Como
en muchos cuentos, el desenlace lleva incorporado su moraleja, pero el tono es
siempre irónico, caricaturesco (esas imágenes a cámara lenta de los bomberos
saludando, el color pastel empleado en la fotografía frente a la contraposición
del negro de la noche, el jilguero que canta en la ventana), ironía que se
exporta al resto de su filmografía, y es esta visión la que permite la
existencia, el desarrollo y la comprensión de los personajes que aparecen en
sus películas posteriores, donde todo lo mostrado en Terciopelo
azul ha ido asumiéndose, dejando el mundo de lo narrativo por el de la
sensación.
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