|
El
nuevo film de David Cronenberg supone la continuación de las ideas
expuestas en su anterior trabajo, Existenz
(1999). Sin duda, a simple vista guarda pocas similitudes con aquella, y
de hecho es probable que no sea de agrado de los incondicionales del
Cronenberg más fantástico que creyeron ver en Existenz
una vuelta del director canadiense a sus más clásicas fórmulas. Aquel
era una film mucho más físico, directamente vinculado a los postulados
de la nueva carne, en el cual la acción tenía un papel muy predominante.
El poder de atracción radicaba en la capacidad de introducir al
espectador dentro de la doble
ficción creada (la del film y la del videojuego protagonista), y atacarle
directamente desde ahí, haciéndole dudar de su posición de ser real
enfrentado a maquinarias de ficción dedicadas a su entretenimiento y
evasión. Spider, en cambio, es
una película fría y calculadora, de un rigor casi científico. Sus estáticas
imágenes y lento devenir exasperarán a quien busque aventuras fantásticas,
pero si se es paciente y se conecta con la búsqueda del film sin duda se
apasionará.
Si
en Existenz se nos proponía la
inconsistencia de la realidad a través de la ficción de un videojuego,
en Spider es un viaje a la mente
de un enfermo psiquiátrico la que nos enfrenta a la relatividad de la
experiencia humana. La historia es la del Sr. Cleg, un hombre a quien se
da la oportunidad de llevar una vida relativamente normal dejándolo salir
del centro psiquiátrico en el que estaba encerrado, y hospedándolo en
una pensión con otros hombres en un su mismo estado. El inicio del film
es profundamente inquietante e incluso causa desconcierto: un tren llega a
la estación, y la cámara comienza a avanzar en lento movimiento por
entre los pasajeros que bajan, hasta que finalmente baja un extraño
individuo que saca un calcetín de dentro de sus pantalones, y de una
cajita que hay en este coge un papel con una dirección. Mientras deambula
por las calles buscando la casa va emitiendo sonidos ininteligibles (como
a lo largo de todo el film, ya que casi no pronunciará palabras claras).
Los lugares por los que pasa, y como estos nos son presentados, con un
predominio de la geometría y de la estructuración precisa, empiezan a
crear un ambiente sórdido y oscuro. A partir de su llegada a la pensión
nos introduciremos en su mente y la analizaremos. Para Cleg la realidad es
algo muy distinto de lo que estamos acostumbrados. Experiencias presentes
y pasadas se mezclan. Veremos cómo Cleg vive obsesionado con un hecho de
su niñez que condujo a la muerte de su madre a manos de su padre y a la
de su madrastra a las suyas propias. Cleg vive con esto desde entonces de
una forma constante y obsesiva, hasta el punto que forma parte de su realidad presente. De algún modo el tiempo se ha detenido para él
en un bucle incesante lleno de fantasmas que le torturan. Tiempo y
realidad han desaparecido para él, o más bien habría que decir que
transita en un espacio-tiempo propio, inaccesible para los demás que le
llaman loco.
Se
nos propone, en definitiva, un fascinante viaje al interior de una mente
que funciona según unos parámetros y estructuras distintos a aquellos al
los que estamos habituados. Intentaremos entender el cómo, pero nunca el
porqué, ya que el film elude el psicologismo y las explicaciones. Podemos
entender que el trágico suceso que se repite una y otra vez en la mente
del protagonista es el que provocó su locura, pero ello se deja a nuestra
elección, porque lo que importa no es la vida pasada de Cleg, ni su
entrono familiar ni social. Se trata de un hombre atrapado por su propia
mente que, encerrado en este mundo interior, es incapaz de adaptarse a la
sociedad que le envuelve. Ciertamente un personaje trágico.
Cronenberg
"vuelve a la austeridad y el rigor de Inseparables"
(Carlos F. Heredero), y valiéndose esta vez más de los ambientes que de
los objetos, nos sumerge en una realidad extraña y perturbadora, pero tan
auténtica como la nuestra misma. En el fondo, la reflexión final es que lo real es una percepción subjetiva, y así cada uno a nuestro modo
vivimos en un mundo extraño.
Jordi
Codó
|
SPIDER
|