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GUÍA PARA CAPTURAR, VIVO O MUERTO, UN TIBURÓN MALVADOPor Mr. Arkadin
Duel será el encuentro con un nuevo realizador, un tan hábil narrador como discutible expositor de ideas. Como su protagonista, Spielberg, convencido de la “seguridad” que le otorga el ser, sentirse y proclamarse norteamericano, se dispone a luchar en la industria del cine. Y, naturalmente, a salir airoso de sus empeños. Si sus primeras películas parecen no interesar al público, será su primer gran éxito, Tiburón, sostenida además por una inteligente campaña publicitaria, el que le catapulte a la fama, Y ya, desde entonces, vivirá en esa nebulosa o cielo infantil de eterna prosperidad, ante el reconocimiento taquillero que supone acudir a ver “un filme de Steven Spielberg”.
El comienzo de Tiburón expresa a la perfección la ideología simplona de Spielberg. Seguramente él crea en la importancia y profundidad de las ideas que transmite. Veamos: unos jóvenes se encuentran bañándose en la isla llamada, y no casualmente, Amity. Es de noche. Viven dichosos. No se preocupan por nada. ¿Cómo pensar en un ataque desde fuera? ¿Cómo alguien va a pretender atacarles? Tan sólo desean disfrutar de ese feliz momento. Los jóvenes, inconscientes, probablemente no representan los valores de su país. ¡Vaya usted a saber la orgía que preparan al amparo de la noche! Quizás no sean “trigo limpio”. Si se han salido de una línea recta, de acuerdo con las normas de una sociedad moralmente... hipócrita, reprimida y represora, deben ser castigados. No obedecer los consejos desinteresados y “amorosos” de sus padres les puede llevar a una situación preocupante. Jóvenes, noche, isla, relajación... Palabras que tratan de mostrar el punto de partida de la historia. Ahora, sólo falta el ataque. El mal se cierne sobre los jóvenes. Independiente de ser inocentes o culpables, de representar personas fácilmente captables, devorados, por el mal, así ocurre. En el filme llega por la boca de un sanguinario tiburón. Estamos, pues, al inicio de la historia. No hay trampas. Todo está dado, de repente, en el brillante comienzo. Ahora habrá que hacer dos cosas. convencer a los habitantes de la isla, pero sin traumatizarles, de la existencia de un enemigo al que hay que capturar, y apresar y matar al animal. Tres personas serán las encargadas de ello, el policía jefe de la isla, representante del poder militar y responsable, por tanto, de que la isla permanezca tranquila y en paz; un oceonógrafo, alguien que posee saber y dinero; y un experto en la lucha con los tiburones, en realidad un empleado o trabajador que mantiene su personal cruzada, desde su puesto de trabajador, contra los tiburones.
La captura del tiburón, en el último tercio del filme, tiene lugar en mar abierto. Los tres hombres dispuestos a terminar con el peligro se mueven por distintos motivos, monetario (es su forma de vida, su trabajo la capturar de los tiburones: el cazador), científico (desde una preparación intelectual, universitaria, pero también de clase adinerada: el estudioso observador) y de deber (la representación de quien ha sido elegido para proteger al pueblo de peligros e invasiones: el policía). El combate se desarrolla en el territorio del enemigo. Se va a su morada para evitar que el animal pueda volver a atacar en el lugar donde tan cómodamente vivían (y desean seguir haciéndolo)los isleños. Hay que insistir en una serie de detalles, que se establecen como normas indispensables de actuación. Una guía-decálogo que debe ser objeto de acatamiento, Se enumeraría más o menos de la forma siguiente:
Tal decálogo, dentro de un planteamiento típico americano, es el que sostienen las imágenes de Tiburón. El reaccionarismo del que hace gala Spielberg en este filme no es raro, ya que aparece a lo largo de toda su obra. Su cine presenta la lucha (real o simbólica) contra los demonios que intentan dominar a los buenos ciudadanos... norteamericanos. Los demonios reales de algunas de sus películas no son más que el reflejo de otros demonios ideológicos que desean minar la fortaleza de sus compatriotas. La lucha será larga, pero venceremos, parece decir Spielberg como si fuera un Pepito Grillo repetidor –o enunciador- de slogans que ayer y hoy se pronuncian por los Jefes supremos de su país: “es nuestra cruzada”, “ojo por ojo, diente por diente”, “los que no están con nosotros están en nuestra contra”, “venceremos ya que somos los buenos.”, “estamos luchando el bien contra el mal”...). La muerte del tiburón, en el filme, viene precedida por la muerte del trabajador (realmente es “comido” por el tiburón), un personaje curiosamente “odiado” por el espectador. En el maniqueísmo del que hace gala Spielberg, el citado personaje ha sido mostrado (cara al espectador) como desagradable desde el instante en que aparece. En un pretendido efecto maniqueo, el director deja claras, desde el comienzo, sus preferencias. El científico tiene encanto y dinero, el policía es un héroe, el “trabajador” un paria repulsivo. Su presentación no de deja lugar a dudas. Se le conoce por hechos antes que en persona. Es, claramente, el personaje un reflejo del propio (peligroso) tiburón. Queda todo ello explicado en la secuencia donde los poderes públicos y las personas “representantes” (?) de lugar, están reunidos en la escuela (¡que curioso!). Allí se explica qué “son” los tiburones y cuáles sus métodos de actuación. De pronto alguien denota su presencia por el molesto ruido (a algunas personas les enerva) que hace al “rascar” con sus uñas la pizarra. El efecto es total: de tal acción, tal persona. El trabajador tiene experiencia (en cuanto vive de un oficio). Su problema es que ha “vivido” demasiado próximo a los tiburones. No es raro, por tanto, que haya sido contaminado por ellos. En realidad ha sido ya aprisionado, encadenado por ellos. El que sea comido por el “malvado” enemigo, más que un hecho “real”, es la conclusión de algo más profundo: el haber sido dominado, ganado, por la causa.
¿Quién logrará el triunfo? La posición de “guerra” abierta proclamada por el hombre armado (igual da que sea policía o militar) llevará a la destrucción del enemigo. No hay piedad para los malvados, sólo destruyéndolos puede seguir existiendo la idílica “Amity”. Una vez eliminado el peligro, el científico podrá salir de la “jaula” y volver a la isla, siempre con la ayuda del policía. Consciente o inconscientemente, Spielberg ha enunciado una metáfora pro-americana, en la que no faltan los tópicos en los que viven sus ciudadanos. Aunque los culpables de tal estado de cosas (la espeluznante “inocencia” de sus habitantes) son los poderes fácticos y mediáticos que sustentan la farisiaca existencia del país. Los personajes de Tiburón no se preguntan por causas. Le interesan sólo los hechos que ocurren. Las preguntas llevan a reflexionar sobre los hechos, y eso no interesa. Pero hay preguntas para dar y tomar. Por ejemplo: ¿A qué se debe que un tiburón asesino haya aparecido en tal lugar? ¿Todos los tiburones son iguales? ¿Por qué ataca a la isla? ¿Quién es el culpable de su “soledad”? ¿Pueden pagar unos por lo que otros han hecho? ¿Lo único importante es mantener la isla en paz? ¿Se puede vivir sin problemas, sin preocuparse de los otros? ¿Somos unos o formamos parte del resto? ¿El aislamiento es sano? ¿Hay que estar abierto a una comunicación con el exterior? ¿De que somos nosotros responsables? ¿Somos justos o injustos? Las ideas de Steven Spielberg no parecen –en su retrogradismo- distar mucho de las grandes palabras de los altos dirigentes de los EE.UU , convencidos de su mesiánica misión como salvadores de la civilización occidental, depositarios únicos de Dios, orgullosos de un pasado edificado en el engaño, el crimen y el desprecio hacia los que no son iguales que ellos. Se está en posesión de la verdad, el enemigo –al igual que en el salvaje oeste- debe ser capturado “vivo o muerto”. Aparte de considerar que los enemigos, por el hecho de serlo, son claramente los malos, ya que ellos son los buenos. Elementalidad, infantilismo que Spielberg propugna en sus filmes convencido de tales ideas. Sin duda es el máximo embajador de los intereses norteamericanos en el mundo. Propagador de las ideas de sus magnates (¿quién manda en EE.UU.? ¿Los políticos, los militares, los poderes económicos?) a través de películas reaccionarias ideológicamente, pero bien construidas cinematográficamente. Algo que no proclama, ni mucho menos, la genialidad, de la que el realizador está muy alejada. Una cosa es imitar a los clásicos, querer ser como ellos y, otra muy distinta, conseguirlo. Su cine es eficaz en cuanto sabe mover los hilos para llegar de forma “sensiblera” (nunca desde el raciocinio) a los espectadores. Un cine, por otra parte, hecho de retazos (cada uno de sus filmes) de numerosos títulos famosos. Cuentista manipulador de imágenes, vendedor de engominadas fantasías, éste reencarnado rey Midas, es capaz de creer en la supremacía del americano medio respecto al resto de los mortales. Posteriormente a Tiburón se realizaría Piraña. La dirigió Joe Dante, quien luego trabajará en algunos producciones de Spielberg. Mientras que la producción de Tiburón contó con grandes medios, la película de Dante fue barata, de manera que puede considerarse como un filme de serie B. Pero en ella hay más inteligencia y creación que en Spielberg. Podrían estudiarse cómo unos mismos elementos aparecen en la obra de ambos realizadores pero con sentido diferente: niños, televisión, el “mal” dominador, los “mitos” de una civilización... Dante, si lo comparamos con Spielberg, sería un avezado izquierdista. La defensa, por ceñirnos a los filmes citados, que de lo “militar” hace Spielberg se convierte en furibunda crítica en Piraña. Aparte de la idea que pone en pie ambos títulos. En Tiburón el mal viene de fuera, en Piraña el mal ha sido creado por los propios militares del país (aunque en principio se consideran sus defensores). Después de Tiburón, el cuentista Spielberg seguirá proclamando su amor por el sistema en el que vive. Se aliará con unas tesis donde los buenos sentimientos empalagarán hasta el no va más. El niño que nunca ha crecido (reflejado en tantos otros niños de sus filmes) sigue mirando a la luna, mientras abraza, como el más preciado tesoro, a su juguete predilecto, y pregunta a una y a otro sobre cómo debe ser, actuar y pensar en el mundo en el que vive. ¡Que bien si siempre uno fuera un niño y, por tanto, tuviese los otros el poder de decisión!
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