Cada
temporada se estrena algún filme que da en la diana del éxito. A veces
es un éxito claramente prefabricado (pensemos en Hombres
de negro, Harry Potter y la
piedra filosofal o Spiderman),
a veces es un éxito sorpresa (The
Blair witch project), a veces, sencillamente, es la desesperada
apuesta de una de las grandes productoras norteamericanas para salvar un año
raquítico en cuanto a recaudaciones en taquilla (La
momia).
Sea
cual sea el motivo de su éxito de público, lo cierto es que
inmediatamente el estudio suele dar luz verde a la puesta en marcha de una
secuela. Como el éxito es efímero (son productos que se olvidan tan fácilmente
como se devoran en verano), lo mejor es poner en marcha la secuela lo
antes posible, algo que está alcanzando extremos difícilmente
sospechables en esta última década, cuando se ha llegado a comenzar el
rodaje de la secuela incluso antes de estrenar la primera parte (como ha
sucedido con Harry Potter y la cámara
secreta, y El rey escorpión,
que a su vez es una secuela de The
mummy returns que, lógicamente, era una continuación de La
momia, que a su vez era una copia descarada de la serie de Indiana
Jones, que al mismo tiempo… bueno, paremos aquí un paréntesis que
amenaza con ser eterno).
Stuart Little corresponde al tercero de los casos citados en el
primer párrafo: fue la película que salvó hace tres años un verano
desastroso para la Columbia Pictures (o sea, la división cinematográfica
de los japoneses de la Sony). Su éxito, relativamente sorprendente, se
basaba en la combinación de personajes reales interpretados por actores
con cierto prestigio (Geena Davis, Hugh Laurie) con un ratoncito diseñado
íntegramente por ordenador, que era, a fin de cuentas, la auténtica
estrella de la función. Todo ello dirigido por Rob Minkoff, uno de los
responsables de El rey león,
por lo que estaba más acostumbrado a trabajar con personajes animados que
con actores de carne y hueso, algo que se advertía en el resultado final,
donde el protagonismo lo robaba fácilmente
el animalito de marras, doblado en la versión original por Michael J. Fox
y en el castizo español por Emilio Aragón.
Todos
ellos han vuelto a repetir en esta secuela absolutamente anodina que, como
toda secuela que se precie, multiplica los detalles originales de la
primera parte, en un intento por sorprender más a un espectador que a
estas alturas ya conoce de sobra las “sorpresas” que puede aportar el
uso de la tecnología digital aplicada al cine. En esa multiplicación se
recurre no a dos personajes animados (Stuart Little, el ratón, y Snowbell,
el gato), sino a cuatro, ya que se añaden un halcón que juega el papel
de malo de la función y una pajarita llamada Margalo, que será en gran
medida la auténtica estrella de la nueva función.
Si
el guión de la primera parte no era un prodigio de originalidad (pese a
la participación del hoy prestigioso M. Night Shyamalan), en esta secuela
no es que todo sea previsible, es que ni siquiera hay un intento de
sorprender a nadie, todo, absolutamente todo, se ve venir mucho antes de
que suceda: Stuart Little que no se integra bien en la vida del hijo mayor
de los Little (un Jonathan Lipnicki tan insoportable como en la primera
parte), la necesidad de una amistad nueva, la aparición súbita de
Margalo, que Stuart salva de las garras de un malvado halcón, la traición
de Margalo que en realidad es una pájara de cuidado, el camino del héroe
para sacrificarse por su nueva amiga (nada de sexo, por favor, hablamos de
público infantil), la redención de la amiga, la caída del halcón a
manos de
los insaciables amigos gatunos de Snowbell, quien, por cierto, también en
esta peli es... ¡más bueno que el pan!.
Y
ese es el último y quizá el mayor problema de la película: si en la
anterior había una cierta ironía entre la vida idílica y placentera de
los Little, absolutamente fuera de contexto en la ciudad en que viven, y
esa ironía les llevaba a aceptar como un hijo a un ratón… todo ese
juego se ha perdido en la secuela: la vida de los Little está llevada a
extremos de cursilería difícilmente soportables, todo lo ven de color de
rosa y si no, ya cambiarán el cristal con que mirarlo. No hay ironía. No
hay humor. No hay aventura. Todo se reduce a una proclama a favor de la
familia unida que no hay por dónde digerirla. Y para postre, los
personajes que en la primera jugaban un cierto papel de contrapunto (Snowbell
y los otros gatos de barrio: ojo al detalle, todos negros, no de un blanco
impecable como el “bueno” de Snowbell) en ésta han sido reducidos a
meros clichés y, naturalmente, buenos y puros como el que más… Dan
ganas de vomitar ante tanta “belleza”, ante tanto paisaje “idílico”,
ante tanta “felicidad”, ante tanta “cursilería”.
Incluso
en la escena final, ya lejos de cualquier atisbo de seriedad, la película
se permite el lujo de mostrarnos al público asistente al parque esperando
el final de la batalla para aplaudir encantado la reunión de esta familia
ejemplar que son los Little: quienes nunca dicen mentiras, nunca tienen
problemas laborales, nunca se enfadan y, desde luego, nunca follan… así,
no es extraño que en vez de hijos tengan… ratones.
Mr.
Kaplan
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STUART LITTLE 2
Título
Original:
Stuart Little 2
País y Año:
Estados Unidos, 2002
Género:
INFANTIL
Dirección:
Rob Minkoff
Guión:
Bruce Joel Rubin
Producción:
Columbia Pictures Corporation, Franklin/Waterman
Productions, Red Wagon Productions
Fotografía:
Steven B. Poster
Música:
Alan Silvestri
Montaje:
Priscilla Nedd-Friendly
Intérpretes:
Geena Davis, Hugh Laurie, Jonathan Lipnicki,
Michael J. Fox (voz), Melanie Griffith (voz)
Distribuidora:
Columbia-Tristar Pictures
Calificación:
Todos los públicos
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