|
Ahora
se homenajea a Kieslowski... Vamos ganado ya que al menos se le cita. Pero
realmente la semejanza con aquel interesante realizador ya desaparecido es
muy pequeña. Simplemente la historia de alguien que observa a la vecinita
de enfrente... Aunque eso de observar también es muy de Hitch. Lo que
ocurre aquí es que no se trata sólo de plantear -como Kieslowski- un
conflicto moral (¿y ético?). No, se quiere ir mucho más allá. Hablar
nada menos que de un proceso personal unido al cambio ocurrido en un país.
Vistas así las cosas nos teníamos que elevar a unos planteamientos metafóricos.
Algo que debe ser tratado con mucho cuidado. Lo metafórico debe ser uña
y carne de un todo. En gran parte del cine joven y actual cada cosa va por
su cuenta (¿constaría tanto aprender del Scorsese de Al límite?). Aquí, ese es el grave problema. Que conste, que esta
opera prima de Córdoba (autor de varios cortos), es bastante superior a
la de otras películas de recién llegados. Hay cosas bien resueltas, hay
intimismo, poesía, calidad en ciertos momentos, en otros...
Lo peor es el intento de ser profundos, de mostrar que estamos ante
algo muy importante. Que lo mostrado va mucho más allá de los personajes
y de la historia. No sé si el cuento de Almudena Grandes, “el lenguaje
de los balcones”, que da pie a esta película tiene la carga simbólica
que Córdoba le ha insuflado. No parece ser el estilo de una escritora,
que realmente poco me interesa, y de la que se han llevado algunas novelas
(sin demasiado atractivo) al cine como Las
edades de Luúu o Malena es
nombre de tango.
En la película todo tiene a la trascendencia. Un error. Una
trascendencia que se asume desde planteamientos socio-políticos. Nada
menos que una calle separa a dos chavales. Una calle que es todo el abismo
entre dos formas de sociedad. Una chica de familia burguesa acomoda y un
chico de Vallecas. Ella parece destinada a grandes empresas. Él es casi
carne de cañón. Amistades peligrosas, instituto en el que es
ridiculizado por no ser de una “clase” (error plantear esa diferencia
de clases en un centro publico y no en uno privado de calidad)
determinada. Pero, las cosas no son como se esperan. La vida en los años
60 no es igual que en los 90. Ella sigue viviendo bien, pero él ha hecho
una carrera y se encuentra perfectamente acomodado. El cambio en España
ha sido para bien. O sea que todos tienen trabajo, las diferencias de
clase no existen, los balcones desaparecen y se puede atravesar la calle
para ir de una casa a otra. Ahora el hombre y la mujer, ayer separados por
no ser “idénticos”, hoy se pueden unir porque son de una única
clase. Y que se mueran los feos. Vista así, la película es como mínimo
discutible. Su sentido de la metáfora es forzado y bastante ingenuo.
Sigamos con lo negativo de esta película. Aquí, al igual que le
ocurre al no tan joven Chavarri en Besos
para todo, el director se empeña en rodar aquello (secuencia del día
del perdón) que no se puede porque (y ese es el caso de ambas películas)
no se cuenta con el dinero y los medios suficientes. Me refiero a la que
es la secuencia clave de la separación de los personajes en su etapa
infantil/juvenil. Todo va bien, o al menos normal, hasta que él llega
tarde al teatro donde ella le esperaba. Pero se ha ido. Primer error él
pregunta al portero por ella (listo el empleado del teatro), quien sin
dudarlo le indica (vemos sus gestos) que su “esperante” se ha ido
ahora mismito y “por ahí”. Va en su busca. La ve. la tiene a su
alcance. Entonces surge (otra vez la metáfora) una acción inesperada,
una manifestación típica pre-democracia pidiendo libertad. La policía
reprime esas ansias de los manifestantes con contundencia (aunque el
protagonista sea capaz de enfrentarse, como caballero andante en defensa
de su dama, a uno de los “grises”). La idea puede ser válida. No lo
es la torpe realización. Hay mil maneras de filmar ese momento, pero
nunca como lo hace Córdoba. ¿Por que? Simplemente porque muestra la
trampa-falsedad del rodaje. ¿Cómo una manifestación se puede mostrar
con tres policías y cinco manifestantes,. y aun me sobra alguno? No hay
que se lo crea. ¿Qué no hay dinero para contratar más extras? De
acuerdo, pero entonces o que no se ruede o se busque otra solución.
Haberlas las hay. Por ejemplo mostrando simplemente los rostros de los
personajes principales (y luego si se quiere la entrada en cuadro del
policía) y dándose la manifestación (gritos, persecución, golpes) en
“off”. Así se evitaría el ridículo de ese momento. Pero ese
instante (curiosamente uno de los más significativos del filme) sigue por
la senda del fracaso o de la ineptitud. Así por arte de magia la niña
Lucia (que esperaba ir al concierto con su desclasado amor ventanil) se
encuentra con su “pijo” noviete (así se apunta a salir Eloy Azorín),
que le grita y le arroja con cajas destempladas frente al silencio cómplice
de Lucia... Aun falta el torpe cierre. El despechado muchacho marcha
-visto de espaldas- por una calle... hacia el futuro. Deja caer (el
espectador debe saber de lo que se trata) dos papeles al suelo
(naturalmente las dos entradas del frustrado encuentro con Serrat). Por si
el espectador no lo ha entendido se muestran en primerísimo plano
barridas por el viento (y no solano). ¿Cómo un realizador que nos ha
regalado secuencias emotivas y singulares como aquella de la luz mostrando
el camino que la chica debe seguir hasta el sitio de encuentro -el teléfono-
donde sonará la “Lucia” de Serrat, puede caer en tamaños errores?
Misterios de los jóvenes realizadores incapaces de “serenarse” o de
centrarse en contar bien una historia, independiente de sus variadas
lecturas comprometidas. Ante todo porque el compromiso implica otras
cosas.
Hay momentos, queda dicho, conseguidos (debo citar también ese de
la conversación-encuentro de la pareja joven frente a un escaparate).
Otros, también se ha consignado, muy torpes. Me quedo con los primeros.
Eso hace posible que este debut este muy por encima de los comienzos de
otros realizadores españoles actuales. Hay, también, un buen fondo
musical utilizado como elemento propio de la época que se narra.
Estupenda la dirección de los actores jóvenes. Bellas imágenes que
insinúan, sugieren en sus silencios, en sus miradas, mucho más que los
diálogos o la (forzada) acción-resolución de situaciones o de dibujos
ambientales.
Un filme, pues, interesante. Sin duda el mejor rodado hasta ahora
sobre una novela-relato de Almudena
Grandes. Habrá que conceder un crédito a este nuevo director. Al menos,
con sus errores, muestra buenas maneras.
Mister
Arkadin
|
Aunque
tú
no lo sepas.
Nacionalidad:
Española, 2000.
Dirección:
Juan Vicente Córdoba.
Guión:
J.
Vicente Córdoba, Antonio Conesa, María Reyes Arias, José Manuel Benayas.
Argumento:
el relato de Almudena Grandes “El lenguaje de los balcones”.
Intérpretes:
Silvia Munt, Gary Piquer, Andrés Gertrudis, Cristina Brondo.
|