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LOS PARAÍSOS PERDIDOS
Por José Luis
Barrera
Viendo
el otro día ese filme en su tiempo un tanto maltratado por la crítica llamado El
imperio del sol y cuyo fracaso parece haber provocado un inflexión
definitiva del director Steven Spielberg, de dejarse de hacer un cine más
adulto e independiente para inclinarse por lo más comercial, como ha sido hasta
ahora ya su camino cinematográfico habitual, pensaba en la tozuda insistencia
del cineasta de presentar siempre en sus filmes a sus personajes en una actitud
constante de búsqueda, en un afán de hallar algo que se ha perdido. Este algo
perdido se encuentra a veces representado en su cine de aventuras en “arcas
perdidas”, en su cine bélico en “soldados Ryan” que hay que salvar,
en padres desaparecidos (la misma El
imperio del sol), en madres que se quieren encontrar (sú última A.I.
Inteligencia Artificial), o para terminar, en infancias que no se quieren
abandonar (véase Hook).
Sin
duda mucho tiene que ver en esta temática la biografía íntima de este
cineasta: sabido que Spielberg se crió prácticamente sin padre, ya que éste
abandonó el hogar cuando era muy niño, pero también la educación religiosa
judía que habría recibido. Sospecho que ésta no sería estrictamente semítica
sino que también elementos religioso-cristianos se colarían de rondón en su
educación familiar religiosa. El judaísmo con su mesianismo intemporal, su
tierra prometida y su paraíso perdido. Y la infancia como un tiempo de
inocencia y gracia donde Dios puede resplandecer (“Dejad
que los niños se acerquen a mí, porque de ellos es el Reino de los Cielos”,
se dice en el Evangelio).
Es
por eso que muchos de sus filmes, a veces de tapadillo otras muy abiertamente,
tomen un cariz muy religioso, de deseo de que el ser humano encuentre la
felicidad a través de un encuentro, de un hallazgo de la plenitud del ser que
es el estado de suma felicidad que para Spielberg se encuentra en el goce de las
seguridades de la infancia, del hogar perdido, de la madre acogedora, de la
patria segura. El grito de ET, “¡Mi ca... sa...!”, no es entonces una anécdota sino toda una
declaración de principios. Igualmente, el sufrimiento del pueblo judío en La
lista de Schindler y el deseo expresado con la frase de ¡El
año que viene en Jerusalén! es una manifestación de esto que decimos. El
mismo arranque del filme sobre el comerciante alemán que salvó a los judíos,
una vela que se enciende a la vez que se recita la oración judía de “Shemá
, Israel”, da al filme un fuerte carácter religioso, de nostalgia de una
patria perdida, de reafirmación de una promesa de Yavhé sobre una tierra de
promisión que fue antaño paraíso perdido. Igualmente en El
imperio del sol, junto a una canción que se canta varias veces y que habla
de promesa de futuro de un mañana mejor, el filme concluye con una bellísima
canción coral religiosa ¡que es un Te
Deum!
No
en vano muchos de los protagonistas de los filmes de Spielberg son niños, e
incluso si no lo son, nuestro cineasta nos los recuerda como niños en los prólogos
de sus filmes (véase al scout River
Phoenix encarnando a Indiana Jones
adolescente. Y es que Spielberg piensa que la infancia es la única edad del ser
humano donde éste es realmente humano, donde la dicha de ser hombre se da en
toda su plenitud: está llena de todas las posibilidades, la vida se convierte
para el niño en un reto, la unión por el cariño de los padres hace posible
esa felicidad. Cuando este cariño desaparece, cuando falla la familia, el
hombre es un desdichado y, como nuevos Adán y Eva, es expulsado del paraíso.
Por eso el afán constante de volver, de encontrar lo que se ha perdido. Se
llame mi casa, se imagine como un campo lleno de flores ce color púrpura, se
denomine “el País de Nunca Jamás” o sea algo tan fúnebre como la tumba en
su tierra patria de un soldado. En Inteligencia
Artificial el niño robot no cesa en su empeño y no llega a la plenitud de
su felicidad hasta que éste logra realizar el encuentro con su madre perdida.
Un
poco resumiendo todo lo que aquí hemos ido reflexionando sobre ese sueño
eterno de regresar al paraíso deseado cuando la infancia y su inocencia se
pierden podríamos resumirlo siguiendo el recorrido que el protagonista de El
imperio del sol realiza. En un primer período el protagonista es feliz,
vive sumido en la más inocente de las infancias: no se entera prácticamente de
lo que ocurre a su alrededor aunque éste sea a veces amenazador; disfruta de
sus juegos, del cariño de sus padres. En un segundo período viene la ruptura,
que es brutal: en el filme es separado bruscamente de sus padres y arrastrado
por la multitud, los pierde y va a parar a un campo de concentración: allí
empezará un tercer período de prueba, de pérdida definitiva de la inocencia,
de iniciación a la vida. El período final (y éste es el que suele muchas
veces estropear las intenciones de Spielberg, pues suele recargar este tramo de
sus películas de excesivo acaramelamiento) es el encuentro del nuevo paraíso
perdido, donde otra vez se reencuentra con sus padres: ahora es feliz pero con
una felicidad que la da también la madurez, la conciencia, el vivir la vida
como un adulto, el conocer el mal (¡esa luz brillante que ve en el horizonte de
la bomba sobre Nagasaki!). Al final, es necesario decir adiós a la infancia
para poder ser feliz.
Curiosamente,
este esquema que se puede seguir en muchos de los filmes de Spielberg se sigue
casi muy literalmente en su última película: A.I. Inteligencia Artificial. Pero esto merecería otro artículo.
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