Una
buena idea, algo que no me cansaré de decir, no supone una buena película.
Lecchi cree que si. De esa forma su película quiere ser un
“importante” repaso a la realidad de un país a través de una
frustrada (como la historia del país) historia de amor. Los sucesos que
pasan, cercan, confluyen la vida de los personajes principales (ella y él
sobre todo) forman parte de la serie de acechanzas, realidades y (falsas)
esperanzas de una sociedad caótica hacia... una (llamémosla así, ¿por
qué no?) globalización. ¿Cuál es el problema? La presencia de unos
hechos tan “metafóricos” que terminan anulando la lógica de la
historia. Demasiadas casualidades, demasiado sentido cíclico (los
personajes se encuentran –naturalmente por azar- cada siete años) y
mucho diálogo explicativo. Poca cosa, en definitiva, volcándose la
historia hacía un desaforado sentido folletinesco. Lastima. Alguien puede
pensar que todo esto es importante. Y lo es sobre el papel pero no en la
pantalla, donde algunas de las situaciones resultan, cuando no forzadas e
incompresibles, risibles.
El filme de Lecchi
no es, por otra parte, tan novedoso como parece serlo Su sentido de trazar
la historia de un país por medio de una historia de amor (con imágenes
de noticieros que plantean los hechos más relevantes en los años que van
de una parte a otra de la historia) ya estaba en algún otro título
anterior. Pienso concretamente en Tal
como eramos de Pollack. Allí
también la pareja estaba compuesta por dos seres antagónicos: ella, un
ser (como en la película norteamericana) concienciado y él un ser (ídem)
adaptado al sistema. Incluso en el hoy existe una obra española con
cierta semejanza temática social-amorosa-metafórica a esta –y para mi
mucho más lograda-, Aunque tú no
lo sepas.
Lecchi ha
realizado varias películas, todas ellas de contenido importante pero de
resultados cinematográficos bastante discutibles (El dedo en la llaga, Operación Fangio...). Procedía del campo de
la escritura cinematográfica. Había sido, por ejemplo, guionista de la
excelente Un lugar en el mundo
de Aristarain. Como realizador, pues, no ha conseguido superar la calidad
de su escritura. Es el caso de estas simbólicas (no me cansaré de
emplear la palabra) nueces. Literatura al servicio de la idea, no de unos
personajes. Los que buscan “ideas” y literatura saldrán muy
complacidos, los que se interesen por el cine, no tanto. Ariadna Gil está
bien, muy bien. Hay una buena idea cinematográfica: decolorar la imagen
de principio a fin. Se trata de “ir” blanqueando (oscureciendo o quizás
aclarando) las esperanzas e ilusiones. Los sueños de ayer convertidos en
crudas-negras realidades. La desesperanza de unos sueños fracasados
abocados hacia el dolor, la soledad, la derrota... se transforman al final
por la fuerza del amor emergido de la locura. Ilusorio final que pone la
guinda colorista (la pantalla se inunda otra vez de color) ante la marcha
del tren (¿el perdido? ¿ganado para el mañana?) conducido por los dos
alocados amantes (perdedores de trenes sin fin) hacia... Final falso teñido
de colorines al estilo de una novela rosa de tres al cuarto. Eso si, los
soñadores en ilusiones falsas, los que creen que se puede recuperar lo
perdido, se sentirán entusiasmados. Saldrán del cine soñando creyendo
que aun se puede salvar el mundo de sus demonios y cantando (los
recuperados) amores o deseos incumplidos.
Una
historia demasiado compleja para una realización tan primaría, tan de
andar por casa. Un quiero pero no puedo, que al menos cuenta con unas
(nobles) ideas dignas de mejor exposición. Lecchi es un buen escritor que
sigue sin mostrar su calidad como realizador. Esperamos que lo consiga a
la mejor brevedad posible.
Mister
Arkadin
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Nueces para el
amor
Nacionalidad:
Argentina-España, 2000.
Dirección: Alberto
Lecchi.
Argumento y guión: Daniel
Romanach, Daniel García Molt y Alberto Lecchi.
Intérpretes:
Ariad(a Gil, Gaston Pauls, Nicolas Pauls, Malena Solda
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