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Memento
es un experimento sorprendente y arriesgado que somete al espectador a la
dictadura de un punto de vista impuesto por su guionista y director
Chistopher Nolan. Es algo parecido a ese tipo de obras que emergen de vez
en cuando en el panorama cinematográfico en las que hay una apuesta
radical por un estilo o estructura y que podemos ver ejemplificadas en dos
películas, ya lejanas en el tiempo, como son La
mujer del lago (1947) de Robert Montgomery, filmada desde el punto de
vista del protagonista mediante la imposición de la cámara subjetiva
durante toda la narración; o La
cuerda (1948) de Hitchcock construida en torno a un plano-secuencia
(en realidad, ocho planos-secuencia para todo el film).
Memento parte de una premisa muy
clara desde el principio: la memoria y los recuerdos son algo intangible
que en el ser humano pueden ser manipulables, bien por su propia voluntad
, bien por efectos externos (una enfermedad, en este caso). Es por ello
que la primera secuencia en la que el personaje de Leonard (Guy Pearce)
realiza una foto con una Polaroid, símbolo habitual de lo que significa
captar la realidad en un momento determinado, y esta foto se va borrando
poco a poco en un proceso inverso al natural (en lugar de aparecer la
imagen, se diluye hasta desaparecer), Nolan ya nos está indicando
precisamente que la memoria y los recuerdos no tienen que coincidir con la
realidad (sentando las reglas de por donde va a conducir la historia).
A partir de esta
secuencia inicial el espectador va reconstruyendo (o cree hacerlo), a la
vez que el protagonista, los diferentes pasos del proceso mediante dos líneas
narrativas, color y blanco y negro, que se encuentran hacia el final (o
principio) de la película. En esta narración es la alteración de la línea
temporal de los flash-backs la
que rompe su sentido clásico pues, en lugar de aportar información para
ratificar un hecho, sirve para variar continuamente la opinión que
tenemos de los personajes y las situaciones; de tal forma que el
espectador debe participar en el
juego y la estructura impregna
el tema hasta convertirse en una
sola cosa.
Y es precisamente
esta mimesis entre estructura y tema la que hace que el film adquiera
brillantez pero, a la vez, engendra un lastre que se hace presente una vez
finalizada la película y que se materializa en la duda de si esta obra
tiene vida más allá de la proyección. Esta duda que plantea Memento
es la misma que transmiten, salvando las distancias estilísticas y temáticas,
los dos ejemplos de los que hemos hablado con anterioridad. Es decir,
cuando pensamos en un buen ejemplo de lo que supone captar una mirada
subjetiva de un personaje, ¿nos acordamos del experimento, La
dama del lago, o lo que nos viene a la memoria es la primera parte de Vertigo,
donde el uso de la cámara subjetiva nos mete en la piel (y en el
pensamiento) del personaje de James Stewart?
Memento
es una película que se ve muy bien porqué la estructura matemática de
esos flash-backs termina
proporcionando soporte al metraje, el problema es que también ahoga los
diferentes temas (la falsedad de las personas, la verdad y la mentira, la
arbitrariedad de las situaciones) que sobrevuelan por todo el film pero no
terminan de despegar precisamente por esa estructura. Luis
Tormo
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Memento
EE.UU.
2000.
Director:
Christopher Nolan.
Guión:
Christopher Nolan y Jonathan Nolan.
Intérpretes:
Guy Pearce (Leonard Shelby), Carrie-Anne Moss (Natalie), Joe Pantoliano (Teddy).
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