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| GEORGE SIDNEY Y EL CINE MUSICALPor José Luis
Martínez Montalbán
Efectivamente, un repaso a la filmografía de Sidney, que abarca, en cuanto a largometrajes, desde 1941 hasta 1967, nos ofrece 30 películas, de las que 17 son musicales. Es decir, un buen porcentaje de su obra está dedicado a este género, en cuanto a cantidad. Pero igualmente, en cuanto a calidad, las cifras son apabullantes, pues de esos 17 títulos, no menos de una decena de ellos se pueden considerar aptos para entrar en la más selecta antología del cine musical. Son películas que han supervivido al paso del tiempo, demostrando con ello su valía, como nos lo demuestran los ocasionales pases televisivos de muchas de ellas. Levando anclas (1945), Las follies de Ziegfeld (1946), La reina del oeste (1950), Magnolia (1951), Bésame, Kate (1953), Pal Joey (1957) o Un beso para Birdie (1963), nos rememoran los mágicos momentos del musical de los cuarenta y cincuenta, cumbre no superada del glamour, de la armonía y de la belleza. George Sidney es un realizador que ha tenido que competir con nombres del calado de Vincente Minnelli, Stanley Donen o Gene Kelly, pero en la comparación no sale mal parado, a pesar de la trascendencia que esos nombres han tenido en el devenir del género.
Se ha dicho, en diversas ocasiones, que el género musical imponía unas severas cortapisas a los realizadores que accedían a él, y que muy pocos directores fueron capaces de saltarse sus límites y hacerlo avanzar. En el caso de George Sidney ese paso se dio en algunas películas, aunque en muchas otras ocasiones no fue así. Ejemplos de esas ocasiones se pueden rastrear en diversas películas de su filmografía, tales como Levando anclas, cuyo planteamiento era el de la tópica comedia de marineros de la Navy, en donde Sidney nos obsequia con un número de baile entre Gene Kelly y Tom y Jerry, algo insólito entonces en el cine del género musical; o Magnolia, tercera adaptación al cine de la comedia musical de Jerome Kern y Oscar Hammerstein II, con una Ava Gardner, doblada en las canciones por Annette Warren, que eleva la temperatura emocional del film; o Un beso para Birdie, que significó el lanzamiento de la cantante y bailarina Ann Margret. Y eso sin tener en cuenta otros pequeños detalles, como, por ejemplo, el episodio “When Televisión Comes”, desternillante parodia protagonizada por Red Skelton, incluida en la extraordinaria película Las follies de Ziegfeld.
En general, Sidney no ha sido un director que haya tenido buena acogida entre los estudiosos del cine. Como ejemplo puede valer la cruel reseña que Andrew Sarris le dedica en su libro “The American Cinema”, para darse cuenta del tratamiento que, en la mayor parte de los casos, se le ha dado a su obra. Incluso en monografías dedicadas al estudio del musical, como puede ser “The Hollywood Musical” de John Russell Taylor y Arthur Jackson, no se muestra demasiado apego por sus películas. Y sin embargo, con sus lógicos altibajos, no hay un solo musical de Sidney que no contenga, al menos algún numero, cantable o bailable, digno de mención. Y si nos ceñimos a sus obras principales, estas alcanzan las más altas cotas de calidad. Un aspecto que, quizá, haya perjudicado a Sidney en el juicio que ha merecido a la crítica, es que algunos de sus primeros musicales, tales como Escuela de sirenas o Levando anclas, fueron unos impresionantes éxitos de público. Sin embargo, no parece que le hayan proporcionado mayor aceptación entre los estudiosos el hecho de tener que pechar con situaciones ingratas, como el poner en imágenes un guión descompensado (hablamos de Bésame, Kate), con un excesivo paralelismo entre las acciones teatrales y las reales, o con un planteamiento dudoso de producción (cual es el de Pal Joey), cuyas dos protagonistas, Rita Hayworth y Kim Novak, no eran cantantes... y llevarlas a buen puerto.
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