De
un tiempo a esta parte, concretamente desde 1995, año del estreno de la
ya clásica primera parte de Toy
Story, ha aparecido en Hollywood un nuevo género de películas ya
totalmente consolidado a estas alturas dada la profusión con que se han
generado sus productos desde entonces. Digo un nuevo género, porque lejos
de ser simplemente una nueva forma de animación, el cine de
dibujos completamente generado por ordenador ha tomado unas características
muy concretas en lo que se refiere al tipo de narraciones que ofrecen al
espectador, y que pueden apreciarse en todos sus exponentes. Estas
características comunes a grandes rasgos son: la comedia y la aventura
como base argumental; historias sobre realidades paralelas a la vida
cotidiana de los humanos, y en donde, por lo tanto, estos tienen un papel
meramente anecdótico o secundario (la vida de los juguetes; la vida de
los insectos; la vida de los monstruos que habitan al
otro lado del armario); personajes excéntricos y un tanto obsesivos
actuando siempre en el histrionismo; un humor inteligente e irónico que
permite siempre al espectador una doble lectura, característica ésta que
explica que el público no infantil –sobretodo los jóvenes de veinte y
treinta años– sean tan aficionados a estas como cualquier niño; y,
finalmente, se observa un juego constante en la puesta en escena y en la
narración de tipo metalingüístico, con menciones más o menos explícitas
a películas o personajes del mundo del cine: como muestra más evidente
tenemos a esa hormiga neurótica e insegura de la película Hormigaz
(Antz, 1998), hecha a imagen y semejanza de Woody Allen, quien accedió
a poner voz al personaje en su versión original; pero también
encontramos chistes referidos a La
guerra de las galaxias en Toy
Story 2 (1999), a Disney en Shrek
(2001), u homenajes al gran genio de la animación Ray Harryhausen en Monstruos, S.A. (Monsters, Inc.,
2001)).
Ciertamente
estos elementos no son nada nuevo, muchas otras películas, de animación
o no, presentan alguno o algunos; pero aquí se reúnen todos para formar
el estilo reconocible de un género creado a partir de un elemento formal
concreto: la infografía como única forma de creación, dándole con ello
la razón a MacLuhan sobre el hecho de que el medio es el mensaje. Pero
que nadie piense que se trata de un dogma, un movimiento artístico o
nueva generación de creadores. Sus razones deben ser buscadas en los intríngulis
de la industria. Al tratarse de una experiencia aún tan reciente las
productoras no quieren apostar todavía por nada que no sea la fórmula
segura, y como ésta parece funcionar muy bien y el público ya se ha
identificado claramente con ella costará que aparezcan nuevas propuestas
–al menos a nivel del consumo de masas– que exploten y enriquezcan
esta opción formal.
Estas
películas también se caracterizan por dar un gran valor a la amistad y
al compañerismo –muy por encima de las relaciones amorosas, que
aparecen poco–, pero esto no las distingue especialmente como grupo autónomo,
y más bien las hace entrar dentro de un grupo mayor y más heterogéneo
como es el de las películas dirigidas, total o parcialmente, al público
infantil. Y es que las películas de animación siguen llevando el estigma
de ser productos para niños, otra de sus características más visibles.
Llegamos
por fin a La edad de hielo, que
sigue la estela de sus predecesoras, si bien con menor acierto que estas.
Aquí el mundo mostrado es el de unos animales primitivos que huyen de la
congelación progresiva del planeta. Los hombres también hacen acto de
presencia, pero son meros elementos anecdóticos y funcionales. Es curioso
constatar la inversión de papeles que se produce en tanto que son los
animales quienes hablan, mientras que los primitivos humanos aún se
comunican a través de sonidos no articulados. De este modo tenemos más
la sensación de encontrarnos del otro lado, puesto que nos identificamos con los animales. La
historia que se nos explica es muy sencilla y en todo momento previsible:
tres animales de caracteres contrapuestos se ven obligados a colaborar
para rescatar a un bebé humano y llevarlo nuevamente hasta su tribu.
Durante el camino aprenderán a convivir y a colaborar hasta que los lazos
de la amistad les unan definitivamente. De este modo, la historia –que
por momentos parece inspirada en la comedia Tres
hombre y un bebé (3 men and a
little lady, 1990)– se convierte en un viaje iniciático para los
tres personajes, auténticos (auto)marginados sociales, hastiados de su
existencia, los cuales, finalmente, recuperarán la ilusión por la vida.
En ese sentido el niño humano fuente de sus peripecias se convierte en un
símbolo de la vida, ya que no sólo gracias a él los protagonistas
vuelven a sentirse vivos, sinó que además la entrega final de éste a
los humanos no es sinó el relevo de unos seres condenados a la extinción
a otros que constituyen el futuro del planeta.
No
le faltan buenos momentos a la película, como la sensacional escena en
que los tres protagonistas extinguen involuntariamente a toda una especie
de aves; o cuando se nos narra el trágico pasado del mamut -ya intuído-
a través de unas pinturas rupestres; o también en las esporádicas
apariciones de esa ardilla primitiva a la caza de una bellota. También es
de destacar el momento en que los héroes se adentran en una gruta helada
donde varios animales han quedado congelados, y ahora se les puede
contemplar a través de los pasillos como si de una exposición zoológica
se tratara. Poco después, en la misma gruta, un desafortunado resbalón
hace bajar a los protagonistas por unos toboganes cuya similitud con los
de cualquier parque acuático no se esconde en ningún momento. Momentos
como estos hacen que el visionado de la película valga la pena. Pero
estas muestras de genialidad e ironía son esporádicas, y en general la
película queda lejos de la calidad y complejidad de sus predecesoras,
resultando más convencional y llana. Las otras películas también se
articulaban a partir de historias sencillas, pero tenían la capacidad de
relegarlas a un segundo plano, haciendo predominar los brillantes gags
que en el fondo daban sentido a la obra. En La
edad de hielo estos momentos son pocos y no siempre verdaderamente
acertados.
No
sería descabellado pensar que el decepcionante resultado de La
edad de hielo –nos tenían demasiado bien acostumbrados– sea fruto
de que la fórmula empieza a agotarse a pesar de su corta vida. Sea como
sea, y a pesar de lo que se agradecen películas como Toy
Story 2 o Bichos (A bug’s life, 1998), se echa en falta alguna cosa distinta,
nuevas emociones que den a este formato de cine las mismas posibilidades
que al resto, en lugar de relegarlo como un subproducto especializado;
porque tal vez mi intuición sea equivocada y la fórmula aún tenga vida
para rato, pero tarde o temprano se agotará. Y por si quedan dudas sobre
la visión que las distribuidoras todavía tienen respecto a este tipo de
productos, y su influencia sobre ellos, baste una declaración de Chris
Wedge, director del film: "Fox nos entregó un primer borrador del
guión, que era una historia dramática de acción y aventuras, y nos
dijo: convertirla en una comedia". Queda claro cómo se busca el
producto ya afianzado en el mercado sin plantearse siquiera explorar
nuevas posibilidades. Si las otras han sido comedias, esta también debía
serlo.
Jordi
Codó
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ICE
AGE (LA EDAD DE HIELO)
Título
Original:
Ice Age
País y Año:
EE.UU., 2002
Género:
ANIMACIÓN
Dirección:
Chris Wedge
Guión:
Peter Ackerman, Michael Berg, Michael Wilson
Producción:
Blue Sky Studios, Fox Animation Studios
Música:
David Newman
Montaje:
John Carnochan
Intérpretes:
Voces: Denis Leary, Jack Black, Jane
Krakowski, John Leguizamo, Ray Romano
Distribuidora:
Hispano Fox Films
Calificación:
Todos los públicos
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