Palabras encadenadas
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Retrato de una obsesión

La película ofrece mucho menos sexo y sangre que la obra original.Ayer, hacia las ocho de la tarde, el sopor adormecía mis nervios, agitados en exceso últimamente, y mis sentidos alcanzaban ese estado de levedad en que las cosas que nos rodean dejan de importarnos lo suficiente como para tomárnoslas en serio.

Una mujer de unos treinta años avanzaba, lentamente; tal vez, como yo, anestesiada por el insufrible calor. Sus pasos cortos y dubitativos la obligaban, finalmente, a detenerse delante de mi portal. Llamó a la puerta, preguntó una dirección, la invité a tomar una limonada y le abrí la cabeza con el trinchador de carne. ¿Qué querían que hiciera? ¿A ustedes les parece bien que te molesten a las ocho de la tarde, en pleno verano, cuando uno no tiene nada mejor que hacer que descansar? Díganme la verdad.

Una vez apartado de mis obligaciones veraniegas, con la inquietud de saber que hasta horas más tarde me sería imposible alcanzar cierto grado de reposo y ante el convencimiento asumido de no retomar ninguna actividad unida a mi trabajo, decidí irme al cine.

Ponían Palabras encadenadas. Me gustó, no vayan a creer lo contrario. Con esos decorados elegantemente sofisticados, sobrios, fríos... ciertamente inquietantes. La historia no estaba mal tampoco, es decir, resultaba, al menos para personas como yo, estimulante: un hombre acude a una comisaría de policía para ser interrogado por la desaparición de su ex–mujer. Paralelamente, a medida que el relato del marido avanzaba, observábamos aquello que ¿en realidad? pasó con su extraviada cónyuge. Así que todo se convierte en una doblez premeditada y continuada. ¿Es Ramón (Darío Grandinetti) un asesino en serie o, simplemente, le está gastando una broma a Laura (Goya Toledo)?

Estamos ante el típico juego del gato y el ratón... aunque uno nunca acaba de tener claro quién es quién.El punto de vista de Ramón, sometido a severo juicio por sus interrogadores, va mudando incesantemente hasta conformar una suerte de crimen perfecto que, miren por dónde, a aquellos que llevamos a la práctica la filosofía DeQuinceyiana nos acaba resultando un tanto inconsistente. Un gato y un ratón metamórficos que, sólo al final, descubrirán su verdadera identidad.

Pero ¿qué es lo que realmente importa? Seamos más claros: ¿ustedes qué prefieren? ¿que yo les siga hablando de si a esta película la mató su falta de decisión o sobre qué hice con el cadáver de aquella transeúnte un tanto despistada que fue a toparse con mi portal en una infernal (al menos para ella) tarde de verano? ¿Prefieren ver los juegos que ponen de relieve la viciada relación (metonimia retorcida) matrimonial entre Ramón y Laura, el análisis de los motivos que pueden llegar a convertir la convivencia en el paso previo al asesinato; o, por el contrario, les interesa todo el romo interrogatorio (encargado de fracturar la atmósfera malsana del sótano, y de diluir toda la intensidad que pudiera existir), que, al fin y al cabo, tan sólo pretende resolver, en un divertimento pueril, la desaparición de Laura? Díganme, ¿les interesa más el quién que el porqué? (aún sabiendo que van unidos, acallar las intenciones desvirtúa el conjunto).

Así pues, la cosa se queda en mitad de la nada: es un thriller conformado con empaque, más efectista (interrogatorio) que efectivo (sótano), con una factura técnica irreprochable y no exento de buenos detalles latentes (los trapos sucios se airean en el interior y en el exterior se construye una versión light de los hechos,...); pero carente de la necesaria voluntad de análisis de los problemas que vertebran la génesis del relato: las complicadas y conflictivas relaciones de pareja.

Eso sí, cuenta con un gran actor: Darío Grandinetti.Todo esto, lógicamente, lo escribí sobre las doce, a la vuelta del cine; ya les dije que no pensaba volcarme en mi trabajo hasta pasadas unas horas, cuando las altas temperaturas abandonaran las cumbres de los termómetros. También eché en falta un poco de violencia, incluso, por qué no decirlo, de sexo (que, al parecer, en la obra de teatro original de Jordi Galcerán estaban presentes). Ustedes, después de lo que les he contado, admitirán sin contemplaciones que quien les habla es una mente enferma, invadida por algún brote psicótico, o tal vez víctima de una infancia espeluznante, trufada de maltratos y vejaciones que traspasan el umbral actual de violencia permitida (me refiero a las madres que obligan a sus hijos a ver a los Teletubbies). Pero en realidad, como Ramón, jamás alguien pudo tener una infancia como la mía, ni estuvo tan sano como yo; tal vez mis motivos para el asesinato encuentren sus razones en otros ámbitos.

La mujer que duerme eternamente en el congelador de mi sótano debe su muerte a otras razones, oscuras si se quiere, pero tan válidas como cualquier otra. ¿Conocen ustedes a alguien que mate por trabajo? Es decir, no a un asesino a sueldo, sino a alguien que se convierta en verdugo por su trabajo. ¿No conocen a nadie? Bueno, pues aquí me tienen.

Sectores ajenos al uso de un buen puñado de libertades, acusan al cine de instituirse como elemento perturbador de mentes propicias al consumo de productos audiovisuales. Ponen el grito en el cielo ante la violencia televisiva, musical, cinematográfica, etc. Y en parte, mal que me pese, he de darles la razón, pues en tan estrafalaria idea se encuentran los fundamentos que me llevaron, hace unas horas, a asesinar a la mujer que yace entre mis helados favoritos.

Y pese a sus carencias es capaz de sugerir... incluso un asesinato en una tarde estival a este pacífico cronista.El cine es, per se, un invento del demonio: un elemento corruptor de cualquier cerebro que se presuma bien amueblado y que pueda ser agredido, retina mediante, por cualquier película de medio pelo. Y aquí entro en contradicción con aquella teoría anterior, pues si uno fue por el cine obligado a exterminar vidas, no fue por el cine violento, no; fue por una cosa llamada Como Dios.

El mal cine, como la ignorancia, mata. En realidad, todo lo que les he podido contar no han podido ser más que patrañas, pero les advierto: no tienten a la suerte, convertirse en asesino en serie cada vez cuesta menos (o más, según aumente el precio de las entradas).

Por cierto, un último apunte, no dije nada de los actores, porque en realidad todo lo que hay que decir de Grandinetti lo encierra su apellido, y la corrección de Goya Toledo sólo puede ser arrollada por el talento de su partenaire, verdadera piedra roseta de esta irregular película. ¿Verdad que no resulta extraño que sea mi personaje favorito?

Enric Albero

PALABRAS ENCADENADAS

Título Original: Palabras encadenadas
País y año: España
, 2003
Género: Thriller
Dirección: Laura Mañá.

Intérpretes: Darío Grandinetti. Goya Toledo. Fernando Guillén.

Guión: Fernando de Felipe. Laura Mañá.

Producción: Julio Fernández.

Montaje: Luis De La Madrid.

Distribuidora: Filmax

Calificación: No recomendado menores de 13 años.

 

 

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