Sin perdón
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Operación Reno

Los maestros vivos siguen dando lecciones. O los grandes realizadores aun vivos, si no se considera que llegan a la categoría de los grandes maestros. En uno o en otro grupo, sin lugar a dudas, está Frankenheimer, uno de los grandes realizadores de lo que se ha dado en llamar al generación norteamericana de la televisión, aquella que a medidos de los años cincuenta relevó a la buena reserva de los años cuarenta. Marty, de Delbert Mann (curiosamente uno de los hombres menos destacados de aquella generación), fue la película que dio “vida” a los chicos de la tele merced a sus premios en festivales y en los Oscars (1955). Entre los grandes directores de aquella hornada estaban (entre otros), además de John Frankenheimer, nada menos que Robert Mulligan, Arthur Penn, Sidney Lumet o Martin Ritt.

            Frankenheimer, vivo por fortuna (tiene 70 años) y enormemente lúcido, sigue en activo, mientras que otros como Penn ha dejado, se puede decir, de hacer películas. Su anterior filme, Ronin, nos dejaba ver su vitalidad, su sentido del cine, algo que no era sino un preludio de éste sorprendente filme titulado Operación Reno (Reindeer games). ¿Qué es lo que nos sorprende de él? Muchas cosas, pero primordialmente su sentido vital, su juventud, la fuerza de sus imágenes y el dominio absoluto de los medios con los que cuenta el cine. Es una gozada ver a alguien que sepa (en el hoy) planificar, montar, contar, en una palabra, una película (como ésta) con la elegancia y la calidad de este buen realizador. Su marca de fábrica, no puede ser menos, está presente en esos planos rebuscados, deformados, insólitas tomas que siempre aparecen en sus anteriores obras, y que aquí, como luego indicaré, está en función de la historia jeroglífica que nos narra. Hay cine y de muchos quilates en estas imágenes llenas de el aire inconformista de la juventud pero contagiado por la maestría de quien ya está de vuelta de todo. Sobre todo hay algo que desearía destacar: la película es fiel al cine clásico en su totalidad. No deja nada a la improvisación, ni al gesto pasado. No, sus acciones y momentos se adecuan al relato. Cualquier cosa que ocurre u objeto que aparece, acción ejecutada forma parte de un todo. Por ejemplo si en un instante el protagonista echa alcohol en su pistola de juguete-agua no es simplemente como un chiste sino como posterior resolución de un momento. La grandeza del cine norteamericano de estar todo para algo en sus imágenes se cumple inexorablemente en este buen título de un Frankenheimer rejuvenecido con planos de esos que nos hacen sentir el cine: una lagrima cayendo por un rostro, el sudor de alguien frente a la muerte (la vitalidad del director aparece en todo su cine como, por ejemplo, es difícil, olvidar la vomitona del protagonista, después de una interminable carrera persecutoria, en Tiro mortal).

             Bien en sus películas o en sus telefilmes (que nunca ha abandonado) Frankenheimer se muestra el mismo hombre crítico con el sistema, defensor de los sin patria y cada vez más desencantado de un mundo (ese en el que nos toca vivir) sin ideales y repleto de mentiras. Ronin era la historia de un desengaño en un mundo donde ya (ni siquiera en el del hampa) no existen códigos. Lo de menos en aquella gran película, Ronin, que representaba la nueva madurez de su director, después del descalabro que supuso La isla del Doctor Moreau, era la presencia de la extraña maleta, cuyo contenido no se hacía explícito en ningún momento. Un inolvidable Mcguffin que era, sin duda, uno de los grandes logros de una historia de amistad y de soledad. Antes que Jarmusch filmara la vitoreada Ghost Dog, Frankenheimer había rodado una historia más atrayente (y una muy superior película) con personajes e ideas que reaparecían en el filme del (a medias) independiente Jarmusch. Ideas, por otra parte, no propias ni de uno, ni de otro sino afines a los personajes del cine negro.

            Lo que más asombra de esta Operación Reno es la soberbia utilización de la narración en cuanto asume una idea que circunda y engloba todo el filme. Un hecho que puede servir como modelo para tantas películas actuales que utilizan la sorpresa o el engaño como soporte de la historia caso de, sin ir muy lejos, El sexto sentido o Lo que la  verdad esconde. La trampa del guión, los recovecos que los guionistas van utilizando en esos títulos no tienen otro sentido que sorprender -con elementos falsos- al espectador. No es el caso de Operación Reno, filme montado todo él como una autentica caja de sorpresas. Cada imagen, cada situación supone una nueva vuelta de la historia. Nada es lo que parece. Cualquiera cosa puede ocurrir en el plano siguiente. Muertos que no mueren, ladrones que nunca han cometido un atraco, hermanas que no son hermanas, guardias jurados que jamás han sido guardias jurado... La mentira como norma de una historia que juega con sus cartas desde el comienzo. Todo, desde el propio protagonista, se va a aliar con ese torrente de truenos inesperados. ¿Por qué? El protagonista sale de la cárcel y decide, para irse con la chica del amigo “muerto” (y al que ella “no conoce”), suplantar la personalidad de aquel. Quiere ser otro, quiere ser su amigo Nick al que. parece, la vida le va a sonreír más que a él después de salir de prisión. Para ello arroja fuera su personalidad (elimina su carnet personal), prefiere ser -aparentar- otro, para poder alcanzar los “regalos” de su desaparecido compañero. Ese comienzo da, brillantemente, el tono del filme. Todo lo que va a acontecer a su alrededor es mentira (la misma mentira consentida de su pesonalidad) o al menos no es lo que parece sino otra cosa. Brillante unión de la historia, brillante circunloquio en el que nada desentona. La realización a traves de sus rebuscados planos explicita también ese sentido falso, dificultoso, barroco de la historia como también (dentro de la afinidad a su cine) Frankenheimer explicita la prisión, como me decía, referido a este punto, Sabín), del protagonista, observado desde cualquier sitio o lugar: Pero, debe quedar claro, el sentido de falsedad aplicado a todo el relato no sería más que un juego si detrás no aparecieran otros elementos atrayentes o importantes. Centrémonos en uno: el desencanto de todos los personajes de la historia tratando de “ser otros” (y no sólo por ocultar una personalidad), de llegar a cumplir unos deseos o lograr un (tan vano como falso) status, cumplir sus (vacuas y fracasadas) esperanzas en una vida mejor. Tambien, ¿por qué no?, el filme nos habla de la dificulta de sobrevivir en un mundo lleno de trampas, donde cada uno opta por disfrazase colorista, adecuada (o inadecuadamente) y de eso,Operación Reno, está repleta (los disfraces de Papá Noel, el de vaquero en un casino... “dominado” por indios)...

            Desde ese último punto de vista Operación Reno, desde su irónico y cínico desarrollo, asimila la historia de un desencanto general producido en el país de las victorias inútiles. La riqueza no es más que un falso oropel escondido en una extraña región perdida para cualquiera. Un casino, por ejemplo, (en el que se va a cometer un atraco) fuera de todo el circuito, donde su director sólo sueña con volver a las Vegas. Sueños que nunca se cumplirán unas veces por alterar el camino otras por no aceptar el mundo en que se vive. Es el caso del protagonista. Sólo sueña con tomar un “chocolate” calentito al salir de prisión pero al convertirse (conscientemente) en otro se ve conducido a una rocambolesca historia en la que se juega la vida. Junto a él habitan en un mundo de oscuridad gentes como los camioneros destinados a transportar armas que desean terminar con su cansada vida en la carretera, el dueño del casino que piensa en volver (como se ha dicho a las Vegas), la mujer (y el “falso” amigo) que desea ser rica y engaña (como todos) para lograr su objetivo. Un engaño-desilusión que les devuelve a la tierra de nadie (o a la muerte) y a su cansancio vital donde todo es posible aunque ese posibilidad termine siendo mortal (la caja soñada “manitu” se transforma en un escondite de armas de fuego). Metáfora, pues, como otras presentes en diversos títulos de Frankenheimer (pienso en la excelente Yo vigilo el camino) sobre la mentira de América, de la riqueza y prosperidad para todos. Historias de hombres desengañados en el país de los (falsos) logros, aplastados por un sistema de equivoco bienestar.

            Si la película dibuja un círculo sobre la falsedad se apresta también a insinuar su verdadero (o también falso) punto de vista. Los personajes, las situaciones están vistas desde el protagonista de manera que todo ello (para el espectador) “es” (pasa) cómo él lo vive. Así lo percibe, incluida la maldad o el dibujo de los falsos camioneros. Incluso, ¡que maravilla en un hoy en el que nadie se preocupa de estas cosas!, el “yo” narrativo (la historia contada por el protagonista) es esencial en el desarrollo de los acontecimientos. No hay nada en el filme que se corresponda con algo distinto que lo visto por nuestro protagonista. Ejemplar, pues, en su concepción, que nos lleva a un final irónico (¿real o irreal? ¿acaso inventado?) que clausura una curiosa historia sobre la Navidad (en sintonía con esa otra demoledora visión navideña dada por Joe Dante en Gremlins). A los acordes de “pequeño tamborilero” el protagonista “vuelve a casa por Navidad” enfundado en la figura (otra falsedad más) de un Papa Noel repartidor de ilusiones en forma de “dinero” que algunos encontrarán en sus buzones. Un cierre perfecto para una historia perfectamente estructurada con un guión modélico donde todo encaja y nada es gratuito. Piénsese, por ejemplo, el momento en que el “contador” de la historia descubre (escondido) cierta personalidad de su falsa amada. La que corresponde a la relación (escena de la piscina) con su “falso” hermano. Pues bien, esa secuencia está dada por una acumulación de efectos muy bien estructurados. El personaje logra zafarse de sus cadenas, ve por la ventana de su habitación como llega una furgoneta de una fábrica de armas. Sale por la ventana de su cuarto y va al coche en busca de un arma. No encuentra ninguna. Los “falsos” matones entran y salen del hotel. Nuestro protagonista descubre que la ventana por la que ha salido está abierta y que en cualquier momento sus “enemigos” se van a dar cuenta de ello. Sale del coche para volver a la habitación y jugar al “engaño” (¿quién engaña y quién es engañado). Trata de evitar a sus carceleros. Escondiéndose de ellos llega a la piscina donde asiste a una aparente “verdad” por la que descubre parte de la trampa de la que está siendo objeto. Otro tanto podemos decir de la secuencia ya señalada de la falsa pistola de agua arrojando alcohol sobre uno de sus captores.

            Hace falta ver con cuidado las imágenes de este filme para darnos cuente de su “honradez”, de su sentido del cine, de la profesionalidad de su director. Bastan, por ejemplo, una serie de planos para darnos todo lo que es y significa (en no más de cinco minutos) una cárcel (no hay que olvidar que Frankenheimer hizo una gran película sobre un preso -uno de los mayores ataques sobre la privación de libertad que ha dado el cine- encerrado por vida, El hombre de Alcatraz) o podemos citar también la primera escena de amor entre los protagonistas dada en un escasos minutos. ¡Que gran dominio de la elipsis! Ese gran secreto que sólo los grandes directores parecen conocer, y que se echa tan en falta en esas (discutibles) grandes películas actuales como es el caso de Para todos los gustos.

            Gran filme en todos los aspectos. My bien rodado, interpretado, montado, repleto de cinismo de principio a fin (la canción de Dean Martin como fondo de la escena “amorosa”). Todo, hasta ese cinismo, forma parte de esta intrigante, sorprendente, vital y divertida obra de un maestro, o al menos unos de los grandes directores, del cine norteamericano actual, John Frankenheimer.

Adolfo Bellido
     Daniel Arenas                   

Reindeer games

Nacionalidad: EE. UU. 2000. 

Dirección: John Frankenheimer. 

Argumento y guión: Ehren Kruger. 

Intérpretes: Ben Afflek, Gary Sinise, Charlie Teron, Dennis Farina.

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