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Tom
Clancy es uno de esos novelistas fabricantes de best-sellers que
cada año acude puntualmente a las estanterías de todo el mundo. Lo suyo
son los techno-thrillers, tramas de acción y suspense rodeadas de
abundante cacharrería de última tecnología que, a decir de sus
exegetas, han llegado a impresionar a la misma CIA por su capacidad de
acercarse a la realidad, o incluso predecir acontecimientos que podrían
darse... como el ataque a edificios emblemáticos de los Estados Unidos
con aviones secuestrados, algo que aparecía en su obra “Deuda de
honor” años antes del fatídico 11 de septiembre.
De
todos los personajes y tramas creadas por Clancy, una ha triunfado en la
televisión (OP Center, distribuida en nuestro país en vídeo y
como mini-serie) y otro ya es de hecho una exitosa franquicia cinematográfica
(el analista de la CIA Jack Ryan, que ha aparecido en cuatro
largometrajes: La caza del Octubre Rojo, Juego de patriotas,
Peligro inminente y, ahora, Pánico nuclear).
Con
estos antecedentes parece claro que poco se podía esperar de esta cuarta
entrega de las aventuras de Jack Ryan, más si tenemos en cuenta que ni
contaba con un director de carisma (como John McTiernan, que hizo de La
caza del Octubre Rojo un excelente filme de aventuras), ni con el intérprete
que había dado el vuelco comercial a la saga (Harrison Ford, que se
desentendió de este nuevo proyecto cuando ya estaba en marcha, por lo que
hubo que cambiar muchos elementos del guión: ya no sería director de la
CIA, ni viejo, ni borracho... sino un joven recién llegado). Por eso
resulta más sorprendente el estimable espectáculo que nos propone Pánico
nuclear, que es, sin duda, la mejor película de suspense y acción
norteamericana estrenada este año... y eso que cuenta en su reparto con
Ben Affleck (probablemente el héroe más anodino de la historia del
cine), afortunadamente compensado con la presencia del cada vez más
imprescindible Morgan Freeman (un actor que con su sola presencia aporta
carisma a títulos de escasa envergadura:
véase si no la floja Toda la verdad de Carl Franklin, cuya crítica
también aparece en este número).
Estamos
ante una película “de verano”, que no debe tomarse demasiado en
serio, y un proyecto “de productor”, ya que Mace Neufeld es el “alma
mater” del Jack Ryan cinematográfico: ha producido las cuatro entregas
y tiene los derechos del personaje, por lo que no es difícil aventurar un
competidor para James Bond, más si tenemos en cuenta que al rejuvenecer
el personaje con la interpretación de Ben Affleck, se está abriendo la
puerta a futuras entregas con el mismo actor.
Pero
también estamos ante una película que cuenta con “un director” y
digo esto porque se nota la mano de Phil Alden Robinson, un personaje
curioso que pasó de guionista a
director nominado al oscar (Campo de sueños, 1989), luego dirigió
un curioso techno-thriller (Sneakers: los fisgones, 1992) y
desde entonces no había vuelto a dirigir hasta Pánico nuclear. Y
la mano de un director se nota cuando trata al público como personas
adultas, como seres inteligentes (si quieren ver un ejemplo de lo
contrario echen un vistazo a Dragonfly: la sombra de la libélula,
en la que Tom Shadyac se dedica a pasear la cámara sin tener idea de lo
que realmente quiere contar... o a las anteriores aventuras de Ryan,
dirigidas –es un decir– por Phillip Noyce, otro que se limita a
colocar la cámara ante los actores y dejar que reciten el diálogo).
Muchos detalles confirman este respeto hacia el espectador.
Para
empezar, la película huye de la tópica escena inicial espectacular al
uso (marca de fábrica de un productor como Joel Silver), aquí asistimos
a la presentación de una bomba nuclear que desaparecerá en 1973, tas ser
abatido el avión que la transportaba. Una secuencia que cobra especial
relevancia por el carácter casi místico que la música y los coros de
Jerry Goldsmith confieren a todo el conjunto. Por cierto, sólo este
inicio sirve para confirmar que Goldsmith sigue en plena forma, su manera
de enlazar escenas y servir de puente con apenas unas cuantas notas al
constante cambio de escenario en el resto de la película debería haber
palidecer a imitadores como James Horner, que atiborran
sus películas de notas musicales sin que éstas aporten elegancia ni
distinción alguna, sólo llegar metraje sonoro.
Para
continuar, hay un continuo montaje en paralelo de distintas acciones, que
transcurren tanto en países árabes, como en Rusia, el Pentágono,
Baltimore, la CIA... En sus primeras presentaciones (siempre a vista de
satélite, quizá para recordarnos que todos somos espiados en todo
momento) se nos dan datos de la ubicación. Sucesivamente las acotaciones
desaparecen: el espectador ya tiene los datos, que los recuerde y los
aporte en cada momento. También se le pide al espectador su colaboración
en el desarrollo de los diálogos: buscando la credibilidad, cada
personaje habla en su idioma, por lo que son continuos los subtítulos
para traducir lo que hablan los rusos o los árabes... algo que difícilmente
se encuentra en otras películas “comerciales” donde todo se nos da
debidamente traducido, para hacerlo más cómodo al público.
Tampoco
Pánico nuclear finaliza con la típica escena espectacular, con la
pelea del “héroe” y el malvado de turno. Nada de eso. Tras un clímax
brillante, basado sólo en el suspense, la película se cierra con lo que
parece un homenaje a la saga de El padrino, ya que a ritmo de ópera
vamos viendo la eliminación de los distintos conspiradores neonazis que
han participado en la ingeniosa trama, porque hasta en esto es original la
película: nada de un sosías de villano a lo James Bond que busca dominar
el mundo acabando con todos, la tesis de Alan Bates (un villano pulcro,
educado, pero con un acento alemán que delata sus malas intenciones) y
sus socios es que es mucho más fácil: buscar
que Rusia y Estados Unidos se peleen entre ellos... y luego dominar el
mundo, claro.
De
hecho, la única escena espectacular (la explosión de la bomba nuclear en
el estadio de Baltimore donde se celebra la final de fútbol americano...
con asistencia del propio presidente de los EEUU) ni siquiera nos es
mostrada directamente, sino de forma oblicua: la onda expansiva, un helicóptero
que cae, la limusina del presidente volcada, la luz blanquecina que lo
invade todo, la casi ausencia de sonidos mientras vemos a los
supervivientes... Una serie de detalles que sugieren en vez de mostrar...
y esto resulta mucho más impactante que ver cuerpos volatilizados por una
explosión nuclear.
Si
a todo ello añadimos un montaje impecable, que va creando un crescendo
sin necesidad de acumular muertos por doquier, un elegante uso de la
pantalla en scope, la habilidad de Goldsmith para ayudar a enlazar
el complejo puzzle, la elegancia de Phil Alden Robinson para sugerir sin
mostrar y, en general, la solidez con que funciona todo el conjunto, no
podemos por menos que recomendar este producto comercial bien hecho,
perfectamente engrasado y que funciona a la perfección.
Sabín
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PÁNICO NUCLEAR
Título
Original:
The Sum of All Fears
País y Año:
EE.UU, 2002
Género:
ACCIÓN
Dirección:
Phil Alden Robinson
Guión:
Paul Attanasio, Daniel Pyne
Producción:
Paramount Pictures
Fotografía:
John Lindley
Música:
Jerry Goldsmith
Montaje:
Neil Travis
Intérpretes:
Ben Aflleck, Morgan Freeman, James Cromwell,
Bridget Moynahan, Alan Bates, Liev Schreiber
Distribuidora:
United International Pictures
Calificación:
No recomendado menores de 13 años
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