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GEORGE SIDNEY

Por Elisa Mª Martínez 

Con Tommy Steele en el rodaje de su última película: "La mitad de seis peniques".El ciclo que este año dedica Cinema Jove a George Sidney es una buena excusa para revisar, aunque sea brevemente, la figura de este realizador norteamericano, injustamente considerado como un simple artesano al servicio de los grandes estudios.

George Sidney nació en Long Island (New York) en 1916. Su madre estaba en el mundo del espectáculo desde los cinco años, su padre era un conocido productor de Broadway (finalmente sería vice-presidente de la MGM), un tío suyo (del mismo nombre) era comediante y escribía sus propios espectáculos (posteriormente haría cine), otro tío también era comediante... Como dijo el propio Sidney: ¡Dios sabe cómo hubieran salido las cosas si hubiésemos sido médicos o abogados o ladrones o lo que sea!

Con estos antecedentes no es extraño descubrir que de niño trabajó en el circo, el carnaval, el vaudeville, la radio y en películas mudas, incluyendo una de Tom Mix. Alrededor de los años 30, fue contratado como mensajero para la MGM. Poco después, se encargaría de dirigir pruebas y desempeñaría las tareas de director de la segunda unidad.

Al formar parte del equipo de Arthur Freed, mostró un especial talento para la comedia musical. De hecho, su formación musical (tocaba cuatro instrumentos e incluso había dirigido a otros músicos) es la clave a la hora de interpretar su obra: la música es la esencia de sus películas, las ordena, las estructura, les imprime una vitalidad y un ritmo que de otra forma sería impensable.

Dentro la extensa filmografía de George Sidney compuesta por más de 50 largometrajes y 100 cortos, podemos destacar: Free and Easy (1941), Thousand Cheers (1943), Bathing Beauty (1944, Escuela de sirenas), Anchors Aweigh (1945, Levando anclas), The Harvey Girls (1946), The Three Musketeers (1948, Los tres mosqueteros), Annie Get Your Gun (1950, La reina del Oeste), Showboat (1951, Magnolia), Scaramouche (1952, Scaramouche), Kiss Me Kate (1955), Pal Joey (1957), Bye Bye Birdie (1963, Un beso para Birdie), Viva Las Vegas (1964, Cita en Las Vegas). Como realizador de cortometrajes, recibió dos Oscar (1940, Quicker’n a Wink; 1941, Of Pups and Puzzles).

La voz de Sinatra, el cuerpo de Rita Hayworth y otro cuerpo, ¡el de Kim Novak!, hicieron de "Pal Joey" un musical único en su género.El musical

Después de los años de la Depresión y la posguerra, la sociedad americana ansiaba el escapismo que la comedia musical, mejor que cualquier otro género sería capaz de ofrecerles. Su maleabilidad le permitiría transportar al espectador hacia todo tipo de mundos, más o menos exóticos, aderezados con una cierta complacencia erótica: una fórmula básica que aseguraba el éxito de taquilla. 

Si bien todos los estudios principales producían musicales y tenían bajo contrato a algún cantante o bailarín, sería la MGM quien pronto se convertiría en líder indiscutible del fastuoso espectáculo musical con sello propio. En la década siguiente a las primeras películas sonoras, el sonido como poderoso elemento expresivo se había degradado para convertirse en una herramienta más al servicio de la desmesurada producción de clichés comerciales por parte de la industria cinematográfica. Pero, en los años cuarenta, tras la búsqueda de todo tipo de fórmulas que pudiesen tener éxito entre un público deseoso de novedades (parejas de cantantes; parejas de bailarines; composiciones caleidoscópicas, con o sin nadadora incorporada; actuaciones de big band, quizás con excusa biográfica...), en la MGM se alcanzó una gran especialización en los productos del equipo de Arthur Freed quien tenía a su servicio los mayores talentos tanto de técnicos como de artistas de la época.  

Los musicales de la MGM se oponían al estatismo tradicional donde los números musicales irrumpían con más o menos acierto en el relato, paralizándolo para que la estrella de turno pudiese dedicarse simplemente a lucir su talento. En este sentido, la MGM proponía un auténtico impulso vital, buscando una progresión narrativa de la película en su totalidad y no solamente restringido al número musical. Esta filosofía rompedora encontraría sus mejores exponentes en Vincente Minelli, el tándem Gene Kelly-Stanley Donen o George Sidney, quienes supieron conjugar los principales elementos visuales (el color, el movimiento y el espacio) con tanta destreza.

Este dinamismo sería fundamental a la hora de permitir la experimentación dentro del lenguaje fílmico correspondiente a un género que siempre se ha encontrado sujeto a estrictas exigencias comerciales. Con harta frecuencia, las comedias musicales se basaban en los éxitos de Broadway pero Sidney supo adaptarlos, mejor dicho, reinterpretarlos, mediante una expresión claramente cinematográfica, que poco debía al escenario salvo en lo que a espectacular se refiere.

Ejemplo de su trabajo para la Metro es este vehículo para el lucimiento de Esther Williams: "Escuela de sirenas".La danza ya no se limitaba a reflejar un estado de ánimo sino que podía mostrar el itinerario vital de un personaje. Mediante el baile se pueden explorar tanto espacios psíquicos como físicos, lo que lleva a un aprovechamiento óptimo de cualquier escenario y crea una sensación de tridimensionalidad más allá de la ensoñación, con la ayuda de una cámara ya capaz de movimientos tan ágiles como los de cualquier bailarín.

Y, todo esto en ¡glorioso Technicolor! Pues no menos importante es la nada arbitraria utilización del color en el musical, con fines claramente expresivos: para que los sueños alcancen el delirio. En la filmografía de Sidney destacan paletas de colores siempre vibrantes, utilizados con audacia para resaltar el tema de la película. Así, una escena de Showboat con Ava Gardner sentada sobre una barandilla sobre un fondo acuático se resuelve según el pintor impresionista Monet; Annie Get Your Gun tiene colores circenses dada su ambientación, y Viva Las Vegas está inundada de los colores chillones de las luces de  esa ciudad.

Sin embargo, encontramos el verdadero sentido musical de Sidney y su auténtica maestría en dos obras que, en principio, sobre el papel, parecen la antítesis del género de la comedia musical. De hecho, no tienen números musicales, estrictamente hablando, pero sí están impregnadas del espíritu de la música. The Three Musketeers y Scaramouche son dos aventuras de excelente factura cuyos protagonistas parecen bailarines salidos de una gran escuela de baile en vez de los personajes imaginados por Dumas y Sabatini. En la primera, destacan los duelos, las peleas y los asaltos, que gracias al protagonista (Gene Kelly) y  a la pericia del director, son concebidos como una serie de ballets irónicos.

En Scaramouche todo el relato está planteado en función del gran duelo final. Los demás duelos van in crescendo de forma que crean muchas expectativas acerca de esta emocionante secuencia que marca el final del aprendizaje del personaje de André Morel/Scaramouche (Stewart Granger). Todos los duelos son fruto de una elaborada coreografía, como si de un baile se tratara. Tienen una estructura musical y sustituyen así los más convencionales números  cantados y/o bailados que asociamos con el género. Incluso el tintineo de las espadas tiene un inequívoco referente musical. Por su parte, los diálogos están muy pensados; contienen la información necesaria, de manera concentrada, pero nunca resulta pesada; es transmitida con la misma alegría, ligereza y colorido del resto de la película y que esperaríamos de un bailarín.

A Sidney le encantaba usar una paleta de colores amplia: como ejemplo, los colores chillones de la ciudad asociados a "Viva Las Vegas".El duelo final tiene lugar en un teatro. De hecho esta escena nos muestra este espacio arquitectónico tan peculiar de una forma a la vez didáctica y dinámica. El movimiento y la energía que caracterizan esta escena la llenan de vitalidad y hacen que se contraponga a los antiguos backstage musicals (musicales entre bastidores) que utilizaban la excusa del escenario para, a duras penas, justificar la inserción del número musical en el relato.

Queda patente también el saber hacer narrativo de Sidney en la resolución de las cabalgadas, de las cuales, la primera con la que comienza la película resulta especialmente impresionante por su ritmo trepidante y la claridad con la que se exponen los hechos. La armonía que consigue el director en la combinación de planos fijos con planos de movimiento es una declaración de principios: una auténtica preocupación por la expresión óptima mediante el lenguaje cinematográfico.

Los característicos colores fuertes y alegres que asociamos a los musicales o a las películas de aventuras de la MGM cobran innegable protagonismo en este relato, y de manera especial, en el vestuario, donde tonos brillantes de morado, verde, amarillo y los deslumbrantes juegos bipolares entre el blanco y negro recrean, mediante la viveza del Technicolor, las imágenes-imaginadas de la novela de Sabatini. Posteriormente, numerosas películas de aventuras, en su búsqueda de un mayor realismo, con imprudencia y demasiada precipitación, han sacrificado este elemento mágico tan necesario a la hora de crear un mundo lleno de fantasía, donde cualquier cosa puede suceder...

Epílogo

George Sidney, considerado por un sector de la crítica como un realizador carente de genio, demostró, sin embargo, una clara comprensión del espectáculo cinematográfico. Esto es algo patente en películas como The Three Musketeers y Scaramouche, dos ejemplos de la magnífica fusión entre relato de aventuras, comedia y musical.


 

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