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| | LAS
CARRETERAS DE LYNCH
Por Josep Carles
Romaguera
Con
la historia de Alvin Straight, héroes septuagenario, obstinado y achacado por
una salud deficiente, y que decide emprender un viaje de unos setecientos kilómetros
para ir a ver a su hermano, quien acaba de tener un infarto y con el que no se
habla desde hace diez años, David Lynch sorprendió ante una propuesta
cinematográfica que suponía un radical cambio de registro, por lo que respecta
a sus características formas narrativas y a las habituales tonalidades que tiñen
sus relatos. Se alejaba así, sólo momentáneamente como luego a demostrado su
reciente Mulholland drive, de la
estructura caótica, propia de su magistral (y pienso, ya, que insuperable) Carretera
perdida, y de la extrañeza que provocaban ciertas situaciones, casi
surrealistas, y demostraba que su talento iba más allá de la creación de un
universo que, gracias al respaldo, o, mejor dicho, a su uso como coartada, de
los recursos estilísticos y narrativos del género fantástico, conseguía una
justificación, una, en definitiva, verdadera razón de ser. La renovación de
David Lynch, pero, no afectaba tanto a su propia estética, a su método para
poder elaborar un mundo personal, sino que provocaba un cambio extremo en la
tonalidad, el ritmo y la forma de ver las cosas.
Si
Carretera perdida era una road-movie
que se desarrollaba a través de la mente de un personaje que padecía una fuga
psicogénica (definida como la creación por parte de una persona de una
identidad nueva y de una vida totalmente distinta) y que implicaba, en
consecuencia, al espectador en un viaje paranoico, inquietante y sin retorno,
ahora con Una historia verdadera,
también una película que sigue un proyecto por carretera, en este caso el que
va de Iowa a Wisconsin, el espectador puede respirar la calma de los campos de
trigo, la serenidad de un paisaje propio de Edward Hopper. Hay, por lo tanto,
una renuncia a recrearse en mundos oníricos, a escarbar en el interior de
mentes perturbadas y a exponer enfermizas naturalezas humanas que desconciertan
al más precavido.
Pero
estaríamos en un grave error si pensamos que, en Una
historia verdadera, Lynch a cambiado de forma radical, porque en esta película
también se pueden encontrar rastros de cierta estética bizarre,
tan habitual en películas como Terciopelo
azul, por ejemplo, y que ha ido marcando lo que sería los rasgos
definitorios de su obra. No resulta extraño pensar que los dos hermanos gemelos
o la señora que cada día atropella un ciervo podrían ser personajes
trasladados de la serie televisiva Twin
Peaks. La diferencia radica, por un lado, en que a Lynch, en este caso, le
interesa aproximarse a unos personajes
más comunes cuyas heridas atienden a sentimientos más humanos, si se me
permite una expresión, tal vez imprecisa pero creo que válida. Un elemento, éste
último, que sin duda, nos los hace más próximos. Por otro lado, las
distancias entre esta película y, por ejemplo, Carretera
perdida, radican en la estructura sobre la que se fundamenta la película.
Si el filme protagonizado por este héroe de geriátrico está organizado por un
guión que sigue una lógica ley de la causalidad y, por lo tanto, que se
desarrolla por la más absoluta linealidad, la película protagonizada por este
músico perturbado, Fred Madison, no obedece, en su desarrollo argumental, a
ningún mecanismo perfecto, que permita explicar la historia de forma lógica.
Según explica el propio Lynch, esta es la historia de un hombre que mata a su
mujer por infidelidad, pero que a otro nivel, la historia es una representación
de sus luchas internas y del mundo que crea para soportar el crimen cometido.
En
cambio, a lomos de su vieja cortadora de césped, único vehículo que puede
conducir, Alvin inicia un largo y parsimonioso trayecto que lo llevará a
encontrarse con su hermano y en definitiva con su pasado, con lo que ha sido, en
definitiva, su vida. Después de un magnífico prólogo en el cual, con un
respetuoso y entrañable sentido del humor, se nos describen los preparativos
del viaje, podemos asistir a una de las más extraordinarias y bellas epopeyas
que el cine más reciente nos ha ofrecido, a una peregrinación llena de
emociones, que el director expone con mirada contemplativa y ausente de
cualquier manipulación sentimentalista. Nada tiene que ver esta mirada con la
que ejerce Lynch para poner de manifiesto el desequilibrio y la ruptura del
protagonista de Carretera perdida, película que no obedece a una interpretación unívoca
y explícita debido a que, durante su proyección, el espectador se ve sumergido
en un laberinto de rimas visuales, de sugerentes diálogos, que desembocan en
una cinta de Moebius.
Una
historia verdadera
es un ejemplo de precisión en la puesta en escena como lo demuestra el adecuado
uso de la elipsis entre las escenas y que aporta un ritmo pausado pero
constante, como puede comprobarse en la perfecta relación entre lo que vemos en
campo o intuimos fuera de este, o, como siempre ocurre en Lynch, en la magistral
utilización dramática del sonido. Una puesta en escena transparente y
depurada, contraria a la oscura y absorbente abstracción de Carretera
perdida, que ilustra a la perfección esta historia de un intento de
reconciliación fraternar, de repaso a las experiencias vitales. David Lynch,
experimentador audaz y sorprendente parece invocar a los maestros como John Ford
para ofrecernos un viaje crepuscular, lleno de lirismo y serena emoción. Una historia verdadera es una película depurada e impregnada de
sentimientos humanos, manifestados a 7 km/h., muchas veces imposibles de
expresar, menos para cineastas de talento ilimitado, como David Lynch,
igualmente capacitado para ofrecernos un vertiginoso viaje imposible al interior
de un personaje atrapado por el demonio de los celos.
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