La
nueva película de Adolfo Aristarain hace foco en las penurias y
decepciones de su generación. Narrada con oficio y en carne viva, es sin
embargo un retroceso en la carrera de uno de los directores más valiosos
de la Argentina.
El
estreno de Lugares comunes es una buena oportunidad de
reencontrarse con un director que debutó hace casi veinticinco años con La
parte del león (1978) y que su última película, Martín (Hache),
se había exhibido allá por 1997.
Ciertamente
Adolfo Aristarain pudo sostener con talento una carrera bastante por
encima del resto de sus colegas nacionales –se me ocurre equiparable
solo con Leonardo Favio–, pero el primer problema que afronta la película
–y su realizador– es que el mundo cambió; la probada solvencia como
narrador vuelca al combinarse con un tono alarmantemente declamativo, un
traspié inexplicable para un admirador confeso del cine clásico
americano, que evitó desde siempre este defecto crónico (de otros
tantos) del viejo cine argentino.
A
Fernando (Federico Luppi) lo jubilan de oficio en su trabajo como profesor
y junto a Liliana (Mercedes Sampietro) emprenden una nueva actividad en
una chacra de la provincia Córdoba, en el interior del país. La crisis,
que la clase media siente como terminal, irrumpe entonces en este
matrimonio a las puertas de la vejez y sin medios para subsistir.
Entonces, no queda mas remedio que vender el departamento a través de la
mítica empresa “Tulsaco” (presente en toda la filmografía del
director) e iniciar el exilio económico. Pero atención, que quede claro
que el progresista Fernando huye para adelante, inicia una actividad que
no lo convence, se aleja de su micromundo solo para "sostener"
anímicamente a su mujer, pobrecita ella.
La
necesidad de mostrar a una pareja mayor, enfrentándose repentinamente a
los problemas de la subsistencia, lo hace alejar de una posible y
maravillosa historia de amor en la madurez.
Personaje
jodido y contradictorio este Fernando, que se niega a aceptar la topadora
de la crisis que lo aplasta y camufla su amargura en el sacrificio que
hace por la tranquilidad de Liliana; en el camino derramará su hosquedad,
disfrazada de lucidez comprometida, con frases como "...el futuro
existe, se compra con dinero" o "Podés venderte, pero no
entregarte" recriminándole injustamente a su hijo su desarraigo.
Fernando señala, pero en su lucidez se sabe obsoleto, carga sus actitudes
con simbolismos que dan pena –al campo lo bautiza “1789”(¿?)–
quiere decir tanto que sólo discursea.
Pero
al hablar de una manera de hacer cine anquilosada, surge la necesidad de
contextualizar el presente de una cinematografía sorprendentemente vital
a pesar del permanente ahogo económico y social al que parece condenada
la Argentina. Repasemos: El Bonaerense (Pablo Trapero), Un oso
rojo (Israel Adrian Caetano) son apenas dos ejemplos de filmes
dirigidos por directores de poco más de treinta años que están marcando
el camino en la renovación del cine por estos lares; una segunda línea
en donde podemos encontrar películas como Caja negra (Luis Ortega)
y ¿Sabés nadar? (Diego Kaplan) que intentan, desde miradas más
experimentales, explorar caminos diferentes. Por último, directores de
cerca de cincuenta años, como Carlos Sorín y Marcelo Piñeyro, que con
sus películas Historias mínimas y Kamchatka logran casi unánimemente
la adhesión de el público y la critica.
Este
brevísimo repaso de la situación con foco en las edades de los
realizadores tiene su razón de ser en que Adolfo Aristarain no supo, no
pudo o simplemente no quiso adaptar su corpus temático y narrativo a los
nuevos tiempos. Una mirada cansada y discursiva de una escalera en bajada
que comenzó con Un lugar en el mundo (1991), Martín (Hache)
de 1997 y que supone un último escalón con Lugares comunes.
Por
todo esto se podría concluir que la película no presenta ningún
atractivo, sin embargo y curiosamente, Aristarain hace que esta pareja y
principalmente Fernando, lleguen casi sin mediación a los sentimientos;
la decepción y la devastación del universo que muestra el relato
provocan ternura y comprensión por estos personajes obligados a empezar
de nuevo, pero aunque la forma hace rato que no se separa del contenido,
lo que conmueve es la historia y no la mirada.
Lugares
comunes no tiene nada que ver con el nuevo cine argentino, casi como
un director único en el panorama nacional, Aristarain navega entre aguas,
pero con una peligrosa tendencia al herrumbre. Que sea solo un traspié.
Hugo
F. Sánchez (corresponsal en Argentina)
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LUGARES
COMUNES
Título Original:
Lugares comunes
País y Año:
Argentina/España,
2002
Género: DRAMA
Dirección:
Adolfo Aristarain
Guión:
Adolfo Aristarain
y Kathy Saavedra sobre la base de la novela homónima de Lorenzo F.
Aristarain
Producción:
Adolfo Aristarain
y Gerardo Herrero y Javier López Blanco.
Fotografía:
Porfirio Enríquez.
Intérpretes:
Federico Luppi,
Mercedes Sampietro, Arturo Puig, Carlos Santamaría, Valentina Bassi.
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