Battle Royale
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La violencia a debate

¿Una parábola sobre la violencia del estado o una grotesca justificación de violencia gratuita?Los productos audiovisuales cada vez están más y más basados en la violencia. Entre estos destacan los telenoticias, auténticos templos de la pornografía, en donde se pueden encontrar las imágenes más terribles, no sólo por su contenido en si, sino por su crudo realismo (paradójicamente nunca se les culpa de los actos violentos de ciertos miembros de la población, y la responsailidad se suele dirigir hacia los videojuegos o el cine). El resultado, se suele decir, es una sociedad más violenta; pero más bien habría que hablar de una sociedad más insensibilizada ante la violencia. La enorme accesibilidad de los medios y el alto contenido en violencia de estos, hacen que convivamos constantemente con imágenes grotescas de crueldad extrema que a la larga terminan por dejar de impresionarnos, de la misma forma que el saborear una delicia a todas horas provoca que acabemos perdiendo el gusto por ella.

El cine, ciertamente, es uno de los principales servidores de violencia. Pero debemos hacer ante todo una distinción sobre el tipo de violencia que se representa. Dejando al margen los diferentes grados en qué esta se puede mostrar, cabe establecer dos grupos en función de su utilidad: por un lado tenemos aquellos productos que hacen de la violencia –más o menos extrema– un espectáculo desvinculado de cuestiones morales o éticas. Representan la mayoría de la producción, y van dirigidas a un público –mayoritariamente joven– capaz de soportar grandes dosis de violencia y que, de hecho, está ávido de estas. El efecto buscado puede ser el miedo complaciente (sería la característica de películas de terror adolescente tipo Scream –1996–), o directamente la hilaridad (caso de Pulp fiction –1994–). La clave es la banalización de los actos violentos por medio de la forma en que estos son presentados, ya sea a través de su excesividad Beat Takeshi, o sea, el sr. Kitano, es el responsable de una Academia que haría las delicias de los concursantes de "Operación Triunfo"... y de gran parte de los espectadores.inversemblante o del distanciamiento con los personajes acompañado de una cierta complicidad entre el autor y el espectador.

El otro tipo nació paralelamente al incremento de la violencia en el cine, y su objetivo no es otro que el de criticar esta violencia del audiovisual y en general la que se inscribe en la sociedad, y demostrar cómo ambos fenómenos se afectan mutuamente. Películas como La naranja mecánica (A clockwork orange, 1971) o Funny games (1997), por citar dos ejemplos distanciados en el tiempo, han intentado, con más o menos acierto, dar un toque de atención a la población sobre el tipo de productos que consumen y la sociedad que construyen. El tipo de violencia que muestran estas películas quiere ser verdaderamente impactante e incómoda para el espectador. Lejos del placer que proporcionan los filmes anteriormente mencionados, éstas suponen un duro golpe para el público que se siente incomprensiblemente mal a pesar de su segura posición al otro lado de la pantalla.

Pero últimamente ha nacido un tercer grupo que no es sino una perversión de este segundo. Se trata de películas que, con la excusa de querer ser una crítica a la violencia, hacen un uso completamente gratuito de ella con fines espectaculares. Ciertamente la frontera está muy desdibujada y es fácil atravesarla sin proponérselo. No porque sí películas como las de Kubrick o Haneke han sido criticadas por conseguir un efecto contrario al supuestamente deseado, así como tantas otras, víctimas de la heterogénea sensibilidad de sus receptores. De todos modos me atrevo a decir que Battle Royale, la En el fondo de la obra subyace alguna idea de "El señor de las moscas" de Golding... sólo que en la forma lo que se aprecia es la violencia pura y dura.obra que nos ocupa, se enmarca dentro de este grupo, que podríamos considerar como una tomadura de pelo.

Pero vayamos por partes. La historia del filme –en el cual podemos encontrar fáciles reminiscencias de El señor de las moscas de William Golding, El malvado Zaroff (The most dangerous game, 1932) y el concurso de televisión Supervivientes– trata sobre un imaginario Japón en que los índices de violencia han llegado a tal extremo que el gobierno decide tomar medidas drásticas. Su solución consiste en llevar a un grupo de estudiantes –escogidos cada vez por sorteo imparcial– a una isla desierta para que se maten entre ellos hasta que sólo quede uno (que gana el juego y salva la vida). El tono generalmente dramático de la historia tiene un cierto regusto a comedia negra que pretende ironizar con las situaciones para mostrar su estupidez. El absurdo de la violencia que se sucede en los actos de los personajes se ve reforzada por la descontextualización total de los sucesos: nada sabemos de lo que ocurre fuera de la isla, de las reacciones de los padres de los chicos y de la sociedad en general; y, además, el plan del gobierno no parece tener mucho sentido, ya que teniendo en cuenta que los hechos de la isla no llegan a la opinión pública (no se retransmite por televisión, los alumnos de las escuelas no saben a los que se exponen), y que el ganador puede resultar ser el individuo más violento y malvado, ¿cómo se supone que puede servir de escarmiento a la población? Este segundo punto es un nuevo elemento de crítica, y entronca con el discurso de otra película, la ya nombrada La naranja mecánica, Si les gustó el "Gran Hermano" televisivo, no se pierdan la versión "amarilla": aquí nada bajo las sábanas, todo a la vista del público... y muy muy explícito. Pura violencia pornográfica.donde se nos dice que el Estado sólo sabe responder a la violencia con más violencia, creando así un círculo vicioso imposible de romper.

Ciertamente el planteamiento de la película es impactante, reforzado por el tono oscuro que lo preside, alejándose de esta forma de los clásicos productos de "terror teen" americanos (a lo que contribuye la ausencia de elementos eróticos). Tampoco le faltan, como vemos elementos de crítica que podrían constituir un discurso interesante. El problema reside en el tratamiento de la violencia. Lejos de incomodar al espectador haciéndole reflexionar sobre los actos de crueldad gratuitos que contempla, le ofrece una colección de sangre que se derrama como si surgiera de un aspersor, cabezas cortadas y duelos con ametralladoras, que por su excesividad y estilización poco realista se convierten en puro espectáculo de acción. El hecho de que sean jóvenes de quince años quienes realicen semejantes actos brutales no ayuda a endurecer la imágenes, puesto que estos se comportan como verdaderos profesionales del hampa o el espionaje internacional tipo James Bond. Todo ello unido al aspecto de los protagonistas, de reminiscencias manga -como todo en general-, provoca que la atención se desvíe de cualquier discurso crítico y vaya por los más sencillos derroteros del puro espectáculo pornográfico.

Cuando apareció el programa Gran hermano se quiso vender como un experimento sociológico, pero a la postre, y vistos los elementos que conformaban el show se demostró la falacia. En Battle Royale la efectividad de su supuesto ataque contra la violencia es equivalente al resultado que obtendrá el ficticio gobierno japonés de la propia película con sus medidas sin sentido.

Jordi Codó

BATTLE ROYALE

Título Original:
Battle Royale
País y Año:
Japón, 2001
Género:
ACCIÓN
Dirección:
Kinji Fukasaku
Guión:
Kenta Fukasaku
Producción:
Battle Royale Production Committee, Toei
Fotografía:
Katsumi Yanagishima
Música:
Masamichi Amano
Montaje:
Hirohide Abe
Intérpretes:
Takeshi Kitano, Tatsuya Fujiwara, Aki Maeda, Taro Yamamoto, Masanobu Ando
Distribuidora:
Manga Films
Calificación:
No recomendado menores 18 años

 

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