Funciona
este último filme de Ozon como un reloj suizo; todo se reduce (y tal vez
ahí se escondan sus virtudes y sus defectos) a una sucesión de
secuencias perfectamente medidas, elaboradas de manera premeditada (de ahí
cierto regusto esteticista, en esta ocasión, como veremos, justificado),
puestas al servicio de unas actrices que devuelven el favor al realizador,
elevando el conjunto a cimas que, en realidad, el filme quiere pero no
puede alcanzar.
Pero
vayamos por partes. Enfocaremos el filme desde dos puntos de vista, a
saber: el juego constante con las referencias -A- (tanto genéricas como
intertextuales), y la irregular lectura final -B- que nace del conflicto
entre la brillantez formal y el desequilibrio ideológico (que atiende
tanto a la elaboración de los personajes como a la construcción lúdica
del filme –el juego por el juego).
A)
1. El filme incorpora
ciertas estructuras narrativas que provienen de otros géneros (tanto
teatrales como cinematográficos) que otorgan a la obra un ritmo vivo que
proporciona una visión placentera, tremendamente entretenida e hilarante
en muchas ocasiones. La construcción vodevilesca de la trama (emparentada
con cierta tradición del teatro burgués, que tanto éxito cosecha en
tierras galas) unida a una serie de postulados genéricos nacidos de las
novelas de Ágata Christie (¿quién será la asesina de Marcel?), acaba
constituyendo un híbrido perfectamente orquestado, al menos en cuanto a
su forma se refiere. Aparecen, también, ocho números musicales
intercalados entre secuencias; actuaciones que huyen de la gratuidad (como
en El otro lado de la cama) para ejercer como instrumentos que
refuerzan la voluntad referencial (y el funcionamiento como metadiscurso)
del filme, como veremos en el punto siguiente. Los patrones genéricos que
Ozon absorbe, son manejados con tremenda austeridad, y aún a pesar de
planificar de un modo ciertamente esteticista, esta marca no hace sino
conferir a la obra la voluntad de teatralidad que el autor desea
imprimirle (como bien demuestra el final, cuando todas las actrices,
cogidas de la mano, saludan al público). El director no pretende
enmascarar los orígenes de su obra, sino más bien ponerlos a la vista,
ofrecer el filme como representación y no como realidad.
2.
La intertextualidad se hace evidente, y Ozon pretende (volviendo sobre el
propio cine) reflexionar sobre las actrices, sus papeles, y las épocas
que han marcado el cine francés de (casi) todos los tiempos. Muchos de
los conflictos entre las actrices se convierten en autorparodias que
arrancan de los ojos imágenes ya vistas. Tal vez el ejemplo más claro se
observe en el enfrentamiento entre Fanny Ardant y Catherine Deneuve (1);
lucha carnal en la que resuena la frase: “c’este a la fois une joie
et une surrance”. Sentencia que remite, inevitablemente, a dos
filmes de Truffaut de épocas distintas (La sirena del Misissippi,
y La mujer de al lado) en que ambas actrices pronunciaron la misma
frase. Pero este recorrido por las distintas épocas de la cinematografía
gala (que se inicia en el vodevil al adecuar este patrón narrativo al
armazón del filme) remite al ya enterrado cine clásico, a los momentos
de esplendor y ocaso de la nouvelle vague, y al actual cine francés.
Y para ello Ozon emplea dos resortes: los personajes encarnados por las
mujeres, que remiten a otros arquetipos por ellas ya interpretados; y los
números musicales. Por ejemplo, Danielle Darrieux añorando lo que (el
cine que) jamás volverá, al interpretar “Il n’y a pas d’amour
hereux”, o Isabelle Huppert parodiando sus personajes fríos
interpretados en películas como Gracias por el chocolate o La
pianista (recuerden que aquí interpreta a una neurótica retraída,
al más puro estilo Woody Allen, que acaba transformándose en una muy
particular femme fatale). No es, pues, la referencia a cierta
tradición musical un ejercicio vacuo, sino un elemento más que permite
relacionar al filme (y a sus actrices) con ciertos antecedentes. Estos
apuntes permiten a la obra entrar en el terreno de la conformación de la
representación, para saber que se nos cuenta y desde de que modelos se
nos cuenta, permitiendo el espectador entrever como es posible fabricar
verdades (mentiras –uno nunca sabe que es lo que debiera figurar en el
paréntesis) a través de la ficción, pues toda la trama no es más que
una representación orquestada por el marido ausente para conocer la
verdad de las demás sobre si mismo, verdad construida a través de una
mentira (su muerte) y que evoluciona a través de la destrucción de un
sinfín de mentiras que mudan en verdad, para devenir una (la) verdad
inaceptable.
B)
Ahora bien, la brillantez de una resolución formal donde nada
queda al azar (aunque no parece creíble que la criada esconda el secreto
que posee) se ve empobrecida por un hecho tan necesario como evitable: la
necesidad de observar el desenmascaramiento de las sucesivas mentiras y
las nuevas verdades que no paran de brotar, implica que sus protagonistas
se conviertan en seres rastreros, avaros y codiciosos, depredadores
implacables de sus semejantes... antropófagos morales que resultan ser
mujeres. La ausencia de personajes masculinos hace inevitable la aplicación
de una serie de estereotipos poco aconsejables para cualquier colectivo.
El retrato femenino que aquí queda elaborado no es sino un espectro
deformante puesto, como no podía ser de otra manera, al servicio del
relato. Y es que ni este caso la importancia de la representación queda
marginada, es más, aún arriesgándose a conformar una pieza de tintes
misóginos, Ozon prefiere avanzar en su reflexión sobre la capacidad de
mentir desde una representación organizada en dos niveles (una
representación que acaece dentro de la historia, y la historia misma)
antes que hacer concesiones. Los estereotipos son empleados para que la
historia funcione, aunque esto suponga un funcionamiento intelectual un
tanto rancio, pues uno no deja de pensar (al margen tanto de la obra
teatral de Robert Thomas, que desconozco; como del ejercicio publicitario
que supone contar con tal elenco actoral) que la historia hubiera
funcionado igual con algún hombre de por medio.
Así
pues, uno acaba un tanto decepcionado al ver que la cosa deviene un
(inteligente) juego representacional, que se resquebraja al emplear todo
los medios que le son necesarios para conseguir un fin. A pesar de la
carcajada continua, la reflexión audaz (que la hay) y las excelentes
interpretaciones, uno no puede aceptar semejante regla para entrar en el
juego.
(1)
Por cierto el encuentro lésbico Deneuve – Ardant remite a El Ansia,
filme de Tony Scott en que Deneuve tenía un escarceo con Susan Sarandon.
Enric
Albero
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8 MUJERES
Título
Original:
Huit femmes
País y Año:
Francia, 2001
Género:
Suspense
Dirección:
François Ozon
Guión:
François Ozon
Producción:
Centre national de la Cinématographie, France 2 Cinéma, Le Studio Canal+
Fotografía:
Jeanne Lapoirie
Música:
Krishna Levy
Montaje:
Laurence Bawedin
Intérpretes:
Isabelle Huppert, Catherine Deneuve, Fanny Ardant, Emmanuelle Béart,
Virginie Ledoyen
Distribuidora:
Alta Films
Calificación:
Todos los públicos
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