Hace
poco más de un año saludábamos con entusiasmo la primera película del
director francés Christophe Ruggia. Se trataba de su obra El
chico del Chaâba, un acercamiento honesto y nada autocomplaciente a
las duras condiciones de la infancia en un barrio de chabolas del
extrarradio de una gran ciudad. Veíamos allí la difícil supervivencia,
tamizada siempre por las distintas formas de violencia, de quienes carecen
de asideros que les permitan escapar de las constantes insoslayables de su
existencia. Y al final el barrio se desmantelaba para trasladar a sus
ocupantes a un Chaâba vertical un poco más cerca del centro urbano,
aunque suburbial en todo caso.
Es
en este punto donde parece anclar Los
diablos, segunda entrega del director. De nuevo es la mirada infantil
la que guía el relato, y de nuevo es la marginalidad, y la consiguiente
violencia, el eje desde el que se estructura. En cierto modo los
protagonistas de esta película, tanto los principales como los que los
acompañan desde una posición más secundaria, son el resultado de
esconder los males del Chaâba en el anonimato que ofrece la gran masa
urbana, reproduciendo por lo tanto sus rasgos esenciales sin mitigar en
modo alguno los problemas que lo constituían. Hasta cierto punto Los
diablos describe la añoranza del Chaâba, no tanto en la búsqueda de
la casa que obsesiona a los protagonistas, sino en el recurso constante a
los elementos naturales como la única posibilidad de recuperar una
sociabilidad imposible entre la grisácea geometría de la ciudad.
Sin
embargo los resultados carecen ahora de la brillantez que sí poseía la
primera película. Esta segunda entrega no pasa de ser una voluntariosa
declaración de intenciones que no llega a cuajar en un producto digno de
la admiración que aquél nos provocaba. Lo que allí era un análisis
riguroso y profundo de las raíces de la violencia, ha dejado paso ahora a
una visión mucho más simple, la cual se acepta sin llegar a cuestionar
su auténtica razón de ser. Estamos más cerca de un tópico de manual
que de una reflexión desapasionada sobre los males que desembocan en lo
que la pantalla nos ofrece. En cierto modo la raíz del problema escapa al
director por querer recrearse en los efectos que, de esta manera, quedan
suspendidos del aire.
Y
ello repercute en una ordenación deficiente del relato. Toda la segunda
parte aparece por completo inconexa; no se entiende en absoluto la deriva
que experimenta la película hacia la iniciación sexual de los
protagonistas, más allá de la manida expresión de su llegada a la
madurez, madurez que, por otra parte, no se aprecia en ningún otro
aspecto de su comportamiento. Infundado resulta también el amago de
curación de Chloé, que más parece exigido por la necesidad de dar un
giro a un relato prácticamente agotado, que resultado de condiciones
inmanentes al mismo.
En
esta línea el guión de la película presenta notables deficiencias: no
es creíble la larga estancia de Chloé bajo la ducha sin que nadie note
su ausencia, como no lo es que Joseph cargue con el cuerpo de su hermana
en brazos para escapar del psiquiátrico sin caer extenuado a los pocos
metros. Del mismo modo, sorprende la incompetencia de los policías a la
hora de detener al chico, y la mágica perspicacia que finalmente los
conduce a su escondite.
La
película resulta, en fin, decepcionante sobre todo para quienes nos habíamos
entusiasmado con la obra anterior de este cineasta, al cual habrá que
conceder nuevas oportunidades para que nos devuelva lo que ya demostró
que es capaz de hacer.
Marcial
Moreno
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LOS DIABLOS
Título
Original:
Les diables
País y Año:
Francia, 2002
Género:
Drama
Dirección:
Christophe Ruggia
Guión:
Christophe Ruggia, Olivier Lorelle
Producción:
Studio Canal
Fotografía:
Eric Guichard
Música:
Fowzi Guerdjou
Montaje:
Tina Baz
Intérpretes:
Adele Haenel, Vincent Rottiers, Rochdy Labidi
Distribuidora:
Alta Films
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